¿Qué pasa con las conversaciones con Irán?

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El año pasado, cuando Estados Unidos y sus aliados firmaron un acuerdo nuclear provisional con Irán, el secretario de Estado John Kerry le dejó claro al mundo que no se permitiría que la ulterior ronda de conversaciones para alcanzar una solución definitiva del problema se prolongara indefinidamente. A diferencia de anteriores intercambios diplomáticos con Irán, las negociaciones se limitarían a un período de seis meses, tras el cual o se llegaría a un acuerdo satisfactorio para acabar con la amenaza nuclear, o Irán afrontaría graves consecuencias. Pero un discreto anuncio de la Unión Europea acerca de un puesto diplomático demuestra que lo que Kerry dijo que nunca se consentiría que ocurriera es justo lo que va a suceder.

El anuncio se refería a la encargada de política exterior de la Unión, Catherine Ashton, que, según hemos sabido, continuará al frente de las negociaciones en las conversaciones del P5+1 con Irán incluso después de que en noviembre expire su periodo en la Comisión Europea. La que ha sido elegida su sucesora, la actual ministra italiana de Exteriores, Federica Mogherini, no será quien asuma la responsabilidad de encabezar la delegación occidental en las negociaciones; Ashton proseguirá en esta ingrata tarea. Pero, al margen de las quejas acerca de su desempeño anterior de este función, el cual inspira poca confianza en su voluntad de presionar al régimen islamista o en su compromiso por acabar con el peligro de una bomba iraní, hay otro pequeño problema.

Si se supone que la ronda final de conversaciones del P5+1 sólo iba a durar seis meses, ¿por qué seguirán siendo necesarios los servicios de Ashton más de un año después de que se firmara el acuerdo provisional?


La respuesta no puede ser más evidente. Pese a las pías promesas de Kerry y demás defensores del acuerdo provisional, respecto a que Occidente había aprendido la lección en lo relativo a dejarse tomar el pelo por los iraníes, en realidad han vuelto a picar el mismo anzuelo. Tras haber sido engatusados para firmar un acuerdo provisional que suavizaba las sanciones contra Irán justo cuando la enorme presión económica y militar sobre el régimen parecía brindar una oportunidad para obligarlo a entrar en razón sin emplear la fuerza, los negociadores occidentales ahora se han visto atrapados en una estratagema creada por ellos mismos. Se lo jugaron todo creyendo que Irán estaba dispuesto a firmar un acuerdo definitivo que le permitiría a Obama cumplir su promesa electoral de detener a Irán. Pero tras varios meses de conversaciones que han vuelto a demostrar que los iraníes jamás renunciarán a su programa nuclear ni admitirán condiciones que eviten realmente que construyan una bomba, Estados Unidos y sus aliados sienten que no les queda más remedio que seguir hablando, aunque no haya un fin a la vista. 

El anuncio sobre Ashton es significativo porque incluso cuando el grupo del P5+1 prorrogó formalmente las conversaciones con Irán una vez se superó el tope de seis meses este verano (a Irán ya se le había permitido retrasar la fecha de inicio del plazo), al Congreso y al pueblo estadounidense se les aseguró que ello no implicaba que fueran a prorrogarse indefinidamente. Pero con los iraníes plantados en sus trece en una serie de cuestiones, incluidas las inspecciones por el Organismo Internacional de Energía Atómica, su refinado de uranio y su acumulación de combustible nuclear, parece que no hay posibilidad de que la próxima ronda de negociaciones, que se celebrará en Nueva York durante la reunión de la Asamblea General de Naciones Unidas, no sea sino una continuación de frustraciones pasadas para Occidente y de tácticas dilatorias de los iraníes.

La cuestión de que Irán controlara el reloj en estas conversaciones siempre ha sido crucial, porque, durante la última década, ha sido obvio que ello no hace más que concederles más tiempo para alcanzar sus objetivos nucleares, después de lo cual a Occidente ya no le será posible emprender acciones significativas. Es lo que sucedió cuando prevaricaciones similares funcionaron para permitirle a Corea del Norte alcanzar el umbral nuclear, algo que le resultará dolorosamente familiar a Wendy Sherman, líder de la delegación estadounidense en las negociaciones presididas por Ashton, que desempeñó ese mismo papel con los norcoreanos. 

Resulta indicado señalar que, cuando quienes criticaban el acuerdo provisional plantearon cuestiones acerca de sus indulgentes términos, del levantamiento de las sanciones y de que los iraníes volvieran a emplear tácticas dilatorias con Occidente, los llamaron “belicistas”. Los intentos de una mayoría en ambas Cámaras por establecer nuevas y más duras sanciones contra Irán, que entrarían en vigor sólo cuando la siguiente ronda de negociaciones se considerara fracasada, fueron criticadas por la Administración, que las consideró una intromisión injustificada en el que consideraban un fructífero trabajo diplomático. 

Si esas sanciones se hubieran impuesto el pasado invierno en vez de ser frustradas mediante maniobras procedimentales por el líder de la mayoría en el Senado, Harry Reid, y por las amenazas de veto del presidente Obama, Ashton y los negociadores del P5+1 tendrían cierto poder real sobre los iraníes en estos momentos. Pero, lejos de hacer que la diplomacia floreciera, la derrota de las sanciones fue un regalo para los iraníes, que ahora se ven con fuerzas para volver a las tácticas dilatorias de antaño.

La postura iraní se ve reforzada por la situación en Irak y Siria, donde el auge del Estado Islámico (gracias, en no poca medida, a otras meteduras de pata de la Administración en política exterior) ha hecho que el Ejecutivo estadounidense se resista aún más a ofender a Irán. Tener un enemigo común con Estados Unidos parece haber hecho que los iraníes se crezcan y crean que no tienen nada que temer. Además, se benefician del conflicto ucraniano entre Occidente y Rusia, pues Moscú ahora parece dispuesto a ofrecer a los iraníes un mercado de salida, lo que disminuiría el efecto de unas sanciones. 

Visto así, Ashton puede tener motivos para creer que tendrá un empleo más o menos fijo en un proceso del P5+1 que podría extenderse bastante en el tiempo. Pero admitirlo no sólo desmiente las promesas de Kerry acerca de los límites temporales del acuerdo provisional; también da confianza a los ayatolás en que Occidente ya no va en serio, si es que alguna vez lo fue, respecto a evitar que lleven a cabo sus ambiciones nucleares.

Commentary

http://elmed.io/que-pasa-con-las-conversaciones-con-iran/

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