Me pregunto si la guerra supone ser la llave que traerá la paz, y me acuerdo de cuando estuve en Israel, mi primer día en «la tierra prometida» fuimos a conocer el kotel o muro de los lamentos. Ese muro además de ser muy famoso, es uno de los lugares más sagrados para los judíos. Pero también desde el lado israelí del muro se puede ver una cúpula dorada que asoma desde el otro lado y que forma parte de uno de los lugares más sagrados para los musulmanes, dado que Mahoma habría ascendido a los cielos desde la roca sobre la que se edificó el «Domo de la roca». Misma roca donde Abrahán casi sacrifica a su hijo Isaac para Dios (según la religión judía). Parece mentira que las dos religiones con más conflictos a lo largo de la historia, tengan su lugar más sagrado exactamente en el mismo sitio. El muro se puede cruzar por un puente de madera que pasa por arriba pero hacerlo no es tan simple, hay que presentar pasaporte y no todos pueden entrar al lado musulmán de la ciudad de Jerusalén. De todas formas, me parece que dentro de las condiciones dadas, que exista la posibilidad de que dos religiones coexistan bien a través de un muro antiquísimo anterior a Jesús, lo siento como la respuesta a la incógnita sobre si puede haber paz entre ambas religiones y sin necesidad de una guerra.
Mi segundo día en Israel amanecí con el celular desbordado de mensajes entre los que se repetían las palabras «volvete», «embajada» «guerra» y un mensaje diciendo con poca sutileza «te están por bombardear». Sin entender muy bien qué pasaba, encontré noticias en internet informando que un avión ucraniano había sido derribado, al parecer por error, por Irán y dado este hecho el entonces presidente de EEUU, Trump, quería bombardear. Desde Argentina me decían que se venía la Tercera Guerra Mundial mientras yo estaba ahí en Medio Oriente, pero en las calles de Jerusalén todo seguía exactamente igual de tranquilo que el día anterior, nadie parecía alarmado por lo que estaba ocurriendo. Entonces, le pregunté a los israelíes que nos acompañaron durante el viaje y me respondieron: «no está pasando nada. De hecho, está todo más tranquilo de lo normal, ni suenan las alarmas para correr al refugio». Por suerte ninguna guerra estalló y mi viaje siguió normalmente. Así conocí la extraña sensación de cómo sigue la vida mientras el mundo podía explotar alrededor en cualquier momento. Entendí que esa era la normalidad en medio oriente.
Otro de los días en Israel mi grupo tuvo una discusión con cinco israelíes, casi todos eran descendientes de latinoamericanos, incluso uno había nacido en Chile y a pesar de eso, ellos explicaban las razones por las cuales sentían orgullo de estar en el ejército sirviendo a su nación. Nosotros, nietos e hijos de quienes vivieron durante la última dictadura argentina y la guerra de Malvinas, no podíamos concebir la guerra de ninguna forma. La discusión giraba en torno a sí estaba bien o mal el conflicto bélico, formar parte del ejército de forma obligatoria y tener que combatir. Para nosotros no había otra respuesta que la negativa. Para ellos, la guerra era la posibilidad de existir, repetían firmemente: «si ellos (los palestinos) bajan las armas, termina la guerra, pero si Israel baja las armas, deja de existir.» y recién ahora puedo comprender el verdadero significado de esa frase.
Durante el siglo XX el territorio palestino-israelí estaba ocupado por Gran Bretaña y bajo su mandato, judíos y musulmanes peleaban entre sí expresando su odio a través de bombas y asesinatos. Con el crecimiento del antisionismo que inició en el siglo XIX en Europa, cada vez eran más los judíos que emigraron a la tierra prometida buscando vivir en un lugar tranquilo donde no fueran discriminados por su religión. Fue al finalizar la Segunda Guerra Mundial, después de uno de los mayores genocidios de la historia liderado por los nazis, que Gran Bretaña abandona el territorio en Medio Oriente y lo deja en manos de la ONU para que decida a quien dárselo: entonces se decreta en 1947 que se dividiría el territorio en dos: el 55% del territorio para los judíos y el resto, incluido Gaza, para los árabes. El 14 de mayo de 1948 se crea el Estado de Israel y la tierra prometida se convierte en el lugar que los judíos siempre buscaron para vivir. Pero los árabes no estuvieron de acuerdo con la entrega de esas tierras y ahí el conflicto empezó a empeorar: estalló una guerra cuando Egipto, Siria, Irak, entre otros, invadieron Israel. Luego fueron derrotados por los judíos y a partir de eso los árabes palestinos empiezan a ser desplazados del ahora territorio israelí. Desde entonces hubo conflictos como la guerra de los 6 días o los ataques que escuchamos en las noticias y que suceden más frecuentemente de lo que imaginamos. El odio palestino-israelí sigue vigente y más fuerte que nunca y esto solo trae discriminación étnica y religiosa, violencia y miles de pérdidas materiales y humanas que se intentan justificar con el odio.
Uno de los puntos más importantes para entender lo que está pasando es que el territorio Palestino está conformado por la región de Cisjordania y la franja de Gaza. Los palestinos que viven en Cisjordania son musulmanes que aceptan el estado de Israel, renunciaron al conflicto armado, tienen un gobierno reconocido internacionalmente que es la Organización para la Liberación de Palestina y hasta tienen relaciones diplomáticas con el Estado israelí. En cambio, la franja de Gaza está controlado por el grupo Hamás, financiado por Irán y formado por musulmanes cuya rama de la religión tiene el objetivo de eliminar a los judíos. ¿Qué clase de religión basa su existencia sobre el objetivo del exterminio de otros?
Las guerras tienen leyes, el objetivo nunca son los civiles por eso, lo que sucedió el pasado 7 de octubre fue sin lugar a dudas, un atentado terrorista. Y lo que me genera más terror es que tuvo repercusiones en el resto del mundo: hubo ataques terroristas en Francia y Bélgica, amenazas por bombas en lugares como el museo del Louvre, la Embajada de Israel en Argentina. Me parece temible la vuelta del antisemitismo a viva voz, en Argentina tiraron piedras a escuelas judías y en Alemania aparecieron casas marcadas con la estrella de David, igual que como ocurrió durante la Alemania nazi.
Pienso en la familia de mi abuelo, en los que tuvieron que escapar del antisemitismo y emigrar a América, y en los que no pudieron lograrlo y terminaron en campos de concentración. También pienso en otra rama de la familia que está en Israel y que viven en primera persona lo que está ocurriendo porque uno de mis parientes estaba presente en la fiesta electrónica donde atacó Hamás y al igual que nuestros antepasados, tuvo que escapar por su vida.
En mi artículo El éxito de Hitler a través de la propaganda conté cómo los nazis manipularon a las personas para que pensaran que los judíos eran repudiables, y que la violencia en su contra estaba bien. Lo que está sucediendo con Hamás en medio oriente se parece más de lo que creemos. Podemos pensar que todo lo ocurrido es también una forma de hacerle creer al mundo que los judíos son los malos, así cómo lo hizo Hitler, y que los buenos son Hamás porque quieren «liberar a Palestina». Pero recordemos, Palestina no es Hamás. Palestina no está de acuerdo con la violencia que maneja este grupo terrorista y que ejerce violencia incluso contra ellos mismos.
Ningún tipo de violencia es justificable, venga de del lado que venga. Cuando estuve en Israel me impresionó ver militares con armas en la calle y la normalidad para ellos de esa situación, como también me dejó en shock ver, durante mi visita a la ciudad Palestina de Belén, las jugueterías repletas de armas de juguetes, incluso me crucé a una nena de unos 4 años que mientras caminaba llevaba un rifle de plástico en sus manos. ¿Hay una cultura de la violencia naturalizada en Medio Oriente? Planteo estas preguntas que no tienen respuesta en mi cabeza, es muy difícil de comprender lo que sucede estando tan lejos y siendo ajenos al conflicto. Lamentablemente esta es una guerra que en el medio de los conflictos deja olvidadas a personas inocentes como ya hablé en mi artículo Belén, la ciudad de Dios y los olvidados donde relaté mi experiencia el día que visité la ciudad Palestina y conocí un poco cómo es vivir siendo Palestino en una ciudad amurallada y sin salida.
Hoy más que nunca tengo presente el recuerdo de mi primer día en Israel, el día que visité el muro de los lamentos. Llevé un papelito para dejar entre los viejos ladrillos del muro como se acostumbra a hacer para pedir deseos. Mi único deseo fue la paz, y lo va a seguir siendo hasta que haya paz en medio oriente.
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