Hasta los últimos meses la estructura demográfica de Israel presentaba un claro perfil: una mayoría judía representada por el 80 por ciento de la población, y el resto compuesto por la ciudadanía árabe-musulmana y cristiana. Como ciudadanos con plenos derechos esta minoría tiene una ascendente presencia en la Knesset – 15 de las 120 bancadas-, eleva constantemente los niveles de escolaridad, sus médicos e ingenieros se integran plenamente a los servicios del país, y cuidadosamente respeta las diferencias culturales en la sociedad israelí.
Distinto e inquietante es el caso de la ortodoxia judía. Se trata de un segmento que hoy representa entre el 15 y el 17 por ciento de la población, que se multiplica con rapidez con familias que cuentan en promedio con 6 a 10 hijos, y que apenas se interesa en el espíritu y en los hallazgos de las ciencias modernas. Por añadidura, los medios televisivos y radiales del país les son extraños, las computadoras en los hogares pueden acceder sólo a programas debidamente autorizados por el liderazgo rabínico, esquivan el servicio militar aunque gozan de su protección, y residen en sectores independientes donde reproducen la antigua vida en los guettos de Europa oriental.
Sin reconocer la legitimidad del Estado, votan sin embargo en masa en favor de sus representantes, y cuando algunos de sus líderes se integra al gobierno – es el caso de todas las coaliciones armadas por Netanyahu en los últimos diez años – suele aceptar el cargo formal de vice-ministro con plenas funciones ministeriales. Otra manera de ignorar el sionismo moderno y la legitimidad del Estado.
La presencia y propagación del covid-19 y las severas medidas aprobadas por el gobierno acentúan la distancia y la hostilidad de estos círculos respecto a la mayoría de la población. Debido a la negligente aglomeración en las viviendas, en las sinagogas y en los centros talmúdicos los afectados por corona representan de momento el 40 por ciento del público examinado. Y cuando representantes de los servicios médicos y policiales visitan las zonas donde residen a fin de darles a conocer las indispensables medidas de higiene y tratamiento, a menudo deben pedir ayuda a los locales pues ignoran el idisch. Lamentablemente, en no pocos casos la traducción tergiversa el mensaje original.
El descubrimiento de cadáveres que habían pertenecido a judíos ortodoxos que fallecieron en USA y en otros países como resultado del virus y que fueron traídos y enterrados en Israel sin la aprobación gubernamental acentúa el enojo de amplios sectores de la población. Una evidencia más de una babel de culturas e idiomas que corona las radicales distancias que abruman hoy al país.
Inquietante constelación que tanto el gobierno como la pública opinión deberán considerar cuando los horizontes en este país se vislumbren algo menos oscuros.
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