“Casamenteros”, el rol de las mujeres y otros secretos de una comunidad judía ortodoxa contados en primera persona

El rabino Gabriel Benayón, de la comunidad Lubavitch, la misma a la que se acercó el presidente Milei, es autor del libro “De mi ansiedad a tu felicidad”. Allí cuenta su historia de vida y cómo superó trastornos de ansiedad Por:
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De mi ansiedad a tu felicidad: en el título del libro escrito por el rabino Gabriel Benayón –cuyo documental homónimo, dirigido por Rodrigo Vila y con guión de Sebastián Meschengieser, gira por el mundo– está todo el mensaje. O cuanto menos, su esencia. Este hombre de 43 años, criado en Montevideo y radicado en Miami, busca compartir su propia experiencia, vinculada a un cuadro de salud mental, para ayudar a quienes atraviesan una situación similar. Y que logren superarla.

Y entonces, relata: “Yo tenía 20 años y estaba con mi mamá en una conversación, en un día normal, cuando apareció mi hermana Sabrina con una bola en su garganta. Enseguida me di cuenta de que eso era un tumor. Y así se diagnosticó: tumor en la tiroides. Fueron tres semanas de mucho miedo e incertidumbre. La operación fue todo un éxito, pero yo quedé enfrascado con una ansiedad que se transformó en emociones negativas muy fuertes, pensamientos catastróficos, y en síntomas desgarradores, hasta terribles ataques de pánico”.

Como rabino, Benayón comenzó sus estudios muy temprano. “Pertenezco al movimiento ortodoxo, aunque no me gusta definirnos como ortodoxos porque, de alguna manera, así te etiquetás. Si yo soy ortodoxo y vos no sos ortodoxa, ya estamos separándonos”, explica en este diálogo con Infobae, en el que abundarán conceptos tan claros como su manera de expresarlos. “Tengo que aclarar que no nací religioso; nací judío tradicionalista no religioso”, dice.


—Es un judío que, junto a su familia, sigue en general las fiestas más generales, las tradiciones, y cumple algunos preceptos. El ayuno de Kipur, el Pésaj; por supuesto, la bar mitzvá. Uno tiene la circuncisión, el Brit Milá. Pero no comíamos estrictamente kosher. Mis padres me mandaron a una escuela judía, aunque antes discutieron: a pesar de ser judío, mi papá no quería que yo fuera a una escuela de la comunidad. Creo que quería un pensamiento más universalista, más heterogéneo. Mi mamá sí quería, a pesar de que no era religiosa.

El adolescente Gabriel tenía sueños de fútbol: pudo ser arquero de Peñarol, “el equipo de fútbol más famoso de Uruguay”, recuerda, hasta con orgullo. Hasta que todo cambió el 18 de julio de 1994. “El atentado a la AMIA fue como un despertador para mi papá: ‘Tengo que hacer algo, ayudar a mi pueblo’, se dijo. Y buscó canalizar esa energía energía en la sinagoga. Fue a una sinagoga, a otra, pero no encontraba tanta profundidad. Hasta que encontró esa inspiración en Lubavitch, que es el movimiento aparentemente más ortodoxo. Yo tenía 14, 15 años, y ya nos fue jalando un poquito también. Así fue cómo la familia Benayón comenzó este viaje”.

—Tu camino en la religión empieza en Lubavitch y hoy, continúa ahí.

—Sí, sí. Comencé a estudiar en un seminario rabínico en la Argentina: mis primeros tres años ahí, en Agüero y Cabrera. Y luego pasé por Israel y por Estados Unidos. Desde que ingresé a la práctica oficial de los preceptos, dije: “Quiero ser un rabino de Lubavitch, lo que se llama un Sheliaj, un emisario del Rebe de Lubavitch, en una ciudad donde me designen o donde exista la oportunidad para poder inspirar”. Realmente me enamoré del judaísmo, de la inspiración de la Torá.

—¿Te permitiste cuestionar? ¿Encontraste cosas que sintieras extremas o que no se acercaran a lo que sentías?

—Siempre fui una persona muy sensible, muy empática, que le gusta mucho ayudar. Y buscaba la misión de la vida: por qué estamos aquí, por qué la vida caduca a los 70, 80, 100 años. Encontré muchas respuestas. Y mucha alegría, mucha inspiración. Cuando llega el COVID, este virus me agarra de una manera muy fuerte a finales del 2019: los doctores todavía no conocían cabalmente el virus. Durante seis meses estuve luchando por mi vida, con mucho miedo, mucho dolor, con más de 30 síntomas. En ese proceso de sanación apareció un despertar espiritual, una transformación muy fuerte donde tuve preguntas muy profundas. Me cuestioné muchas cosas. No eran preguntas para abandonar el barco, sino para afianzar todo este proyecto de vida que comenzó en 1994. Pero no puedo decir que no habían dudas, que en ese momento no sentía que Dios me había abandonado. Fue un trauma particular y familiar muy poderoso.

—¿Cómo fue sentir trastornos de salud mental dentro de la comunidad?

—Para mí era terrible, porque me sucede esto en la Yeshivá. Yo estaba en New Jersey y los amigos que compartían conmigo la habitación no entendían lo que me estaba pasando. Yo sentía que me estaba volviendo loco. En mis pensamientos negativos, llegué a creer que nunca me iba a poder casar, a formar una familia, a ser ese rabino que yo quería ser. Todo eso se transformó. Me encantaría decirle a las personas que esos pensamientos catastróficos, negativos u obsesivos que tienen, no se cumplen, no son verdad. Y hasta son todo lo contrario.

—En ese momento sería difícil plantear dentro de la comunidad ese problema de salud mental: no estaba bien visto, ¿o sí?

—No, no.

—¿Era una comunidad que abrazaba y que podía entender que era un problema de salud, como podría ser el cáncer que tuvo tu hermana, o era raro?

—No. Yo sentí que era algo raro. Incluso me acerco al director del seminario rabínico y apenas le planteo mi situación, me dice: “Tienes que volver a Montevideo, dejar esta institución y buscar ayuda médica”. Dentro de mis posibilidades, quiero mostrar que este rabino pasó por ese sufrimiento. No quiero enseñar desde un pedestal. Cuando hablamos de líderes religiosos normalmente enseñan desde la plenitud o la perfección: sus discursos están como por ahí arriba, y el receptor está por ahí abajo. El rabino, el líder religioso, el gurú, son como pseudo perfectos.

De mi ansiedad a tu felicidad, el documental sobre la vida del rabino Gabriel Benayon

—Me parece doblemente valioso. Le estás hablando a quien está sufriendo para decirle que lo puede atravesar, que por supuesto necesita ayuda. Pero también le estás hablando a la comunidad y le estás diciendo que hay que recibir y abrazar a esa persona. Excluirla, no resuelve nada.

—No, no. Cien por ciento. La salud mental es igual que la necesidad de salud en cualquier otro órgano de nuestro cuerpo, y hay que atenderla, también en la prevención. Cualquier persona puede vivir la ansiedad.

—Tenés siete hijos.

—Gracias a Dios. Joseph es el más chiquito: tiene 8 años. Iejiel tiene 10, Jana 12, Jaia 14, Mendi 16 y Esthi 18. La mayor es Débora: tiene 19 años, casada y por darme un nieto; en julio, si Dios quiere.

—Me meto en la comunidad más religiosa, en la que conocemos como ortodoxa. ¿Si alguno de tus hijos no quiere seguir ese camino, puede hacerlo?

—Sí. Algunos de ellos en algún momento de su vida y de su viaje decidieron no cumplir sabbat, ni cumplir los preceptos generales, y nosotros con amor incondicional. Aunque fue difícil: fue un desafío, principalmente para mi señora; le costó un poco más porque ella sí nació religiosa. Mis hijos, después de haber tenido un lapsus donde dejaron de ser religiosos, decidieron volver. Y hoy, cumplen. Pero es su decisión.

—No eran castigados de alguna manera por no serlo. Estaba la posibilidad.

—Sí, sí. O sea, depende de cada familia. El movimiento Lubavitch parece ortodoxo a nivel de la vestimenta, y la gente que no conoce puede pensar que es como otros movimientos que ve en series de televisión. Porque parecemos exactamente lo mismo en la vestimenta, pero en la ideología y en el dinamismo…

—¿Hay distintos movimientos religiosos?

—Sí, dentro de la ortodoxia y dentro de lo que es el movimiento jasídico, hay diferencias realmente enormes.

—¿Hay diferentes niveles, distintas formas?

—Sí, sí, distintas formas. No podemos decir que nada es mejor que otra cosa. Son justamente niveles, matices.

—Tu hija de 19 años está por ser mamá. ¿Ella eligió con quién casarse?

—Sí, cien por ciento. Eligió casarse con un argentino, imaginate. Ella nació en Panamá, es muy americana. Y se encontró así (con su pareja), en la vida en Miami, y eligió casarse con él.

—¿No los presentó esta figura que a veces vemos de la casamentera?

—Bueno, es interesante la historia de Débora. Ella era muy muy muy religiosa, era perfecta en todo lo que tiene que ver con las etiquetas del movimiento Lubavitch y la religión. Pero le afectó muchísimo mi situación de salud en el 2020, mi crisis, a tal punto que ella no entendía. Tenía 16 años y se enojó con Dios. Y lo expresa: “¿Cómo Dios le está haciendo esto a una persona tan buena como mi papá?”. Y en el final de esa sanación encuentra a su pareja, que también es un chico que es Lubavitch y que pasó por todo el proceso. Creo que el casamentero en este caso fue…

—Fue Dios.

—Fue Dios.

—En tu caso, ¿sí fue una casamentera?

—En mi caso fue un casamentero.

—¿Cómo funciona un casamentero? O sea, ¿es como Tinder?

—Yo no conozco mucho Tinder… (risas). Viajé a Panamá para hacer un campamento para niños muy famoso. Entonces el papá de mi esposa, Nejama, le pregunta al rabino: “¿No conoces a alguien para mi hija? Ella está en edad de casamiento”. Mi esposa había estado antes en Australia y en Canadá, y había salido con muchachos o propuestas, no voy a decir cuántos, y no había cuajado. Y este rabino, Lein, que me conoció en Panamá, le dijo a mi suegro: “Este muchacho Gabriel Benayón me gustó mucho”. Entonces nos presentó. Cuadró que salgamos. Salimos muchísimo tiempo: siete salidas (risas). Pura conversación: horas y horas conversando, analizando si teníamos los mismos proyectos de vida, los mismos sueños, las mismas aspiraciones. Y hablando y hablando y hablando, entonces firmamos contrato (risas), para casarnos tres meses después.

—¿Uno se puede besar antes del casamiento?

—No, no. El día del casamiento, después del palio nupcial, es el primer beso.

—¿Dar la mano antes del casamiento?

—Nada.

—Vos no podés tener contacto físico con mujeres que no sean tu mujer o tus hijas.

—Exactamente. Contacto físico de ningún tipo; ni dar la mano. Para el judaísmo y la tradición ortodoxa, el contacto físico es algo muy profundo que se debe mantener especialmente para la pareja, con el propósito fundamental de cuidar profundamente el núcleo familiar. Eso no quiere decir que una persona no pueda estar en contacto con otra persona, incluso del sexo opuesto, de una manera diferente. Podemos hablar.

—Qué pasaría si Esthi, tu segunda hija, decide que no se quiere casar, y que prefiere desarrollarse profesionalmente, como hoy tantas otras mujeres, y hacer un recorrido distinto en su vida. ¿Es aceptado?

—Sí, sí. Hasta los 18 años uno trata de influenciar e impactar en sus hijos con un mensaje. Mi hija Esthi está siendo una influencer muy importante en Instagram. Es muy especial.

—¿De qué habla Esthi?

—En su proceso de cambio, ella tuvo su lapsus en el cual había dejado de cumplir la religión en forma estricta. Había dejado el recato, la modestia judía; se vestía con pantalones y minifaldas, no se vestía con faldas. Al principio le costó muchísimo a (mi señora) Nejama. Pero ella fue trabajándolo también para encontrar la manera de empatizar y conectar incondicionalmente con los hijos. Cuando los hijos no van en un camino como el que uno cree, es una oportunidad mayor para conectarnos con ellos, más allá de condiciones egoístas o personales.

—Se habló mucho de todo esto en la serie Poco ortodoxa.

—Correcto.

—¿La viste?

—No la vi, sinceramente. Pero siento como que la vi porque hay tanto en redes sociales…

—Al separarse, la protagonista tiene que irse de la comunidad. ¿Esto es así? ¿En la comunidad, vale divorciarse?

En la Torá, estrictamente, el divorcio es hasta un precepto religioso positivo. Pero, ¿cuándo? Cuando es necesario, cuando ya se hizo todo lo posible para mantener el matrimonio. En determinados casos es hasta obligatorio. En Poco ortodoxa es una situación un poco extrema. O sea, en Lubavitch no vemos tanto estos conceptos, pero en general, sí: el divorcio es un acto hasta positivo cuando es obligatorio y necesario.

El rabino Gabriel Benayon junto a su familiaEl rabino Gabriel Benayon junto a su familia

—¿Una mujer puede desarrollarse profesionalmente en la carrera que quiera, como por ejemplo Ingeniería, y ser religiosa?

—La verdad es que sí. Y está ocurriendo más en los últimos años. Antes no pasaba tanto, pero por un tema cultural, no porque hubiera una prohibición en la ley judía. En el barrio Crown Heights, en Brooklyn, está la sede de Lubavitch. Y allí se está viendo algo interesantísimo: muchas chicas jóvenes y recién casadas que estudian en la universidad carreras, licenciaturas. Hay toda una energía muy revolucionaria de la fuerza femenina de impactar al mundo fuera de la casa.

—Nuestro presidente se acercó mucho a la comunidad, a Lubavitch en particular.

—Correcto.

—Estuvo en Nueva York, en la tumba del Rebe. ¿Cómo lo vivieron?

—Fue muy impactante saber que esa inspiración y motivación impactó también en el presidente electo de la República Argentina. En realidad, tenemos claro que cualquier persona que va a estudiar un poquito la filosofía jasídica y va a entrar en los conceptos de judaísmo, y particularmente, cómo se ilumina el judaísmo con conceptos del misticismo, la Cábala, va a ser profundamente inspirado.

—¿Y es bien recibido? Me corro del presidente Milei: ¿cualquiera persona, de cualquier religión, que se acerca a estudiar estos preceptos, es bien recibido?

—Sí, sí, claro que es bien recibido. Nosotros no vamos a buscar a la gente: no hay un proselitismo en el judaísmo. No queremos transformar o lavarle la cabeza a nadie o acercarlo a nuestro judaísmo. Pero con el avance de la tecnología y con Internet, que hoy todo el mundo tiene a mano información de Torá, de judaísmo, de Cábala, hay un torrente de gente. En mis redes sociales tengo 50.000 seguidores, y creo que el 80% no son judíos. Es una información muy interesante que la gente está utilizando.

—Me gustó esta idea de no lavarle la cabeza a la gente porque hay una especie de mito: esto de que te cambian las ideas. Cuando yo iba al colegio Jabad Lubavitch, hacía viajes muy interesantes para los alumnos y la comunidad, pero algunos padres tenían miedo: “No, te van a lavar la cabeza”. ¿Cómo se instaló eso y por qué?

—Yo era bastante popular entre mis amigos, era uno de los líderes: con pelo azul y arete, un chico bastante normal, digamos. Y un día, cuando me hice religioso, estaba con los tzitzits y los tefilín, como bastante religioso. Y la gente dijo: “Bueno, se volvió loco y le lavaron la cabeza”. Pero no es así. Estos viajes de los cuales tú hablas son realmente inspiradores, pero lo que uno quiere es enseñar lo que cada judío tiene por su condición de judío. Sería muy lindo que supieras lo que tus abuelos ya sabían y que de alguna manera, por las situaciones de la vida post Holocausto y situaciones de crisis, hemos perdido. Lo único que estamos ofreciendo es que cada judío pueda conocer realmente quién es, y poder darles estas enseñanzas.

—¿Qué mirada tenés del antisemitismo que se está viviendo en el mundo?

—La discriminación y el antisemitismo que hoy sentimos, y particularmente cómo afloró después del 7 de octubre, es horrible. En las redes los comentarios antisemitas son de a miles y miles, y son extremos y poco racionales, muy difíciles de digerir. Es la realidad que estamos viviendo: un afloro del antisemitismo a niveles realmente muy muy peligrosos.

—Una polémica que surge incluso dentro de Israel tiene que ver con los hijos de los judíos ortodoxos: ¿es cierto que no hacen el servicio militar, ni tienen que ir al frente?

—Hay una ley en general de que los judíos ortodoxos no van al Ejército. Es parte de las leyes que hoy están en el Estado de Israel. Pero yo tengo muchos amigos ortodoxos que van al Ejército, y van a la guerra. Sé que es un tema muy controversial, pero no conozco mucho sobre el tema, en realidad.

—Pasaron más de seis meses de ese atentado y desde mi punto de vista el mundo no se ha pronunciado fuertemente para que se liberen a quienes todavía están secuestrados, incluyendo mujeres y bebés. Y sí cada vez hay más presión contra Israel ¿Qué va a pasar con todo esto?

—Es una pregunta muy difícil de responder… Nadie está feliz con lo que está pasando. El sueño de cada judío es la paz: que el conflicto termine, que judíos y árabes puedan vivir en paz y en tranquilidad. Como realmente ocurre en Israel, donde está la posibilidad, en este país democrático, de que judíos y árabes vivan de la mejor manera. Pero 133 rehenes todavía están allí, en Gaza, desde hace seis meses. Y el dolor es bien profundo porque cada día se disipa más esa situación y no sentimos, a nivel de los medios, que haya una preocupación por esas mujeres, esos niños y esos ancianos que están allí.

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