El 4 de agosto de 2020 fue un día fatídico para el pueblo libanés. Una explosión descomunal que dejó en ruinas el puerto de Beirut al haber estallado toneladas de nitrato de amonio almacenadas desde tiempo atrás sin ninguna precaución fue la puntilla para llevar al extremo la crisis que en todas las áreas aquejaba ya de por sí a los libaneses. Fueron 215 las víctimas mortales de esa catástrofe, miles quedaron heridos y 300 mil personas fueron desplazadas de sus hogares, por lo que los daños materiales se estimaron en billones de dólares. El gobierno, encabezado entonces por el primer ministro, Hassán Diab, se vio obligado a renunciar, y desde entonces no había sido posible formar un nuevo gobierno ni detener el deslizamiento del país hacia la debacle.
Hasta ahora no se han determinado responsables de la tragedia y continúan las manifestaciones populares demandando justicia. La profunda corrupción en la élite gobernante ha operado para ocultarlos y mantener impunes a quienes sabían de la peligrosidad del material almacenado, sin hacer nada al respecto. Una investigación independiente de Human Rights Watch del mes pasado reportó que altos oficiales gubernamentales conocían los riesgos, pero la falta de independencia del Poder Judicial y los múltiples encubrimientos mutuos han impedido cualquier avance en las investigaciones. Por ello, la demanda popular es ahora que el Consejo de Derechos Humanos de la ONU establezca una comisión que aborde el tema.
En este contexto, finalmente hace unos días se anunció que Nabil Mikati, un musulmán sunnita millonario, ha asumido el puesto de primer ministro. El nuevo gobierno, ya formalmente integrado con el nombramiento del gabinete, se enfrenta a desafíos monumentales. La mitad de la población vive ahora por debajo de la línea de la pobreza, hay escasez de agua, gasolina y electricidad; el abasto de alimentos y medicinas está severamente comprometido y la devaluación de su moneda, que desde octubre de 2019 ha perdido un 90% de su valor, ha ido aparejada a una hiperinflación incontrolable. El Banco Mundial ha calificado el caso como una de las diez peores crisis financieras que han asolado al mundo desde mediados del siglo XIX, y ha afirmado que se trata de una crisis provocada no por la naturaleza, sino por la corrupción e ineficiencia de su liderazgo, a lo que se suman los interminables conflictos interétnicos e interreligiosos en los que cristianos, sunnitas, chiitas y agrupaciones como el Hezbolá, jalan cada cual para su lado sin la posibilidad de emprender un proyecto nacional coherente y medianamente unificado. Y, sin duda, el arribo a su territorio en los últimos años de cerca de un millón de refugiados sirios constituyó un reto adicional para el cual Líbano no estaba de ningún modo preparado.
¿Podrán Mikati y su gobierno emprender el difícil camino de la recuperación? Muchos de los nombres de quienes quedan hoy al mando, incluso el propio Mikati, forman parte de los cuadros de viejos dirigentes, responsables en buena medida de que las cosas hayan llegado a ser tan graves. El recién nombrado primer ministro ocupó ese mismo cargo de 2011 a 2013, pero fue obligado a renunciar por presiones del Hezbolá, organización terrorista chiita que, al mismo tiempo que posee un brazo político, encarna un verdadero ejército paralelo a la milicia nacional libanesa.
El derrumbe libanés preocupa a la comunidad internacional. Los ministros de energía de Egipto, Siria y Jordania —países cercanos geográficamente a Líbano— se reunieron en Amán el miércoles pasado con su contraparte libanesa a fin de acordar la exportación de gas natural de Egipto a Líbano, a través de Jordania y Siria. Del mismo modo, donantes internacionales, sobre todo franceses y norteamericanos, han manifestado su disposición a paliar la crisis libanesa, aunque con condiciones. A la luz de los malos manejos y la corrupción que caracterizan a la clase gobernante, están exigiendo reformas profundas en el abordaje de la economía y un verdadero combate contra la corrupción.
La formación del nuevo gobierno encabezado por Mikati puede ser vista como un paso en el sentido correcto por contribuir al menos a ofrecer un mínimo de estabilidad. Pero el hecho de que la mayoría de los integrantes de este recién estrenado cuerpo gobernante sea un reciclado de las viejas familias y figuras que han conducido al país al abismo en el que se halla, no deja lugar para el optimismo. Ni siquiera se avizora que haya condiciones para la aclaración de la explosión de 2020 en Beirut. La red de complicidades es demasiado densa y el fuero parlamentario sigue siendo la gran coraza protectora.
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