No es materia de controversia el firme apoyo que Israel merece desde el ascenso de Trump a la Casa Blanca. El traslado de la embajada norteamericana a Jerusalén y el reconocimiento al Golán son dos expresiones – entre otras – de un apretado entendimiento entre estos dos países. A ellas se suman otras como el continuo suministro de equipo militar, el apoyo estadounidense al país en foros internacionales, y, en tiempos recientes, la suscripción de acuerdos diplomáticos y comerciales con los países del Emirato, incluyendo en algunos temas a Arabia Saudita.
Hechos que comprometen política y personalmente a Benjamín Netanyahu como líder israelí. Cabe anticipar que en vísperas del duelo electoral norteamericano Bibi deberá devolver a Trump lo que éste le dispensó en sus cuatro años en la Casa Blanca. En particular, cuando sus perspectivas reelectorales no se perfilan altas debido a la insatisfacción de múltiples sectores – desde la nueva izquierda en California a mexicanos y negros en múltiples lugares del país.
Ya ha trascendido que el prospectivo encuentro en Washington con la finalidad de celebrar los entendimientos formales – después de más de quince años de discreta colaboración – entre Israel y los Emiratos será ampliamente celebrado con la activa participación de todos los actores, y formará parte del duelo electoral programado en noviembre. Un acto que implicará un dilema para el Primer ministro israelí: si revela excesivo entusiasmo por los méritos de Trump y si éste obtiene el triunfo electoral, su estrategia política ganará amplio puntaje. Pero si tal escenario no se verifica y Biden llega a la Casa Blanca la perspectiva cambiará sustancialmente.
Escenarios que exigen prudencia. Y más aún cuando Israel se ve hoy abrumado por el covid-19 con sus implicaciones sanitarias y, en particular, políticas.
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