Donald Trump, el presidente de Estados Unidos y Benjamin Netanyahu, el primer ministro de Israel se jactan de tener muchas cosas en común. En estos momentos, la consigna más importante de este binomio político de derecha-conservadora es escapar al destino de la justicia en sus respectivos países. Para ello, ambos liderazgos deben hacer todo lo posible para aferrarse al poder y alargar su manto protector.
Sobre Trump, es sabido que el juicio político iniciado en su contra no prosperará en el Senado, pese a la luz verde que consiguió la Cámara de Representantes el pasado 18 de diciembre. El presidente está acusado no por la injerencia rusa en las elecciones de Estados Unidos en el 2016 (russiagate), sino por la saga ucraniana, en la que enfrenta cargos de abuso de poder y obstrucción de justicia al haber condicionado un paquete de ayuda militar a Ucrania a cambio de información que pudiera comprometer a Joe Biden, su principal contendiente político, según señalan las encuestas.
De lleno en el convulso Medio Oriente, Netanyahu subyace envuelto en la parálisis política israelí -el próximo 2 de marzo se celebrarán las terceras elecciones legislativas en menos de un año-, el mandamás del partido Likud, quien no ha podido formar gobierno pese a la mancomunidad tejida con los partidos religiosos y ultraortodoxos en el intrincado rompecabezas de la Knesset y que decidió solicitar inmunidad parlamentaria en aras de evitar un juicio por corrupción, tras haber sido imputado por fraude, soborno y abuso de confianza.
En este contexto volátil y de incertidumbre electoral, Trump y Netanyahu encontraron en el asesinato de Qasem Soleimani, el comandante de las fuerzas Quds de la República Islámica de Irán (una unidad de los cuerpos de la Guardia Revolucionaria), la oportunidad para envenenar el ambiente político en Estados Unidos e Israel, a propósito de trabajar a favor de sus intereses particulares: conseguir las dos reelecciones en el 2020 y patear la lata en sus citas con la justicia.
Aunque Israel no ordenó el ataque, Trump no pudo evitar consultar con su máximo aliado del Estado Judío. El caso de Trump con el sistema de justicia estadounidense es mucho más complejo y visible por sus negocios turbios, conflictos de intereses, escándalos sexuales y su falta de transparencia en el pago de impuestos que lo siguen persiguiendo junto con su arrogancia y falta de experiencia en los asuntos internacionales que lo han llevado a desfundar los pilares del orden liberal internacional que cimentaron la paz y estabilidad mundial como producto del fin de la Segunda Guerra Mundial.
Por ello, Trump y Netanyahu no tienen empacho en llevar al límite las tensiones geopolíticas globales y poner en vilo la paz y la estabilidad mundial. El homicidio de Soleimani en Irak, considerado por muchos como una especie de vicepresidente, y una figura todopoderosa y directamente relacionada al circulo íntimo del Ayatola Alí Jamenei, tiene como propósito velado sembrar más inseguridad e infundar miedo en los estadounidenses e israelíes a la hora del voto.
Erigirse como los protectores y salvadores de la patria en un caótico y peligroso Medio Oriente es el mensaje con jiribilla que busca ser transado para empoderar el enfoque de la securitización bajo el mando nacionalista en el juicio de las urnas. En otras palabras, la ambición desmedida de Trump para alargar su estancia en el poder y seguir habitando la Casa Blanca está anclado como distractor para evadir su déficit con la justicia estadounidense.
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