La lectura como pecado

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Hace un par de décadas publiqué en una revista universitaria mexicana algunas notas sobre el probable fin de la literatura. Preguntaba allí ” habrá lectores en el siglo XXI “, y si habrá, quién y cuántos se contarán entre ellos?

Las reacciones al texto oscilaron entonces entre el inocente asombro de la audiencia  por mi cuestionamiento y la irritada actitud por traer un tema que tendría tajante respuesta: siempre y en cualquier futuro la página literaria sobrevivirá.

Es cierto: incursiones en la novela, el ensayo o la poesía no faltarán en el devenir; en contraste, creo que se reducirá sustancialmente el número y la calidad de los lectores. Sin duda, la revolución digital apura este proceso. El intercambio de sintéticos mensajes acompañados con sonrientes o lagrimosos muñequitos a través del hoy infaltable aparato telefónico o la computadora no dispensa ni tiempo ni razones para detenerse en alguna página de Voltaire o de Amós Oz. Por supuesto, las resistencias a la lectura literaria no son nuevas; existen desde tiempo ha, pero se acentúan en nuestros días.


Marcel Proust (1871-1922) consagró algunas páginas al acto- entre entusiasta y pecaminoso- de leer. Las redactó en 1905, tres años antes de sus celebradas incursiones sobre el tiempo perdido. Recuerda por ejemplo que cuando se inclinaba a abrir algún libro en su cuarto, en tempranas horas de la mañana, alguien – la madre, el abuelo, la sirvienta – golpeaba la puerta para liberarlo de su voluntario y bien amado aislamiento. Y con razón se preguntaba entonces: “cuando estoy solo con un libro o escribo, estoy realmente solo? “…

Su experiencia aviva recuerdos personales que me obligan a pedir disculpas al lector. En mis tiempos preadolescentes solía entusiasmarme con alguna página de Stephan Zweig (1881-1942) o con la prosa del argentino José Ingenieros (1877-1925). Lecturas que debía abandonar a la hora de la comida familiar. Un mandato que incumplía pues, postrado el libro en mis rodillas, le dedicaba furtivas miradas mientras consumía lo que había en la mesa. Inclinación que mi padre no toleraba. Su categórico gesto me invitaba a saborear la sopa y los tallarines ofrecidos o quedar con hambre dominado por mi vicio. Dura elección entonces.

Circunstancias hoy impensables. Los intercambios digitales, con anglicismos que van del what s ups al face-book, messenger y otros canales, tienen firme presencia en múltiples medios, desde los públicos a la intimidad. Motivan y acompañan cualquier diálogo en la calle, con los amigos, o en la aparente soledad.Y en estos vaivenes de intensa comunicación electrónica para qué y por qué acudir a Saramago, a García Márquez o a Calvino? Quién en verdad los necesita?  Y para qué?

Con estas apuradas reflexiones retorno al texto de Proust con sus extensos párrafos  que a menudo se antojan interminables, pero que al fin encantan y conmueven. Con alguna libertad reproduzco aquí lo que escribe: ” No leí a mi gusto en el cuarto… Debí salir al parque con ellos… jugar en las orillas del lago…esperar la merienda que llegó en canastas … y reencontrarme por fin con el libro prohibido…”

Un texto que conduce a reiterar la pregunta: los adolescentes de hoy, hipnotizados por los medios electrónicos,llegarán a conocer en el devenir los sinuosos encantos de la literatura?

Acerca de Joseph Hodara

Invitado por la UNAM llegué a México desde Israel en 1968 para dictar clases en la entonces Escuela de Ciencias Políticas y Sociales ( hoy Facultad). Un año después me integré a la CEPAL con sede en México para consagrarme al estudio y orientación de asuntos latinoamericanos. En 1980 retorné a Israel para insertarme en las universidades Tel Aviv y Bar Ilán. En paralelo trabajé para la UNESCO en temas vinculados con el desarrollo científico y tecnológico de América Latina, y laboré como corresponsal de El Universal de México. En los años noventa laboré como investigador asociado en el Colegio de México. Para más amplia y actualizada información consultar Google y Wikipedia.

1 comentario en «La lectura como pecado»
  1. El mundo de los medios electrónicos posibilita la síntesis y la comunicación rápida, veloz propia de esta época. El mundo de la literatura invita a viajar a la imaginación, a transitar por puertas y mundos insospechados. También soy una ávida lectora y nunca cambiaría la experiencia de la literatura por el watsup o el face book. Pero no dejo de reconocer que si cumplen sus funciones, y que los utilizo ahora que la pandemia nos obliga al confinamiento físico. A la pregunta si los adolescentes hipnotizados por los medios electrónicos llegarán a conocer el devenir de los sinuosos encantos de la literatura? Ojalá que si, porque esos caminos son de seducción y de ensanchar las veredas de la imaginación, pero la verdad quien sabe, los tiempos de la velocidad apremian

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