Me di cuenta que Estaba Enojado con Di-s

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Eran los días previos a Iom Kipur. Me sentía solo y triste y no podía darme cuenta del motivo. La soledad venía acompañándome desde hacía meses.

En mi casa, todo estaba bien con mi señora y mis hijos. Había hablado por teléfono con mis hermanas, tampoco allí había problemas y la comunicación con mis amigos era muy estrecha.

Estaba extrañando a D-os.


Estaba y había estado sintiéndome lejos de Él. Era un sentimiento extraño para mí. Aún en los últimos años de mi adolescencia, cuando tenía necesidad de encontrarme con D-os, era capaz de conectarme con Él. Él siempre contesta a mis llamados. A veces ni siquiera necesito llamarlo. Simplemente siento Su presencia mientras avanzo por la vida.

Pero estos últimos meses han sido solitarios. Estaba separado de Él, sin siquiera poder llamarlo. Y yo no sabía el motivo.

Justo antes de Iom Kipur, recibí un e-mail de un amigo. No es un judío religioso, lo que no nos impide mantener largas conversaciones acerca de D-os y la Torá. Es escritor y tiene facilidad de palabra. También compartimos la misma enfermedad, y hablamos mucho sobre nuestros síntomas, historias clínicas, miedos, tratamientos y dolores. Hay algo especial que le sucede a quienes comparten la misma enfermedad. Nunca nos preocupa la posibilidad de aburrirnos mutuamente. Todas nuestras preocupaciones y obsesiones sobre los cambios diarios en nuestra salud o en los síntomas, así como los hallazgos más recientes de nuevos medicamentos y tratamientos a través de Internet, podrían llegar a aburrir a los demás, pero ejercen una permanente fascinación sobre nosotros.

Al final de este e-mail mi amigo me escribió: “Jay, no creo que este Iom Kipur debas ir al shul y pedirle a D-os que te perdone. Este Iom Kipur tendrías que quedarte en tu casa y es D-os quien debería acercarse de rodillas para pedirte a ti que lo perdones a Él por lo que Él te ha hecho”.

Cuando leí estas líneas me empecé a reír. Mi amigo es un sacrílego agitador. Creía en lo que me estaba diciendo, pero había escrito estas palabras más que nada para escandalizarme. Tomé nota de su mensaje, pero le presté poca atención.

A medida que se acercaba el día de Iom Kipur, seguía tratando de saber qué era lo que estaba pasando entre nosotros, entre D-os y yo. Me preocupaba que en este día de oración y ayuno careciera del vínculo que Iom Kipur generalmente trae consigo.

Y fue entonces que, en un instante, me di cuenta que estaba enojado con D-os. Estaba enojado por mi enfermedad y porque todavía no estaba curado. Estaba enojado por mi sufrimiento. Y estaba enojado por la alteración en mi vida, el miedo y la ansiedad que le estaban causando a mi familia y a quienes me querían y apreciaban. Estaba enojado por todo lo relacionado con mi enfermedad y Él, que es quien rige todo lo que sucede en el mundo, era responsable y era a quien podía culpar.

Y fue en este espíritu que llegué al día de Iom Kipur, enojado con D-os.

Me puse mi kitel y talit y me dirigí al shul. Los doctores y el Rabino me habían autorizado a ayunar de modo que, golpeándome el pecho, enumeré mis pecados. Pedí perdón. Y aún así, sin que tuviera importancia la longitud de la lista de pecados, sin que importara con qué intensidad yo buscara el perdón, no podía encontrar ningún acto tan atroz que mereciera el castigo que yo sentía que me estaba siendo impuesto.

Recé por el perdón de D-os y, en mi libro de oraciones, leí las palabras que prometían Su perdón. Él me iba a perdonar, leía, porque así era Su naturaleza. Él perdona. Él me quiere. Quiere que esté cerca de Él. No me perdona por cualquier motivo, ni porque me lo merezca, simplemente porque Él es así. Él es misericordioso y “hace borrón y cuenta nueva” para que ambos -Él y yo- podamos estar nuevamente cerca en el año que se inicia.

Y yo leía estas palabras, preciosas expresiones, pero aun así mi enojo se mantenía.

Entonces volví a recordar el e-mail. En su cinismo mi amigo había dado en el blanco: yo necesitaba perdonar a D-os. Era yo quien tenía que liberarme de mi enojo y de culparlo por la enfermedad que Él me había dado. Necesitaba “hacer borrón y cuenta nueva” para que Él pudiera estar nuevamente conmigo.

Pero ¿cómo hacerlo? ¿En base a qué iba a poder perdonarlo? Si Él fuera humano, podría perdonarlo por Su imperfección, Su falibilidad, Su mezquindad, Su formación, Su fragilidad y vulnerabilidad. Podría tratar de ponerme en Su lugar y entender Su punto de vista. Pero, ¡Él es D-os, perfecto y completo! Que actúa con sabiduría e intencionalidad. ¿Voy a ser yo quien lo va perdonar a Él?

Y, a medida que iba siguiendo las oraciones a lo largo del día, con mi enojo e incapacidad para perdonar permanentemente en mis pensamientos, las palabras de súplica por el perdón de mi libro de oraciones comenzaron a transformarse en enseñanzas para perdonar. ¿En este día de Iom Kipur D-os me estaba enseñando cómo perdonarlo? ¿Eran estas palabras lecciones de perdón que venían del Maestro del Perdón?

Las instrucciones parecían ser claras: perdona por el bien de perdonar. No perdones porque hay un motivo que tú comprendas (porque puede que nunca entiendas Mis caminos) ni porque lo merezca (ya que las maneras en que Yo las manifiesto son a menudo terribles y temibles). Perdóname solamente por amor, para que podamos estar cerca nuevamente. Perdóname porque tú, creado a Mi imagen y semejanza, también eres indulgente. Te he creado con esa capacidad para que, no importa lo que suceda a lo largo de tu vida, tú y Yo podamos estar cerca y que, por encima de lo que pueda suceder entre tú y a quien tú quieras, siempre se puedan volver a encontrar y recomenzar, limpios y puros, prontos para un nuevo comienzo.

El mensaje y las instrucciones estaban allí y, a través de las oraciones, empecé a oír que D-os me estaba hablando, que me tendía la mano en un gesto de reconciliación, esperando mi perdón, dándome los mensajes para perdonarlo a Él.

Volví a recordar el provocativo e-mail de mi amigo. No, D-os no se acercaba de rodillas. ¿Pero, estaba pidiendo perdón? ¿Estaba suplicando que lo perdonara y me reconciliara con Él? ¿Nuestra armonía era más importante para Él que cualquier pecado que hubiera cometido contra Él o cualquier dolor que me hubiera producido a mí?

Aún así, no podía hacerlo. Incluso percibiendo hasta qué punto Él me estaba tendiendo la mano, yo no era capaz de perdonarlo. Aunque en este día de la verdad quería perdonar, me daba cuenta que no me era posible. Lo que Él me había hecho seguía siendo demasiado terrible, demasiado deliberado como para perdonar.

A medida que se acercaba la oración de finalización, Neilá, yo estaba desesperado. Todo parecía imposible. Cuando presenté mi caso ante los invisibles jueces internos que llevo conmigo, recibí la sentencia justa. Es culpable. Se merece que me mantenga distante y que lo rechace, y que yo siga terca y justificadamente en esta posición.

Pero, cuando empezó a atardecer, me sentí absolutamente solo. La soledad era insoportable.

Este sentimiento me recordaba las discusiones con mi mujer. Cuando nos peleamos por algún daño o injusticia que haya tenido lugar, le presento el caso a mis jueces interiores y ellos me dan la razón. Me retiro a mi posición de justicia y la castigo con el rechazo y la distancia. A veces dura unas pocas horas, otras, varios días. Pero, al final, hace su ingreso la soledad. La distancia se vuelve insoportable. El retiro exige finalización. Mi deseo de reconciliación y reunificación supera cualquier necesidad de estar en lo cierto o aplicar un castigo. Y así, sin necesidad siquiera de hablar sobre el motivo de la pelea, eventualmente nos perdonamos para poder estar de nuevo juntos, queriéndonos nuevamente, siguiendo con nuestras vidas, vínculos y familia, con buena voluntad para empezar una vez más. No perdonamos por una razón en especial, ni porque nos aceptamos con nuestra mezquindad, fragilidad o imperfección humana. Simplemente nos perdonamos por el deseo de amar y reunificarnos. Sólo para estar nuevamente juntos. Para que las cosas estén como deben estar.

Y, fue en los últimos momentos de Iom Kipur, a través de mi insoportable soledad y separación de D-os, que encontré mi capacidad para perdonar. Perdoné simplemente para que -D-os y yo- pudiéramos estar cerca nuevamente. Para que pudiéramos retornar a la armonía que debemos sentir entre nosotros. Fue por mi amor hacia Él, mi necesidad de Él, mi incapacidad de continuar sin Él que, dentro de mí, encontré esa capacidad. En actitud de perdón extendí mi mano hacia Él y en ese momento el dolor y la culpa empezaron a desaparecer.

Para mí Iom Kipur no ha terminado. Este tema del perdón no es tan sencillo como para que lo pueda aprender e internalizar en un día. Mi enojo y resentimiento, frustración e intolerancia siguen ardiendo, continúan causando daño. En mis días malos me resulta difícil aceptar todo lo que está sucediendo, cambiando, desafiando a mi vida. Pero el proceso tiene una nueva dinámica. Una suavización. Una aceptación. Un dejar que la vida siga su curso. Un… perdón.

Porque, en realidad, en la fragilidad de estos momentos de mi vida jamás querría estar separado de D-os, de quienes amo, del sol que se levanta o de un cielo tachonado de estrellas.

No quiero que el enojo y la culpa arruinen ningún momento de mi vida ni me separen de la armonía con la que D-os ha creado el mundo y que solamente yo tengo el poder de destruir.

Con gratitud expreso que D-os me ha dado la capacidad de perdonar, y ahora, en estos días que pasaron desde Iom Kipur, me da la oportunidad de revelar ese perdón. Él sabe que ambos, Él y yo, y todos a quienes Él y yo amamos podrán llegar a cometer acciones imperdonables unos contra otros. Y, a pesar del dolor que nos causemos mutuamente, necesitaremos perdonarnos los unos a los otros.

No perdonar sería una insoportable perturbación de la armonía de la creación.

Fuente: es.chabad.org

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