La Marcha de la Vida, el Holocausto y la violencia en México

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La marcha de la vida es un viaje que marca un antes y un después en el existir de quien la realiza, o por lo menos eso significó para mí. Considero que es imposible para cualquiera de nosotros comprender la magnitud –en odio y maldad– que el holocausto contra los judíos, y no sólo contra ellos, representó para toda la humanidad. Como joven que creció y se desarrolló en el seno de una familia y comunidad judía, desde muy pequeño estudié a detalle los acontecimientos que propiciaron este atroz genocidio. Pero sin duda alguna nunca entendí el tamaño de lo que ahí sucedió.

Durante mi visita a Polonia mi vida cambió. No puedo describir lo que vi ni lo que sentí, pero sin duda alguna marcó un antes y un después. Como referí con anterioridad, nunca podremos entender lo que ahí se vivió, porque simple y llanamente no estuvimos presentes en ese momento para atestiguar lo ocurrido. Sin embargo, con lo poco que uno logra atisbar, después de pisar los suelos de Auschwitz, es imposible no quedar horrorizado. Nunca podré imaginar qué hay en las entrañas, donde se supone anida la compasión, de un grupo de personas capaces de aniquilar con frialdad matemática a seis millones de personas, además convencidos de que lo hacían por el bien de la humanidad.

Creo que no se puede describir lo que tu cuerpo y tu mente sienten en el momento en que te encuentras delante de miles de cenizas que representan cientos de historias truncadas (más de las 400 personas que éramos no alcanzamos a estrechar un círculo alrededor de aquellos vestigios humanos). El sentimiento de impotencia que uno percibe es insostenible, y es irresistible pensar que sólo quedan restos de todas esas personas reducidas a cenizas, partículas sin rostro que una vez tuvieron sueños e ilusiones, y que por la maldad del nacionalsocialismo no se les permitió estar aquí ahora con nosotros.


Al regresar de esta experiencia, tan traumática y emocional, recuerdo que llegué a la Ciudad de México, y me invadió un miedo y temor que pocas veces había sentido, y en mi mente no dejaba de resonar una dolorosa pregunta: ¿realmente el holocausto fue un acontecimiento único e irrepetible en la historia reciente de la humanidad y la sociedad?, ¿el siglo XXI entendió lo que sucedió al predicar que ese crimen colectivo NUNCA JAMÁS tendrá lugar?

Día con día aparecen noticias en donde se nos informa de atrocidades, violencias que pensé nunca volvería a escuchar después de Polonia; por ejemplo, el hallazgo de fosas comunes. Algo realmente preocupante que ni siquiera sucede en otro país, sino en México, y esto me deja aterrorizado y preocupado por el presente y futuro del mundo en el que vivimos.

Imaginemos que en el Rancho El Limón, en Veracruz, fueron encontrados diez mil fragmentos óseos. Imaginemos por un momento el nivel de descomposición y naturalización de la brutalidad, que la sociedad mexicana en general ni se inmuta ante estos hechos. Es preocupante ver a una sociedad mexicana que ante estos hechos muestra su indiferencia y rampante egoísmo. Esto únicamente me recuerda a la sociedad alemana durante el holocausto. En aquel contexto la mayoría de alemanes, y de otras naciones europeas, ni se inmutaban para detener la masacre que ahí tuvo lugar.

No se puede entender que después de dichos acontecimientos históricos todavía sigan ocurriendo crímenes parecidos, en donde otra vez el Estado está involucrado y apoyando dichos sucesos. Porque es importante recalcarlo con todas sus letras: el gobierno mexicano está involucrado directa (actor) o indirecta (con su ineficacia e inacción) en los niveles de descomposición y violencia que vivimos. Ya ni siquiera nos asusta escuchar las muertes, los hechos violentos son algo a lo que estamos acostumbrados, y aparecen en las noticias como si fuera normal que haya un país plagado de fosas comunes.

Se reportan cientos y cientos de muertes y las autoridades no responden en nuestro país, no se hacen responsables de los hechos y desaparecen cuerpos como si no tuvieran valor alguno; sin duda alguna en México la impunidad es lo que predomina. Casos como el de Ayotzinapa, en nuestra historia reciente, son muestra de esto. O los más de 35 mil casos documentados de desapariciones forzadas.

¿Qué podemos hacer frente a esto? Creo que la respuesta más fácil, y a la vez más complicada, es romper ese cáncer silencioso en que vivimos y que se llama indiferencia, que permite que los hechos violentos ocurran, y se ceben en asesinatos de muchos miles de mexicanos por todas partes del país.

Si analizamos con detenimiento el holocausto, los genocidios que se han presentado en el mundo y las masacres que vive nuestro país, el punto en común que comparten es que todos estos sucesos tienen en el silencio y la indiferencia de la sociedad a sus principales cómplices. Imaginemos por un momento lo que se podría evitar si la sociedad mexicana en su conjunto no fuera indiferente ante estos hechos y no siguiera al pie de la letra aquel célebre poema de Martín Niemöller que dice: Primero vinieron por los socialistas, y yo no dije nada, porque yo no era socialista/ Luego vinieron por los sindicalistas, y yo no dije nada, porque yo no era sindicalista/ Luego vinieron por los judíos, y yo no dije nada, porque yo no era judío/ Luego vinieron por mí, y no quedó nadie para hablar por mí.

Por ello, toda persona que emprende La marcha por la vida debe regresar con el compromiso de encargarnos de que todo el mundo sepa lo que pasó, y con la convicción de perdonar y nunca olvidar, tatuados en el corazón. Pero, sobre todo, debemos alzar la voz en nuestro entorno porque es inaceptable quedarnos con los brazos cruzados después de presenciar lo que es exterminar a distintas razas. Es nuestra responsabilidad que sucesos así no vuelvan a suceder en nuestra historia presente.

En lo personal, la experiencia del viaje me hace comprender lo importante que es mantener nuestra esencia, pero sobre todo nuestros valores, al enfrentar actos tan inhumanos en el mundo. Lo imperativo que es respetar a toda la humanidad y no establecer diferencias por la raza, religión, sexo, forma de vestir, o lo que sea. Todos somos iguales en cuanto proyecto humano y, por tanto, debemos saber coexistir en el mismo mundo, la casa común de nuestras vidas.

Estoy seguro que, si predicamos y vivimos según cánones de respeto, valores, integridad y la no indiferencia, podremos sembrar semillas de cambio en el mundo, y hacer que los terribles acontecimientos que hoy enfrentamos dejen ser el pan nuestro de cada día en la realidad mexicana. En lo personal me comprometo a seguir informando a la gente sobre el tema, y a luchar por un mejor lugar donde vivir. Me encantaría poder aportar el concurso de mis modestos esfuerzos en todos los países en los que están sucediendo situaciones parecidas al Holocausto; pero lo más realista y mejor es empezar por nuestro propio México.

*Alejandro Karchmer Gittler, Alumno del IV Semestre de la Licenciatura en Derecho de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México.

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