¿Rompería una nueva victoria de Netanyahu los lazos de Israel con la Diáspora norteamericana?

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En Israel ya está todo dispuesto para las elecciones de septiembre, pero si se considera que sólo han pasado cuatro meses desde que los votantes fueron a las urnas para elegir un nuevo Gobierno, es comprensible el escaso entusiasmo que están mostrando.

Desde el 9 de abril, cuando los partidos que se comprometieron a apoyar a Benjamín Netanyahupara que continuara como primer ministro obtuvieron 65 de los 120 escaños de la Knéset, han pasado muchas cosas. Yisrael Beiteinu, la formación de Avigdor Lieberman, que obtuvo cinco escaños presentándose como parte de la coalición que comandaría de nuevo el Likud de Netanyahu, decidió insistir en la aprobación de un proyecto de ley que los ultraortodoxos, que también habían formado parte del último Gobierno de Netanyahu, no iban a aceptar. El resultado fue un bloqueo político que condujo a estos nuevos comicios. Las encuestas indican que el 17 de septiembre habrá algunos cambios respecto a abril. Sin embargo, es probable que el resultado arroje un nuevo bloqueo, con Yisrael Beiteinu tratando de ser decisivo en lo que podría ser elcomienzo de la era post-Netanyahu.

Aunque los partidos de izquierda esperan que esta segunda votación en cinco meses produzca un resultado distinto, su gran temor es que Netanyahu, al que se descartó muchas veces en el pasado, se saque un conejo electoral de la chistera y perturbe a los analistas con una nueva mayoría.


A quienes preocupa tal posibilidad andan repitiendo los mismos argumentos lastimeros sobre lasconsecuencias de la permanencia en el poder de Netanyahu. Según sus críticos, otro Gobierno del líder del Likud a) enterrará aún más el proceso de paz, b) destruirá la democracia israelí y c) cortará los últimos lazos entre Israel y la Diáspora, pues los judíos estadounidenses de izquierda se retraerán por la intransigencia y la corrupción de Netanyahu.

¿Tienen razón?

En el núcleo del sistema de creencias de los partidos de izquierda, cuya posición es marginal en el mapa político israelí, se halla la idea de que Israel tiene, de algún modo, como por arte de magia, la capacidad de hacer la paz con los palestinos. En cambio, la inmensa mayoría de los israelíes cree que no existe ningún socio palestino para la paz, y que tanto la Autoridad Palestina (AP) como Hamás no están dispuestos ni preparados para aceptar la legitimidad de un Estado judío, al margen de dónde se tracen sus fronteras.

Además, mientras Hamás defienda la extinción de Israel y la AP recompense a los terroristas con salarios y pensiones, el porcentaje de israelíes que creen en una solución de dos Estados seguirá reduciéndose. El asesinato, esta semana, de Dvir Sorek, un estudiante de yeshivá de 19 años, en la Margen Occidental, así como el apoyo de los palestinos a este crimen, es sólo uno de los motivos por los que los israelíes piensan que siguen sin contar con un socio para la paz. Y también es la causa de que los principales rivales de Netanyahu, los dirigentes del Partido Azul y Blanco, estén intentando parecer aún más agresivos que el primer ministro.

Tampoco un nuevo Gobierno de Netanyahu sería una sentencia de muerte para la democracia israelí. A pesar de que hay buenos motivos para pensar que diez años invitan al tipo de problemas que afligen a todas las Administraciones estadounidenses que duran más de un mandato, la mayoría de los que hablan de Netanyahu como una amenaza para la democracia están sobre todo molestos por los resultados que arrojan las democráticas elecciones israelíes. Aunque el próximo Gobierno confiriera a Netanyahu inmunidad judicial hasta que abandonara el poder (algo habitual en la mayoría de las democracias), la idea de que cualquiera de los delitos de los que se le acusa represente una amenaza para el régimen democrático es ridícula.

Ahora bien, los críticos de Netanyahu no se equivocan cuando dicen que el primer ministro repele a la mayoría de los judíos estadounidenses, y en que ese rechazo debilita las relaciones entre Israel y la Diáspora.

No cabe duda de que la judería izquierdista de EEUU no entiende demasiado la situación de seguridad en Israel, que ha relegado a los políticos y líderes que les resultan más atractivos. Muchos además se tragan los argumentos engañosos que tratan de tachar a la derecha israelí de antidemocrática, a pesar de que tampoco entiendan demasiado temas como la reforma de la Corte Suprema israelí que están en la base de esta polémica.

También es cierto que la mayoría de los judíos estadounidenses leales al Partido Demócrata están resentidos por la cercanía entre Netanyahu y el presidente Donald Trump. Hay un marcado contraste entre el afecto israelí por el presidente de EEUU más proisraelí de la Historia y el airado desprecio hacia Trump de la mayoría de la diáspora estadounidense.

Así pues, otro Gobierno liderado por Netanyahu no salvaría la creciente distancia entre Israel y la Diáspora. Sin embargo, un nuevo primer ministro no supondría una gran diferencia.

Es poco probable que los judíos de izquierdas que piensan que Netanyahu es el principal obstáculo para la paz vayan a estar más contentos con las posiciones que adopte el exjefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) Benny Gantz si consigue formar una coalición de gobierno en otoño. Tampoco es probable que Gantz vaya a tratar de hacer concesiones a los palestinos como las que dieron lugar a tanto derramamiento de sangre y al calvario político de los predecesores de Netanyahu. Los acuerdos que tendría que fraguar para conseguir los 61 votos que le permitieran gobernar no serían, para los críticos izquierdistas del sionismo, más democráticos que cualquier cosa que haya hecho Netanyahu.

Por encima de todo, Gantz tendría que llevarse igual de bien con Trump como Netanyahu, ya que la principal obligación de todo primer ministro israelí es mantener la mayor cercanía posible con el Gobierno de EEUU. A todo esto: Gantz no está más inclinado que Netanyahu a ayudar a laresistencia contra Trump.

Y lo que es aún más importante: en la brecha entre Israel y la judería estadounidense son claves las cuestiones demográficas, en una época en que el sentido de judeidad está en declive en la segunda, donde la asimilación y la generalización de los matrimonios mixtos han creado una comunidad que ya no tiene tanto interés por Israel o por la persona que lo lidera.

Aunque el tiempo de Netanyahu se esté acercando a su fin, es poco probable que la brecha entre Israel y la Diáspora mengüe el 17 de septiembre, gane quien gane las elecciones israelíes.

© Versión original (en inglés): JNS

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