¿Cómo es para un Judio vivir como Judío en un país que predica la destrucción del estado Judío?
“Son las 4:00 de la mañana, y la zona de salidas de Estambul está atestada y húmeda, desbordante de actividad a pesar de la hora, y me he resignado a sentarme en el suelo con mi taza de té caliente, que compré principalmente para tener ocupadas mis manos, que están temblando por excitación nerviosa.
Tres meses antes de que llegara esa medianoche al aeropuerto Ataturk, tomé la decisión de solicitar una visa de periodista para ir a Irán, sin pensar que realmente se hiciera realidad. Soñé con visitar una de las comunidades Judías del mundo más difícil de alcanzar, de meterme detrás del velo de esta antigua cultura, pero, a través de todo el arduo papeleo y entrevistas del proceso en la embajada, mantuve apartada de mi mente la realidad de entrar en Irán.
El judaísmo Persa se remonta a más de 2.700 años, al reino del Imperio Persa en el año 539 AEC, cuando Ciro el Grande conquistó Babilonia. Pero a pesar de su orgullosa ascendencia, los Judíos de Irán permanecen aislados y desconocidos y sin ser descubiertos para el resto del mundo.
En su apogeo, justo antes de la Revolución Islámica, la comunidad Judía en Irán era de aproximadamente 80.000 personas, y estaban prosperando. En su gran mayoría de clase media o media alta, la comunidad contaba con una amplia variedad de instituciones educativas y culturales y con al menos 30 sinagogas activas en Teherán solamente. Mientras la antigua comunidad Judía había estado creciendo constantemente bajo la protección del Sha, la Revolución Islámica llevó a una emigración masiva, reduciendo la comunidad a una décima parte de su tamaño original.
Las ventajas que los Judíos experimentaron bajo el gobierno del Sha – alto estatus socioeconómico, fuertes lazos con Israel y Estados Unidos – se convirtieron en lastres en la era de los ayatolás. Al igual que en muchas otras épocas oscuras de la historia Judía, los judíos fueron acusados de robar los tesoros del país, y se distribuyeron folletos por todo Teherán instando a vengarse contra ellos. Hubo confiscaciones masivas de bienes junto con un desenfrenado antisemitismo y violencia contra la población Judía, y cuando las calles se llenaron de hordas de gente gritando “muerte a Estados Unidos” y “muerte a Israel”, muchos Judíos persas huyeron a esos países, llevando con ellos lo que pudieron para comenzar una nueva vida lejos del hogar que una vez conocieron.
Algunos de los Judíos que permanecieron en Irán decidieron aceptar la revolución y a los nuevos gobernantes de la nación. Alrededor de 5.000 de ellos incluso participaron en la bienvenida al Ayatollah Khomeini, el futuro Líder Supremo del país, cuando regresó de su exilio en París el 1º de febrero de 1979. El comité de bienvenida Judío, liderado por el entonces Gran Rabino Yedidia Shofet, portaba pancartas de apoyo al Ayatollah y coreaba “Judíos y Musulmanes son hermanos” como un signo de lealtad y esperanza. Pero la esperanza no duró mucho. Habib Elghanian, el funcionario jefe de la comunidad Judía de Irán, fue ejecutado públicamente ese año, acusado de espiar para Israel.
El vuelo está medio vacío y estoy jugando con mi negro hijab (velo), cuidadosamente doblado en mi bolso, mis auriculares llenos de la música del cantante israelí Ehud Banai, como si estuviera aferrada a la comodidad del hogar hasta el último minuto. Cuando el avión desciende, las mujeres corren a los cuartos de baño y se apresuran a cubrir sus cabezas antes de llegar al aeropuerto internacional Imán Khomeini y al ojo siempre vigilante del régimen. Me uno a ellas, plegando y fijando la tela como lo he practicado frente al tutorial de YouTube, y cuando me encuentro con mi propia mirada hago una toma doble de la mujer en el espejo del baño, inmediatamente más humillada por la gruesa ropa y la carga del significado que la misma posee.
Como estoy viajando a Irán como periodista, se me asignó un conductor y un traductor, ambos empleados del Ministerio de Cultura y Orientación Islámica. Es un servicio obligatorio, y estos jóvenes han de estar a mi lado durante los 20 días de mi estancia. Me recogen en mi hotel cada mañana y me dejan en mi puerta a la noche, y al final de cada día hay una reunión de información en el ministerio donde nos llevan aparte y nos hablan por separado para asegurarse de que nuestras historias coinciden.
Estoy allí para reunirme con la comunidad Judía y poder hacerlo implica un proceso costoso y de mucha duración para obtener los permisos necesarios. Teherán es el centro de los Judíos del país, que alberga a una comunidad profundamente tradicional y religiosa con sus propias escuelas, restaurantes e instituciones religiosas, así como un parlamentario Judío elegido para representar los intereses del grupo en el parlamento Iraní. La minoría Judía, que actualmente consta de aproximadamente 15.000 personas, con comunidades organizadas en Teherán, Isfahán y Shiraz, es un grupo protegido de acuerdo con la constitución de la República Islámica de Irán, junto con los Cristianos y los Zoroastrianos. El párrafo 13º de la constitución establece que los Judíos, “dentro de los límites de la ley, son libres de llevar a cabo sus ritos religiosos y ceremonias, y actuar de acuerdo a sus propios cánones en materia de asuntos personales y educación religiosa”.
Los “límites de la ley” que menciona la constitución es un tema mayor de lo que la frase deja ver, porque incumbe a la ley Sharia que ha gobernado el país desde 1979. En otras palabras, a pesar de ser una minoría reconocida, los Judíos son Iraníes gobernados por la ley islámica y, si es quebrada, las consecuencias son tan permanentes como nefastas. Un ejemplo es la opresiva ley de herencia, que establece que todo Judío que se convierte al Islam hereda automáticamente los activos de su familia extendida, lo que podría empobrecer a muchas familias Judías. Durante mi reunión con el MP judío, el Dr. Moreh Sedegh, me dijo que el problema está siendo abordado en conversaciones entre él y el régimen. Pero en caso de que se resuelva, no cambia el marco que mantiene a estos Judíos como rehenes ni tampoco el régimen que es el árbitro de su suerte.
Me llevan al centro de la comunidad Judía de Teherán, ubicado en el tercer piso de un moderno edificio de piedra en una esquina sin pretensiones en el norte de Teherán, que es el hogar de la mayoría de los 7.000 Judíos de la ciudad. Veo escritura hebrea en las paredes, un anciano está haciendo chai en una tranquila cocina, y cuando lo saludo con shalom aleijem me mira fijamente y rápidamente me da la espalda. Mi intérprete Musulmán se encoge de hombros y apunta a una habitación al final del pasillo, donde un hombre con traje azul brillante está hablando por teléfono calmada y rápidamente en Persa.
Es Yoram Haroonian, el jefe de la comunidad Judía. Le entrego mi tarjeta de identidad sueca y él dice, “Recita la oración de Shema”.
Silenciosamente, me maldigo por no haber aprendido nunca adecuadamente la sección Ve’ahavta. Lo miro fijamente mientras lucho a través de las líneas con malestar en aumento, mi responsable gubernamental observa el intercambio con una sutil mezcla de fastidio y diversión.
“¿Debo llamarte Annika o Channa?” Yoram pregunta cuando termino, sonriendo por primera vez, y suspiro cuando me doy cuenta que he aprobado la prueba inicial.
La oficina de Yoram está bellamente adornada. Hay una gran mesa de conferencias en el centro de la habitación; en su cabecera hay dos banderas Iraníes y un marco dorado con imágenes pintadas de Moisés y el envejecido ex ayatollah. Es un estremecedor símbolo de la vida Judía en Irán y de la constante lucha entre la tradición y el régimen. Como me dice Haroonian, la vida en Persia es diferente al de cualquier otra en el mundo Judío:
Los Judíos de Irán somos leales al régimen, y realmente fuimos los primeros voluntarios para la guerra contra Irak. Las tradiciones Judías y Musulmanas se han mezclado, en cierto modo, donde la Pascua Judia imita a la festividad persa de Nowruz y las tradiciones de modestia están de acuerdo con la tradición Musulmana, tal vez incluso más que la “tzniut” (modestia) judía. Somos Judíos Iraníes, y eso significa Iraní en primer lugar, y somos leales, primero y principal, a este país sin dejar de serlo a la Torá verdadera.
Las palabras fluyen de su boca con tanta soltura que no puedo evitar sentir que no sólo son demasiado deliberadas, sino extrañamente bien ensayadas. Habla de lealtades y puedo ver por qué lo hace así, dado que he traído un agente del régimen a su espacio, un tanto protegido. La vida Judía aquí conlleva reglas y acuerdos cuidadosamente construidos, y uno de los principios básicos implica la separación y la difamación del sionismo y de Israel. Se esperan estallidos de lealtad al régimen, ya sea en forma de voluntariado para una guerra o compartir un enemigo, y ese aspecto de la realidad Judía iraní es algo que yo, como Judía europea, puedo relacionar y entender totalmente.
Es evidente que la comunidad Judía vive en un constante nivel de sospecha hacia los extranjeros y los locales por igual, siempre temiendo la traición y la infiltración; y al igual que en la Unión Soviética, la gente trata de deshacerse de los informantes, inseguro sobre si alguien es amigo o enemigo. En resumen, no hay respuestas reales, sólo verdades en lo no dicho, y me doy cuenta que para este hombre puede haber un alto precio unido a cada palabra y a cada pregunta contestada.
Le pregunto acerca de Israel, aunque sé que cualquier respuesta que reciba será medida y adaptada a la línea del partido, porque quiero saber qué significa el estado Judío para los Judíos Iraníes y si la prohibición para viajar allí realmente ha sido levantada, como se informó en 2013.
“Somos libres para visitarlo, por supuesto, e incluso podemos mudarnos alli si queremos, pero tenemos nuestras vidas y muestra historia aquí”, dice. “Esta es la segunda comunidad Judía más antigua del mundo, y estamos orgullosos de estar aquí, y muy orgullosos de este país”.
Antes de irme, Yoram me pide que me una a él en su sinagoga para los servicios de Shabat al día siguiente y luego cene en su casa cercana para conocer a más miembros de la comunidad. Cuando acepto en forma entusiasta, como se me enseñó que es la costumbre aquí, Yoram propuso invitar también a mi traductor – como si pretendiera que la presencia del hombre fuera opcional y no un símbolo de las cadenas que no puede romper.
“¡Channa!”
Una mujer mayor de cabello negro me llama con su mano desde detrás de la mejitza, el divisor de separación de los sexos, y me insta a ir y sentarme. Cuando me acerco, se presenta como la madre de Yoram, y a los pocos minutos estoy saludando a todas las mujeres en la “fila de honor”, donde están sentadas las mujeres elegantes de cierta antigüedad. La sinagoga Abrishami, de un siglo de antigüedad, se encuentra en la calle Palestina, en el norte de Teherán, ubicada en un hermoso edificio de piedra que incluye un restaurante kosher de calidad, un baño ritual, y la concurrida Yeshiva Teherán. Todos los días hay dos minyanim (minian- reunion de 10 hombres Judios) y en Shabat la sinagoga acoge a alrededor de 250 personas, llenándola con el mismo calor y falta de aire que conozco de mi templo en casa. Y es como en casa en un grado sorprendente, con la misma música, los mismos personajes y los mismos rostros: las curiosas mujeres que inmediatamente establecen mi estado civil, los hombres que cantan, fuera de tono, armonías en la conocida liturgia, y los hermosos niños corriendo salvajemente por los bancos, muy a pesar de sus disgustados padres.
La vida detrás de la mejitza ofrece algo de la tan deseada protección, que rara vez se logra, de los ojos y los oídos del régimen. Es allí que las mujeres y yo hablamos con susurros y, antes de la oración Lecha Dodi, siento que una mano toma mi brazo, captando desesperadamente mi atención.
“Ore por nosotros, ¿lo hará, por favor?”
Sus palabras son tristes, reales y duras, y rompen la pared levantada por sus amos. Asiento con la cabeza, pero no respondo; obtengo una visión de su vida, pero no acabo de entender plenamente; y sé que no hay nada que pueda hacer, salvo orar y contar su historia.
Después de los servicios, mi traductor me escolta afuera, y cuando los comensales se reúnen lentamente nos dirigimos a la casa de la familia Haroonian para la cena de Shabat. Camino al lado de las mujeres, y la natural distancia física entre los sexos ofrece una oportunidad única para hablar sin restricciones. Les pregunto en un accidentado hebreo si realmente se les permite visitar Israel, o incluso hacer aliá (radicarse en Israel), como me habían dicho.
“Ahora se nos permite por la ley”, dice la madre de Yoram, “pero cuando se sale del país hay que dar garantías, frecuentemente todo lo que se posee, y por lo general sólo se otorga una visa por familia. Así que podemos visitar, si lo hacemos discretamente, pero rara vez alguien se va. El precio sería demasiado alto para el resto de nosotros”.
Otra mujer del grupo me dice que Irán tiene el número más alto del mundo de agunot – mujeres judías separadas de sus maridos, pero a las que no se les permite divorciarse. Estoy impresionada con esta idea, porque habla de una profunda desesperación – un marido que deja a su esposa y familia y huye de la vida en Irán.
El hogar de Haroonian es cálido y colorido, desbordado de huéspedes que quieren observar a la judía sueca que ha viajado desde tan lejos para estar entre ellos. El abuelo saca una botella de vino, algo permitido a los Judíos en virtud de una exención religiosa de la prohibición general sobre el alcohol, y hace el Kidush mientras mi intérprete Musulmán me mira y sonríe, como si no supiera qué hacer. El estado de ánimo es sorprendentemente relajado, y todas las mujeres quieren comparar notas sobre comida ashkenazi vs.sefardí cuando se nos sirve platos rebosantes de ghormeh sabzi. Me preguntan sobre mis costumbres y el mundo exterior, y después del postre entra en la conversación el tema prohibido:
“¿Has visto a Jerusalén?”
“¿Has visitado Hebrón?”
“¿Tienes fotos del Muro Occidental (M. de los Lamentos) que nos pudieras enviar después del Shabat?”
Es fascinante ver a esta comunidad Judía de 2.700 años de antigüedad, que sólo se ha relacionado con Israel a través de textos, y que todavía siente la añoranza de la tierra de manera tan real y poderosa, y mientras, con vívidos detalles, contesto sus preguntas, estoy emocionada más allá de las palabras, por la inocencia y la curiosidad de sus preguntas. A pesar de la política de negación del Holocausto y del descarado antisionismo, el régimen no ha logrado romper el vínculo entre un pueblo y su patria, incluso tan riesgoso.
Religiosamente, los Judíos Iraníes han prosperado a pesar de vivir bajo la sharia. Irónicamente, esta puede haber contribuido a su observancia, porque los matrimonios mixtos se castigan con la muerte y la religión es alabada como lo unico que pueden mantener para sí mismos y entre ellos.
Mientras su esposa lava los platos, Yoram me entrega un regalo: un gran libro de oración Judío en hebreo y persa, con un escrito garabateado en la contraportada.
“A nuestra amiga Channa Hernroth-Rothstein. Que todas tus oraciones sean respondidas y pronto puedas venir a estar con nosotros”.
No tengo palabras y ninguno de nosotros dice mucho, pero nos entendemos perfectamente, y mientras me despido, oro para volver con seguridad un día y, si no otra cosa, que esa oración sea escuchada y contestada.
Dejar la casa de la familia Haroonian me llega al corazón: La abrumadora mezcla de alegría y tristeza, de estar en Teherán en Shabat con mi gente, una escena tan familiar y extraña a la vez. Hasta cierto punto, los judíos de Irán gozan de mayor libertad de la que yo, una Judía europea, jamás ha conocido. Sus sinagogas están sin vigilancia, su identidad Judía se exhibe orgullosamente, y su vida religiosa es alabada y animada mientras que la mía es cada vez más ilegal y oprimida. Pero su libertad existe dentro de una grande e impenetrable prisión, su homogénea ortodoxia tradicional, que anhelo de vuelta en casa, sólo es posible en un lugar donde las alternativas son consideradas ilegales.
Pero sobre todo, me llama la atención su anhelo por Israel.
Mi conexión con Israel es una columna vertebral, una parte integral de mi identidad como judía. Estar en Irán me mostró qué sería vivir sin Israel. Cuan completamente con ataduras e insegura me sentiría. En mi continente, la gente huye de sus hogares porque son Judíos, su identidad Judía hace que sea inseguro quedarse.
¿Qué pasaría si no existiera Israel para volver a casa? ¿Qué pasaría si nos quedáramos solos, como fragmentos de cristal, dispersos en la diáspora? ¿Cómo actuaríamos? ¿Qué seríamos? ¿Qué tendríamos que hacer para complacer a nuestro amo?
Abandono Irán con un gran peso en el corazón, sabiendo que podría no volver a ver nunca a las personas que se convirtieron en familia en un instante, porque siempre lo fueron. Me preocupa qué será de ellos una vez que aborde ese avión; si les causé daños por haber venido. Irán no era lo que yo pensaba que sería, y la vida Judía ahí no es tan infernal como pensaba, pero en muchos aspectos es peor y más siniestra de lo que jamás podía haber imaginado. Los judíos de Irán no son perseguidos, pero están muy lejos de ser libres. Viven en una jaula de oro con libertades y derechos que les pueden quitar por orden de su amo sin previo aviso ni razón.
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