Una antigua historia de judíos sefaradíes portugueses

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El norte del país Vasco (Iparralde) y la región occitana de la Gascuña fueron uno de los territorios de refugio escogidos por los judíos y los “cristianos nuevos” portugueses entre los siglos XV y XVIII en busca de “tierras de libertad”.

Esto significaba poder vivir en regiones donde la práctica del judaísmo era tolerada o permitida sin la existencia de la persecución y represión inquisitorial. El establecimiento de las comunidades judaicas en esos territorios fue favorecido por varios factores. En primer lugar por el aumento de la actividad de los tribunales inquisitoriales en el Reino de España y en el de Portugal que había caído conquistada por la monarquía española. En ambos lugares los estatutos de pureza de sangre prohibían el acceso a la función pública a todo descendiente de moros y judíos.

En segundo lugar, la posición geográfica de estos territorios posibilitaba la salida de los “cristianos nuevos” por mar o por las rutas terrestres a través de los Pirineos. Con condiciones políticas más favorables los judíos portugueses se establecieron en los territorios de dos unidades políticas, el Ducado de Guyenne (integrado al reino de Francia desde 1472) y el Reino de Navarra. Se establecieron allí autorizados por el rey mediante cartas patentes emitidas en 1574 y 1580. La principales comunidades judías establecidas en Gascoña fueron las de Burdeos y Peyrehorade, y las del Norte del País Vasco en Donibane Lohizune, Biarritz, Saint-Sprit/Bayona, Bidache y Bastide.


Los refugiados cuando llegaron lo hicieron como cristianos (nuevos) pertenecientes a la Nación portuguesa. Exteriormente cumplían con todos los rituales de la religión católica, pero en la intimidad eran leales al judaísmo. En 1610 cuando el reino de Navarra es anexado a Francia, las cartas patentes fueron confirmadas por Luis XIV (1656). A comienzos del siglo XVII comienza por parte de estos cristianos nuevos el lento retiro de sus prácticas católicas que abandonan definitivamente a mediados de siglo. Retornan abiertamente al judaísmo y rápidamente serán identificados como judíos.

En 1722 un decreto estableció que los portugueses debían ser censados e inventariados con sus bienes que le estaba prohibido vender. Estos judíos reclamaron ante el rey Luis XV en 1723, que les impuso una nueva tasa de 110.000 libras y de esta manera los “mercaderes portugueses” fueron oficialmente reconocidos como judíos en Francia.

Los judíos portugueses crearon la comunidad judía más floreciente de Francia. Las explotaciones agrícolas estaban destinadas al cultivo de viñedos para la producción de vinos casher. La manufactura y especialmente la elaboración de los productos coloniales eran la especialidad de estos judíos. Los Gradis se dedicaban a la elaboración del azúcar, los Da Costa del chocolate que fue introducido en Francia por los judíos portugueses de Bayona. Otros, en Bastide, se dedicaban a la medicina.

Los judíos portugueses llegaron a París, en 1780 crean un cementerio de judíos portugueses en la rue de Flandre, el primer cementerio judío en París desde la Edad Media.

El 28 de enero de 1790 la Asamblea Nacional reconoce la ciudadanía plena a los judíos portugueses, alcanzando esta medida a los judíos germanos, es decir a los ashkenazíes. Desde entonces se produce una emigración para París donde fundaron con el transcurso de los años, su propia sinagoga de rito sefaradí, la Sinagoga de Buffault.

Pierre Mendès France, que llegó a ser Primer Ministro de Francia, fue un descendiente de estas familias judeo portuguesas, lo mismo que el reconocido e importante pintor Camille Pissarro, el financista Jules Mirès, el editor Moïse Millaud, el escritor Georges de Porto-Riche, Eugénie Foa, los poetas Bernard Delvaille, Catulle Mendès y los hermanos Pereire, el pedagogo David Lévi Alvarès, el ideólogo Olinde Rodrigues, los condes de Camondo, el mecenas Daniel Iffla Osiris, el médico Jean-Baptiste Silva, el músico Darius Milhaud.

En 44 rue de Flandres, en el distrito 19 de París, detrás de los muros de edificios altos y modernos, se encuentran los restos del antiguo cementerio portugués, que se remonta al final del Antiguo Régimen. Da testimonio del precario estatus de los judíos parisinos hasta la Revolución. Antes de la apertura de este cementerio, los judíos parisinos, proscriptos teóricamente del Reino desde el edicto de Carlos VI de 1394, eran más o menos tolerados como ciudadanos “portugueses”. Los enterramientos de acuerdo con la ley mosaica que estaban prohibidos en París, se practicaron fuera de los muros de manera discreta y todas las noches en el jardín de una posada en l’Etoile.

En 1765, este lugar, a nivel de la actual 44, rue de Flandres, se convirtió en un cementerio judío. Después de una sucesión, el jardín pasó a manos de un matarife, que usó la tierra para enterrar los restos de animales. Frente a este escándalo, Jacob Rodrigues Pereire, dirigente de la comunidad judía portuguesa en París, logró obtener la autorización para comprar un jardín vecino para hacer un verdadero cementerio, sin acceso directo a la calle. Adquirió este paquete el 3 de marzo de 1780 y murió el 15 de septiembre siguiente.

Fue enterrado allí; sus restos fueron recogidos en 1876 por sus descendientes y depositado en la bóveda de la familia Pereire, en el cementerio de Montmartre. Una tumba importante es la de Solomon Perpignan, quien murió el 22 de febrero de 1781: dejó un nombre como fundador de la Escuela Libre de Dibujo en 1767, una escuela que fue la antepasada de la de los Beaux-Arts, antes de convertirse en la Escuela de Artes Decorativas. Perpignan fue síndico de los judíos de Aviñón.

Este cementerio permaneció en funcionamiento durante la Revolución, como lo muestra un epitafio en la tumba de Samuel Fernandes Parto, quien murió en 1794: entre otras cosas dejó escrito “Prefiero mi alma inmortal, luego de haber vivido libre, como un buen republicano”. En 1809, la propiedad del cementerio pasó al Consistorio de París, que se cerró en 1810, y ahora la comunidad tiene una plaza en el cementerio de Pere Lachaise.

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