De las dos sonrisas, la anterior a la risa y la posterior, los chinos admiran más la segunda pues ven expresarse en ella el agradecimiento por la vida del que, y durante siglos, han dado muestras sus filósofos y maestros mediante una proverbial y gentil humildad. Al comprender que en hsiao oscila y revela su flexibilidad el bambú o chu junto al hombre que se inclina con la cabeza hacia arriba, han visto como principal virtud de la risa el fomentar una Humanidad más dúctil y bondadosa. No sabemos si fueron ellos, los chinos, o bien los sufíes persas los primeros en señalar que ´´una sonrisa es la manera más rápida de curvar una línea recta´´, dando a entender con ello que las curvas tienen mucho más que ver con el universo vivo que con el mundo inorgánico, en el que predominan lo recto y lo rígido.
Así, la persona que suele tener un hsiao yen, un rostro alegre, una cara sonriente, tiene de entrada más opciones de vivir su existencia con salud y, sobre todo, en buena relación con los demás. Sin embargo, dado que la ambigüedad es el sello de lo humano, también existe el hsiao mien hu, el tigre sonriente, es decir el hipócrita. Que por lo regla general es quien suele sonreír antes de estrecharnos las manos y saber nada de nosotros y llega pocas veces a la segunda sonrisa. Abunda entre los diplomáticos y los vendedores de cualquier cosa, pero es casi inexistente entre los niños y los ancianos, en los primeros porque desconocen la doble intención e, incluso, la ironía, y en los segundos porque están de vuelta de todo y moran en lo esencial.
Cultivar, por tanto, el arte de la sonrisa-cultivo en el que los budistas son unos auténticos adelantados-, requiere que uno tenga siempre en cuenta al bambú, que no por casualidad crece en grupos, y también una posición ligeramente alzada del rostro hacia el cielo, que es de donde procede, como la luz, la risa. Dicen que en los sermones más importantes que Shidarta Gautama dio a lo largo de casi cuarenta años de ministerio, nunca faltaron las sonrisas tiernas y una suave expresión de compasión para con el sufrimiento ajeno. Hoy son los tibetanos quienes mejor ejemplifican ese arte de sonreír porque sí, de mostrarle un rostro amable a la realidad antes de que ella nos muestre su peor aspecto a nosotros.
Los maestros hebreos llaman jiuj a la sonrisa, palabra que, según sostienen, equivale numéricamente a dam, la sangre , y a lahat , en entusiasmo, el hechizo. A la sangre encantada, en suma. De ahí el poder de seducción con que una buena sonrisa afecta tanto a nuestra circulación interna como a la externa. Mtizvá guedolá lihiot tamid be-simjá, dejó dicho un gran maestro jasídico: ´´Es nuestra obligación estar alegres.´´ Un postulado antiascético no siempre accesible a nuestra voluntad porque el mundo emocional no es dominable, no se lo puede controlar fácilmente, y sin embargo hay que intentarlo.
Ahora que la inmensa China es el más grande inversor en Israel y gracias a los muchos chinos de origen judío que vuelven al hogar ancestral, estamos más cerca que nunca de comprender los parecidos y afinidades entre dos de los pueblos más asombrosos de la tierra, amantes de la tradición y la familia.