Analicemos un caso que a cada uno de nosotros nos ha ocurrido en nuestra vida.
Imaginemos que estamos en una fiesta y de repente alguien nos da un golpe en la espalda. La reacción normal de cualquier persona es enojarse y molestarse. Pero, ¿qué pasaría si ese alguien es un gran amigo al que no hemos visto desde hace muchos años y vino a saludarnos? ¿Y si ese alguien es nuestro padre, que quiere darnos un abrazo por el gusto que tiene al vernos?
Seguramente nuestra reacción no sería de enojo, sino al contrario; ese golpe nos daría gusto, pues sabemos de quién viene y por qué vino.
Igual funcionan los golpes de la vida (problemas económicos, sociales, etc.). Si llegamos a entender que ésos son mandados por Dios (nuestro Padre y mejor amigo), seguramente nuestra reacción sería diferente y por ningún motivo nos enojaríamos, pues entenderíamos que esos golpes son para nuestro bien…
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