El pasado 27 de enero, se conmemoró el Día Internacional del Holocausto. Y para rendirle tributo a los niños que perecieron en aquella época, a continuación hago una pequeña semblanza acerca de su necesidad de manifestarse artísticamente en los ghettos y campos de concentración.
A pesar de las nefastas condiciones en las que vivieron los judíos en el Holocausto, existieron en casi todos esos sitios escuelas clandestinas en donde se le dió un lugar fundamental a la enseñanza de las artes. Además, para muchos de los niños, sus profesores se convirtieron en sus padres.
Al arte se le llegó a considerar una terapia, pues resultó ser un medio de escape para expresar los deseos de seguir viviendo y una forma necesaria de transmitir la religión y cultura a las generaciones venideras.
En el ghetto de Terezín (Theresienstadt), profesores como Fredy Hirsch y Friedel Dicker-Brandejsova desempeñaron un papel muy valioso en la enseñanza de la educación artística. Pero fue gracias a ella, que se pudo obtener información acerca de la producción estética realizada en aquel sitio. A pesar de no haber sido una maestra especializada, cumplió de manera exitosa su misión de instrucción de arte.
Desde el momento en el que los niños llegaban a este sitio, comenzaban a pintar. Las lecciones se dividían en grados y las lecciones de dibujo se impartían de una manera muy estructurada: primero, trazaban elementos geométricos básicos. Posteriormente, dibujaban objetos de la vida cotidiana encontrados en el guetto y por último, copiaban modelos de naturalezas muertas.
A pesar de hacerlos cumplir con una metodología, a los alumnos también se les brindó la oportunidad de expresarse libremente; de hecho, muchos de ellos resultaron ser muy talentosos. Algunos demostraban tener una gran imaginación y otros llegaron a copiar reproducciones de artistas afamados.
Un gran porcentaje de las obras infantiles de Terezín encontradas después de la guerra, plasmaron las atrocidades y la cotidianeidad dentro del guetto como las alambradas, los muros de piedra y las barracas.
De nueva cuenta, el arte volvió a cumplir con una de sus misiones principales en las oscuras escenas del Holocausto: el de servir como medio de transporte de emociones, ideas y experiencias que aquellos niños y jóvenes, nunca debieron de haber vivido.
- BIBLIOGRAFÍA.
- Aquí no vuelan las mariposas. Buenos Aires, Milá Editor, 1988.
- Milton, Sybil. The Art of Jewish Children. Germany: 1936-1941. Inocence an Persecution. New York, Philosophical Library, 1989.
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