No es indispensable recorrer la pantalla televisiva o las páginas de los periódicos para concluir que el covid tiene expresiones y resonancias no sólo en las esferas de la salud pública y privada. En no pocos países- desde Israel a Francia y desde USA a los latinoamericanos- la actitud y las medidas contra el virus gravitan en decisiones gubernamentales que, en rigor, apenas se limitan hoy a las esferas de la pública salud. Llevan y esconden intenciones que fluyen de cálculos sustancialmente políticos. El caso de Israel es apenas un ejemplo.
Consideremos aquí dos hechos en este país. El primero alude a la prolongada suspensión de las actividades culturales, educativas y comerciales en Israel que no sólo multiplican el desempleo y alientan la violencia – incluso en los hogares; también ponen en riesgo la estabilidad y el quehacer democrático, en particular cuando las medidas no se aplican de igual manera en toda la población.
Por ejemplo, la ortodoxia religiosa ha ignorado desde siempre la dinámica existencia del Estado y apenas contribuye a su defensa y a la economía. Un hecho que, sin embargo, no le impide bendecir y controlar los matrimonios, divorcios y entierros. Como resultado, la aglomeración y el descuido personal multiplican entre ellos a los afectados por el virus, mas no renuncian a ceremonias y hábitos que propician estos efectos negativos.
Un escenario que intensamente inquieta en estos días. No obstante, como las comunidades ortodoxas tienen parte activa en el juego electoral – el cuarto se verificará el próximo marzo – el presente gobierno apenas toma medidas con el fin de imponer una disciplina pública a estos sectores. Inclinación que acentúa el disgusto en amplios sectores de la sociedad israelí.
El segundo hecho alude a las consecuencias en el mediano y largo plazo que el virus produce. Así, el desempleo abierto abraza hoy al veinte por ciento de la población activa, el sistema escolar y universitario conoce una parálisis casi total, los delitos y el crimen se difunden con rapidez en la minoría árabe, las tensiones en no pocos matrimonios y familias se multiplican, y el cierre obligado del aeropuerto implica la pérdida de los considerables ingresos que el país recibía merced a las corrientes turísticas.
No se requiere el alto talento de un economista o educador para anticipar en los próximos meses un crítico eslabonamiento de circunstancias y tendencias que pondrán a prueba el equilibrio del país.
Ciertamente, en buena medida este nervioso e inquietante panorama se presenta no sólo en Israel. Pero tiene aquí filosas expresiones que la sociedad y el gobierno deberán puntual y honestamente atender.
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