Perfectamente imperfectos

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La semana pasada estuve en una casa de invitado. En la mesa se dialogaron varios temas interesantes, algunos más graciosos y otros más serios. Un tema que llamó mucho mi atención es cuando uno de los invitados dijo que como Dios es perfecto y ÉL nos hizo a nosotros (y a todo), por lo tanto nosotros somos perfectos, porque ÉL no falla. Ese tema me dejó pensando unos minutos mirando hacia un específico sector llamado “La Nada”. El dueño de casa me vio ahogado en mi mismo, como Mafalda cuando escucha en la radio cosas de política y guerras, y me hizo una señal con sus manos para traerme nuevamente a su mesa. Lo vi, pero me quedé absorto en La Nada que ahora era ya parte del Todo.
En mi mente pasaron muchas cosas porque el razonamiento es correcto, sólo desde el punto de vista humano. Un humano puede procrear solamente a otro humano y no a un animal ni a un vegetal, por más vida que ellos tengan. Un humano puede ver, oler, tocar, escuchar y saborear las cosas no humanas y a los seres vivos, hasta los puede dibujar o fotografiar, pero nunca podrá hacerlos. Y aunque quisiéramos meternos en la fantasía y creer que sí es posible, de todos modos no lo haríamos nunca imperfecto. Siempre vamos a querer, aunque no siempre lo logremos, que nuestras creaciones sean perfectas. Tal vez no hermosas, pero sí lo más perfectas posibles hasta donde nuestra capacidad alcance. Un arquitecto hace los planos de una construcción para que esta sea duradera en el tiempo, aunque tal vez no tan grande ni tan bella. Ningún arquitecto construiría un edificio a sabiendas que se vendrá abajo en poco tiempo, a menos que tenga maldad. Y de ser así, eso es lo que deseó hacer, por lo tanto le quedó bien, porque quiso hacerlo mal y le salió todo lo mal que quiso.
Cuando hacemos cualquier actividad deseamos, en principio de cuentas, hacerla lo mejor posible. Si no nos queda como lo hemos deseado, la sensación no será la misma a la que lo hubiéramos logrado tal como lo imaginábamos. Eso no quiere decir que lo que imaginamos sea siempre correcto, sino que el acto final fue el deseo tal como lo planeamos desde el principio.
Y esto es en referencia a toda actividad. Ya sea escribir una carta, hacer un cartel publicitario, dibujar, cantar, mandar un mensaje por WhatsApp o lo que sea. Siempre queremos hacer las cosas lo mejor posible, y, aunque no siempre nos cause frustración, debemos reconocer que no es igual el sentimiento al final si hemos logrado o no nuestro propósito. Por lo general, ese propósito no se logra de la misma manera en que fue planeado, y esto puede ser por varios motivos. Uno de ellos es porque a media acción cambiamos de opinión. Otro es porque no supimos hacerlo y a veces lo sabíamos desde antes, pero de todos modos lo intentamos. Otro motivo puede ser porque no teníamos todo lo necesario, incluyendo materiales, lugar, clima, relajación, tiempo, etcétera.
Pero, ¿acaso Dios puede hacer algo imperfecto, algo que no le quede como ÉL lo planeó desde el principio, como lo tenía imaginado antes de hacerlo? ¿Acaso al Creador de todas las cosas pueden faltarle materiales o algunos de los factores antes mencionados? ¡Por supuesto que no, porque ÉL es el Creador de todo, y también de la nada!
Entonces, ¿somos seres perfectos o será que nuestra perfección consiste en el hecho que somos tal cual Dios quiso hacernos, así de imperfectos y le quedó bien?
Pero antes de tantas preguntas, creí que era imperante preguntarme qué es y de qué consta la perfección? ¿Existe? ¿Para qué sirve? ¿Alguien puede definirla? ¿Cómo sería posible definir algo que nadie sabe qué es, que nadie ha visto, que nunca nadie ha experimentado? ¿Cómo sería posible pretender saber lo que es la perfección si en conclusión, termináramos por responder que somos imperfectos? ¿Acaso alguien imperfecto puede saber lo que es la perfección? De la misma manera, ¿alguien perfecto puede saber lo que es la imperfección?
En ese momento se me desvanecieron todas las preguntas anteriores y sólo me quedé con la duda de saber qué es, de qué consta, y si existe o no la perfección tan nombrada.
Al hacerme tantas preguntas me di cuenta que ninguna pregunta era realmente una pregunta, sino más bien una respuesta muy clara. Dado que al tener tantas preguntas era una clara señal de mi imperfección. De haber sido perfecto, no es que tendría todas las respuestas, sino que no hubiera tenido preguntas.
¿O será que es justamente la perfección la que me conduce a cuestionarme más y más cosas?
Y como no supe responder nada, llegué a la conclusión que si no tendría preguntas, si supiera todo, no hubiera motivo alguno de existir. ¿A qué vine al mundo si todo lo sé, nada me causa dudas, no tengo nada nuevo que aprender?
Entonces volví a una de mis respuestas, asegurando que esta era la buena:
Dios es perfecto, por eso nos creó imperfectos, para tener motivo de existir.
¿Acaso existe la posibilidad, aunque sea en la fantasía, de, con el afán de perfeccionarnos, llegar a esa perfección o es algo inalcanzable?
Y si es inalcanzable, ¿para qué intentarlo?
Por la razón que, si fuera alcanzable, al momento de lograrlo, estaríamos forzados a dejar de existir, puesto que ya no tuviéramos razón de ser. Y, al ser justamente inalcanzable, en eso radica la perfección.
Conclusión: la perfección no consiste en lograrlo, sino en querer lograrlo haciendo todos nuestros esfuerzos para ello, a sabiendas que la meta es inalcazable.
Y volviendo a la pregunta inicial: si Dios es perfecto, ¿Acaso puede hacer cosas imperfectas?
¡La respuesta es ¡NO!
Todo lo que ÉL hizo, hace y hará, siempre fue, es y será perfecto. Y por eso mismo hizo todo lo que hizo imperfecto. Porque la perfección no consiste en lograrlo, sino en querer lograrlo haciendo todos nuestros esfuerzos para ello, a sabiendas que la meta es inalcazable.

Acerca de Rob Dagán

Mi nombre es Gabriel Zaed y escribo bajo el seudónimo de Rob Dagán. Mi pasión por la escritura es una consecuencia del ensordecedor barullo existente en mis pensamientos. Ellos se amainan un poco cuando son expresados en tinta, en un escrito. Más importante es expresarse que ser escuchado o leído, ya que la libertad no radica en hablar, sino en ser libre para pensar, analizar.

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