Decepción esperada

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Con más de sesenta días trascurridos desde el fatídico 7 de octubre, y con el fragor de una guerra sin antecedentes en la historia de Israel y quizás de la humanidad, tendemos a pasar por alto ciertos hechos y circunstancias que merecen una seria reflexión, por más deprimente que resulte.

El 7 de octubre de 2023 era un día de fiesta de Israel y del pueblo judío. Simjat Torá, la Alegría de la Torá. Se termina de leer el Pentateuco en porciones semanales por un año, y se comienza de nuevo. Pero esta festividad venía acompañada de varios hechos que parecían dar a Israel una seguridad existencial que resulta merecida luego de 75 años de independencia, luchas, y algo más.

Se habían celebrado los Acuerdos de Abraham, que significaron el establecimiento de relaciones diplomáticas entre Israel y varios países árabes que otrora no lo reconocían, un hito trascendental para el Medio Oriente. Se veía inminente una normalización de relaciones entre Arabia Saudita e Israel. Y la sensación de seguridad en Israel era evidente respecto a Gaza y la Margen Occidental. Si bien en esta última ocurrían incursiones muy frecuentes para desmantelar células y atentados, las mismas, aunque mortales, no parecían amenazar la estabilidad de Israel. Y en Gaza, la Yijad Islámica había sido derrotada en una reciente campaña en la cual Hamás se mantuvo fuera del conflicto, dando a entender que se ocuparía más de los problemas sociales de la población y no de su empeño en destruir a Israel.


En Israel se respiraba un clima de tranquilidad respecto a las amenazas externas. Gaza disuadida, la frontera norte del Líbano tranquila, capacidad de incursionar en Siria para evitar el fortalecimiento de Irán y sus proxies. Quedaba el no renunciable recurso de alertar respecto al proyecto nuclear de Irán, pero se sentía seguridad. Tanto así que, durante decenas de semanas, se hacían marchas semanales de protestas contra una propuesta de reforma judicial que dividía la opinión de los israelíes, y que despertó fantasmas del pasado, nunca dormidos, que señalaron también algunas profundas divisiones de la sociedad israelí. Una sociedad que, quizá, no veía ninguna amenaza existencial de parte de sus enemigos tradicionales. La imagen de ser una potencia militar estaba muy arraigada.

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Soldados israelíes recorren las ruinas del kibutz Beeri. Solo durante pocos días después de la masacre el mundo expresó algo de simpatía por Israel
(Foto: Reuters)

El colapso del 7 de octubre fue colosal. Una sorpresa que se llevó por delante los sistemas de inteligencia, la prevención en sitio y la respuesta inmediata necesaria. Increíble fallo del aparato de seguridad israelí. ¿Algo parecido a la sorpresa de la Guerra de Yom Kipur? Hoy, cincuenta años después de esa guerra, se sabe que Israel no adelantó un ataque preventivo porque habría sido condenado por sus amigos y no amigos, siendo acusado de agresor. Cuando esta pesadilla de guerra termine, se realizarán exhaustivas investigaciones para determinar causas, culpas y remiendos.

Los primeros días luego del 7 de octubre colocaron a Israel en un papel de víctima que no se asumía desde antes de 1967. Matar a personas que asistían a un concierto por la paz, secuestrar a más de 250 personas de todas las edades y condiciones, degollar a los habitantes de kibutzim, violar, torturar, y todo ello acompañado de una lluvia implacable de cohetes sobre Israel, no dejaba margen para otra cosa que no fuera solidarizarse con Israel. No todos lo hicieron, quizá ni siquiera muchos. Pero Estados Unidos, el Reino Unido y otros también, no dudaron en apoyar a Israel y reconocer la necesidad de deponer el gobierno de Gaza que cometió tal atrocidad.

Para nadie era ni es un secreto la situación de Gaza. Ni tampoco que Hamás ejerce el control y tiene mucho poder. Nadie desconoce la agenda de Hamás ni sus intenciones, ni su carta constitutiva. Se le tolera a Israel el derecho a defenderse y se sabe lo difícil que es una guerra urbana frente a un enemigo implacable. Israel ha confiado en un respaldo internacional que exige mucho más de lo que otorga.

A estas alturas, la ONU no ha condenado a otro que no sea Israel. No hay una condena a las acciones perpetradas el 7 de octubre. No se tiene fe de vida de los rehenes; no se presiona a Hamás ni a sus aliados al respecto. No ha habido un grito de histeria respecto a las violaciones de las mujeres asesinadas y secuestradas. La Cruz Roja no ha podido cumplir su mandato de visitar a los secuestrados. No se llama a Hamás a rendirse, deponer las armas o irse de Gaza. Se le exige a Israel tener cuidado con los civiles, daños lamentables que se producen porque Hamás enquista sus huestes y sus medios de ataque precisamente dentro de facilidades como hospitales y escuelas. Israel entrega combustible que es usado para la maquinaria de guerra de Hamás. Las innumerables pruebas de que hay armas dentro de escuelas y hospitales caen en un olvido impresionante, más aún si se las compara con las exigencias y reclamos que se le hacen a Israel.

El presidente Biden ha sido una figura casi paternal para Israel. A los dos días del atentado estuvo en Israel, y públicamente ha señalado la necesidad y su derecho a defenderse. Pero con eso y todo, se le ponen plazos a Israel para cumplir la tarea, se le exige lo que no se le pide ni hubiera pedido a cualquier nación sometida a tal agresión. A la parte agredida, a la parte que cuenta con un mecanismo democrático y ajustado al derecho internacional, se le atribuye la responsabilidad de terminar pronto una guerra que no empezó y que, de no terminar con éxito, la sigue poniendo en la misma o peor situación de peligro de antes del 7 de octubre.

Poco se comenta sobre Hezbolá en el Líbano y sus decenas de miles de cohetes apuntando a Israel, además de su ofensiva de desgaste que no cesa desde el 7 de octubre. Menos se habla de los hutíes, que disparan cohetes de largo alcance desde Yemen a Israel. Y —vale la pena mencionarlo una vez más— muy poco se denuncia a nivel de países, ONGs, movimientos de derechos humanos y similares, el drama de unos secuestrados sin fe de vida ni información alguna, como tampoco se denuncian ni lamentan las violaciones de mujeres con la vehemencia requerida.

Todo lo anterior es decepcionante. Para los judíos…una decepción esperada.

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