La obra del maestro José Sacal se encuentra en exhibición en el Museo Iconográfico del Quijote

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Fotografía proporcionada por el MIQ.

La obra es un rostro que observa y enjuicia, paseando su mirada sobre su creador, quien expone ante su otro yo la naturaleza de su ser: el arte como lago cristalino donde reflejarse, la reflexión vuelta materia, las manos que trocan el barro en miradas y gestos. De esta forma, el arte se vuelve el ejercicio más reflexivo de todos, suponiendo un paso hacia ese ideal que el Oráculo de Delfos expresaba a todos sus visitantes: “conócete a ti mismo”.

La obra de José Sacal actúa a manera de espejo: en ella vemos la refracción de la imagen de su espectador, de su autor y del personaje que encarna. Enmarcado por la crítica en la corriente del surrealismo, a Sacal poco le importan estas catalogaciones: él cree que su obra nace únicamente de su interior, y que al salir de su taller se transforma en todo aquello que el espectador desea y espera ver.


“Hago lo que siento”

De visita en Guanajuato para inaugurar su exposición “Personajes de la historia”, montada en el Museo Iconográfico del Quijote, José Sacal conversa acerca de ese gran ejercicio auto reflexivo que es su obra: el encontrarse a sí mismo en el rostro de otros.

Sacal piensa que sus obras no se pueden proyectar, ni siquiera los retratos; simplemente surgen al abrigo de las manos y el ingenio: “mucha gente ya me considera un artista surrealista. Si bien tengo matices surrealistas, lo que pasa conmigo es que hago las cosas como las siento, como las veo, no copio un modelo ni nada de eso. Si me dicen ‘haz una figura x’, lo haré como lo sienta. Por ejemplo, hay muchas personas que me dicen ‘pues hazme una escultura de mis facciones’ y le contesto que yo no hago eso. Me dicen que de todas formas lo haga, así que les pido que se aguanten con lo que haga, porque quién sabe cómo vaya a terminar, les digo que puedo estudiar su historia que conozca y eso es lo que va a salir. Eso ocurre con mi obra, estudio a mis personajes, ya sea su comportamiento, cómo nace, cómo se reproduce, cómo muere, el comportamiento del animal (cuando es el caso) y es lo que trato de expresar. Lo mismo pasa con un personaje de la historia o con un gran maestro de la plástica. Sale exactamente lo que yo siento, ya que es como un libro para que la gente que está interesada en el personaje sienta de alguna manera lo que yo traté de explicar con mi idea. Es exactamente lo que yo siento al tratar de expresarme”.


Fotografía proporcionada por el MIQ.

Otredad que seduce

La obra de José Sacal extraña y seduce; los rostros que esculpe nos sonríen maliciosamente e invitan a indagar en las líneas que se dibujan en sus contornos, en las lecturas escondidas de sus trazos. Es un laberinto abierto al aventurero de la interpretación, donde el espectador encuentra los entresijos, no sólo de una obra, sino de todo un artista, ya que, para Sacal, la voz del espectador está por encima de todo: “yo tengo mucho respeto por lo que piensa la gente, porque yo no me conozco a mí mismo y muchas veces me conozco a través del pensamiento de la gente. Porque uno no sabe lo que hace. Una obra que no es vista es como si no existiera, es como un libro cerrado y cuando se abre es cuando toma vida”.

Para Sacal, la reacción del público es necesaria para saber que la obra está viva, sin importar que dicha reacción vaya de un extremo a otro, de la fascinación al rechazo: “habrá a quienes les guste, que los intrigue, o que les disguste por supuesto. Tengo una obra en Los Ángeles, en el Museo de la Tolerancia, un museo donde no hay ninguna imagen, es un museo histórico 100 por ciento y les gustó una escultura llamada ‘Holocausto’ y la pusieron en la entrada. Desde entonces ha causado mucha controversia: hay gente que se pone a llorar, hay gente que les encanta, hay gente que no la puede ver. Les genera un shock tan fuerte que me han contado los directores de ahí que la gente de servicio que limpian el museo no quieren pasar por ahí. Es una reacción inesperada”.


Fotografía proporcionada por el MIQ.

Un escultor críptico

“Personajes de la historia” muestra una docena de personajes que han influido de manera importante en la vida del escultor mexicano. En la exposición, encontramos la perspectiva íntima con la que Sacal describe a estos personajes: Mao Tse Tung con el cerrojo en la boca, Napoleón como un caballo presto a galopar, Gandhi, deformado por la carga de la historia, y la máscara del Santo, semejante a una campana que llama para apaciguar las pasiones populares.

Sacal se regocija cuando estas piezas se enfrentan al ojo del espectador. Ya sea en el entorno urbano o en la sala del museo, siempre será satisfactorio para el artista ver la fascinación y el extrañamiento en el ojo del que interpreta: “qué bueno que salgan de mi taller, porque estando en mi taller es como un cementerio, aquí es donde toman vida, o en el entorno humano, en las calles que es por lo que siempre hemos pugnado, llevar el museo a la gente”.

El retratar en la escultura a estos personajes es un acto natural para Sacal: “me digo: ‘¿qué personajes me han impactado desde que yo era niño?’ Y surgen naturalmente: Fidel Castro y el Che, por ejemplo, yo estudiaba la preparatoria cuando marché a favor de Castro, con todo y garrotazos. Crear estos personajes es un acto donde me atrevo a expresar mi juicio sobre ellos ¿Qué hizo esa persona en su vida? ¿Cómo se portó? ¿Qué aportó a la historia? Todas esas cosas tan escondidas, se encuentran en estas piezas. Se pueden leer, como mensajes ocultos. La gente los observa y saca conclusiones muy particulares”.


Fotografía proporcionada por el MIQ.

El inevitable Quijote

Se dice que todo artista tiene una relación con el Quijote, que el ideal del ser libre se encuentra en sus andanzas. Sacal regaló a Guanajuato su visión del personaje de Cervantes: un ángel atravesado por las aspas del molino ilusorio, por el golpe de la terrible realidad: “esta escultura dejó en Guanajuato una parte de mí. En mi visión del Quijote, las aspas de los molinos han llegado a impactarlo y cruzaron el cuerpo, se ha hecho un ángel, como una transformación mítica”.

Sacal tampoco oculta su admiración por ese capricho hecho ciudad que es Guanajuato: “Guanajuato es una ciudad bellísima, desde siempre me impactó. Es una ciudad con una historia fabulosa y el pueblo guanajuatense tiene un encanto diferente a otros pueblos, a otra gente y a otros personajes. Aquí hay mucha historia. Tuve un gran amigo que era guanajuatense, estudié con él la preparatoria en Cuernavaca y venía con él a Guanajuato de joven, descubrí su encanto desde entonces”.

Del devenir y la satisfacción

Sacal no se preocupa pensando mucho en el futuro: su taller es un lugar donde la experimentación constante dicta el próximo paso a seguir: “yo me dejo ir, me dejo llevar. A veces viene mi señora y me dice: ‘¿Qué porquería estás haciendo?..’ a veces destruyo la obra, a veces la termino bien, pero yo sigo trabajando y todos los días voy animado haciendo y deshaciendo. Yo más que un taller tengo una sala de experimentos”.

José Sacal no cree en el elogio cosmopolita, ni le importa. Para él, la sinceridad es el mejor juicio de valor para su obra, y el que proviene de la gente es el que lo motiva a seguir experimentando.

El maestro concluye con una anécdota que pinta su naturaleza creadora de forma completa: “una vez puse una escultura en la avenida Juárez de la Ciudad de México y se me acercó un indito a preguntarme qué era eso que estaba viendo y eso me llena de orgullo, pues se despegó por un momento de sus pensamientos y problemas para contemplar la obra. En otra ocasión vi a una de esas marías vendiendo chicles, observando atentamente la obra, eso me llena de orgullo. Eso es el aplauso. Si me critican de forma positiva o negativa me agrada porque eso significa que mi obra dejó una impresión que es lo importante, más allá de la crítica especializada, lo que me diga cualquier ciudadano, es lo que más me llena”.

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