La escuela de traductores de Toledo y la cultura del siglo XIII, 1ra. parte

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Si es cierto lo que decía el poeta Bialik, que ´´leer la traducción de una obra es como besar a una mujer con velo´´, también lo es que alzar los velos de las diversas lenguas es sentir en nuestra propia boca el gusto de los besos de otros. Como se sabe, el símbolo del velo o la cortina, caro a los kabalistas zoháricos del siglo XIII y a la teología cristiana que se apoya en Mateo 27:51 :´´ Y he aquí el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo, y la tierra tembló, y las rocas se partieron´´, alude tanto a la realidad sensible, compuesta de sucesivos tejidos superpuestos, como al doble hecho de que mientras el velo separaba, en el Templo de Jerusalén, el verbo de Dios de la palabra de los hombres, Jesús, en tanto verbo encarnado para sus seguidores, destejía en su misión la trampa de las palabras para unir con ellas la trama del nuevo velo. No debemos olvidar que el velum latino servía como un tegumentum que protegía algo-misterioso y sagrado-, a la par que enmarcaba la sobria virgindad de las novias o la discreción de las novicias.

Aparte del significado simbólico que dimana del tejido con que se hace el velo, tejido que derivará, literalmente hablando, en texto, el velo a secas alude al ocultamiento de ciertos aspectos de la divinidad o de la verdad. René Guénon recuerda el doble significado de la palabra revelar, que puede significar: correr el velo o, como en el libro del Apocalipsis, romper los sellos a la vez que volver a velar. Leemos en el Corán ( 50,21).´´ Hemos quitado un velo, y hoy tu mirada es penetrante.´´ Reminiscencia que alude a la arcaica costumbre egipcia de la retirada del velo o los velos de la diosa egipcia Isis, madre naturaleza, respecto de la cual, haciéndose eco de una larga tradición, el poeta romántico alemán Novalis escribió en su obra Los discípulos de Sais: ´´Un hombre consiguió levantar el velo de la diosa Isis. Pero ¿qué vio? Vio al milagro de los milagros, él mismo.´´

De modo parecido, cuando uno o más traductores se proponen traer a su lengua, atraer hacia sí mismos, las lejanas y musicales palabras de otros idiomas, lo que intentan es volver natural y comprensible lo extraño, sobrenatural e incomprensible. Por ello no sería excesivo decir que la verdadera lengua espiritual de los hombres es la traducción, pues es la única tarea que hace posible la rotura de los sellos y el descorrer fronterizo de los velos culturales para llevar a cabo un hipotético y no siempre logrado regreso de la periferia de la dicción al centro del sentido. La ley universal de la traducción, de existir, sería como la exogamia en antropología: un hermoso factor de polinización que a la par que incrementar la fecundidad interior de un grupo social cualquiera, garantiza su propagación exterior. Hammurabi precede a Moisés, que retraduce muchos de sus preceptos, pero a su vez ambos proceden de los viejos códices sacerdotales egipcios. Tres lenguas y hasta tres escrituras-cuneiforme, hebreo antiguo jeroglíficos-diversifican sus significantes aludiendo a parecidos significados; y así como ninguna de las tres es enteramente original pues casi siempre una lengua procede de la corrupción de otra anterior o, siquiera, coetánea, de igual modo la semejanza del hecho cultural humano es tan sorprendente por su divagante finitud cuanto por su convergencia. La traducción, que hace posible lo homólogo, revela a los seres humanos cuán semejantes pueden ser sus reinos, vicios y virtudes.


Cuando se estudia la escuela de traductores de Toledo y la obra alfonsí conviene tener muy en cuenta lo antedicho, no para restarle orginalidad a sus logros sino para comprender, en medio de los caóticos y superpuestos ciclos históricos, la recurrencia a la traducción como a un juego de vasos comunicantes que hallaran, de pronto, una momentánea transparencia niveladora, un equilibrio a partir del cual todo recomienza. En ese sentido David y Salomón preceden al rey Alfonso el Sabio en la compilación de antologías, anales y crónicas. Pasan al hebreo clásico ideas nilóticas y mesopotámicas. En la Florencia del Renacimiento, Ficino y sus discípulos revolucionan, con sus traducciones del griego, dos siglos después de Toledo, la era medicea. En los tres casos-Israel, España e Italia-, la traducción y recopilación de textos, la tendencia unificadora de los anales va unida al poder y a un cierto grado de estabilidad política. Como se sabe, la proyección exotérica de la traducción confluye hacia la labor de las cancillerías, ya que una buena traducción aparece como un triunfo de la diplomacia en la medida en que ésta acepta y hasta comprende lo que el otro tiene que decir.

La traducción deja, al revés que la guerra, incólume la lengua que con otra lengua toca.

El XIII fue un siglo extraordinario en más de un sentido. Viven y escriben en España Ibn Arabí de Murcia, Maimónides y Raimón Lull, cabezas visibles y pensantes de las tres castas que el rey Alfonso sentirá, desde su trono, como suyas o por lo menos afines a su propio destino. En la primera parte de ese siglo el árabe fascinará y ejercerá su dominio, en tanto que en la última despuntan las gracias y precisiones del romance. Desde los tiempos de don Raimundo y hasta los días de Alfonso X, parece que Toledo siguió siempre la misma técnica: ´´De la labor de traducción ( anota Gonzalo Menéndez Pidal ), se encargaba un equipo formado por dos personas impuestas en la materia en cuestión; de ellas, una conocía especialmente la lengua original, mientras la segunda era perita en la lengua a la que se hacía la versión, aunque ambos colaboradores tenían en común la lengua vulgar.´´

Cotejar el árabe y el hebreo con el latín-lengua de enorme prestigio frente al joven romance, recordemos-no era tan difícil como crear neologismos y giros en un idioma que procedía de abajo, de lo horizontal cotidiano por oposición a la verticalidad jerárquica de los otros idiomas, supuestamente más cultos. Cuando se observa una revolución en la escritura como la que vemos ocurrir en la China actual para simplificar el trazo de los caracteres, o como la que redujo el jeroglífico egipcio a su estadio demótico, siempre se trata de una simplificatio y una cuantificatio simultáneas. Es decir que de lo poco se hace mucho, o bien de lo pesado y pasado se intenta extraer lo liviano y actual. Puesto que la lengua franca, en los días de Alfonso y en su corte, era el romance, factor intersticial entre árabes, judíos y cristianos, y dado que la estrella castellana comienza a subir, era lógico que ese idioma fuera, de a poco, ocupando el papel protagónico. En la versión latina De judiciis astroligiae se nos dice que Judá ben Mosé ´´ transtulit de aravico in ydeomate maternum´´, y que por este intermedio, ´´Alvaro transtulit de ydeomate maternum in latinum´´, lo que nos aclara bastante bien qué era lo que seguiría estando en latín y qué lo que se acuñaría en romance o castellano de la época. Por lo visto, seguiría en latín lo científico o, para el caso, lo menos práctico. Así se había hecho antes de Alfonso, hasta que éste decidió que, además, debía consignarse por escrito la versión romanceada del texto. En ese proceso, poco a poco, fueron decayendo las versiones latinas.
Alfonso había encontrado en Sevilla, comenta Menéndez Pidal, una escuela de traducción científica en pleno funcionamiento. En ella vivían y traducían Alvaro , Judá ben Moshé y Herman el Alemán. Hay constancia de que cuando el traductor y estudioso judío Yudá Mosca el Menor logró interesar al rey en el Lapidario, el infante le encargó la traducción y le puso como ayudante al clérigo Garci Pérez ( anno 1250 ). Progresivamente, el trasvase de conocimiento, paralelo a la Reconquista, va romanceando el mundo natural y el dinástico. El objetivo alfonsí, planteado desde un primer momento como de síntesis, no podía evitar empaparse de sincretismo. El rey acopia libros e ideas. Las rutas que llegan hasta él, como las que fueron de Alejandro a Aristóteles, hervían de enigmas a descifrar. Otro tanto hizo, con libros, lenguas y saberes, Abderramán III, fundador de la Escuela de Medicina de Córdoba. Tras un primer período bastante asistemático, Alfonso y sus ayudantes comprenden la necesidad de traducir con método, pues les va en juego dilatar los límites de su conciencia de civilización cristiana. A partir de 1270 el grupo de traductores comienza a escribir y a copiar las obras más originales y personales, en muchos casos atribuidas directamente al rey. Su saber quiere encarnar. De la historia particular de cada pueblo de la Antigüedad Alfonso querrá hacer una General Estoria.

Es la época de las Crónicas y las Cantigas, que tanto hacen pensar en el David del texto bíblico de los Reyes I y II, y en el lírico universo de los Salmos. Establecida la monarquía en su sitio, más o menos segura la cátedra, es decir la silla, el recopilador quiere ser actor, el oidor de otros hablar de sí mismo. En muchas ocasiones los traductores actuaban como trasladadores y ayuntadores después, mediando en algunos casos entre la primera y la segunda función al menos una década, lo que prueba no solamente la continuidad de las escuelas alfonsíes sino también el lento proceso de edición que atravesaban los textos. Ramón Mendéndez Pidal sostuvo que el empleo de borradores y de varias versiones de una misma obra tiene que haber sido bastante común dada la voluntad de exactitud que animaba al rey.

Continuará…

Acerca de Mario Satz

Poeta, narrador, ensayista y traductor, nació en Coronel Pringles, Buenos Aires, en el seno de una familia de origen hebreo. En 1970 se trasladó a Jerusalén para estudiar Cábala y en 1978 se estableció en Barcelona, donde se licenció en Filología Hispánica. Hoy combina la realización de seminarios sobre Cábala con su profesión de escritor.Incansable viajero, ha recorrido Estados Unidos, buena parte de Sudamérica, Europa e Israel.Publicó su primer libro de poemas, Los cuatro elementos, en la década de los sesenta, obra a la que siguieron Las frutas (1970), Los peces, los pájaros, las flores (1975), Canon de polen (1976) y Sámaras (1981).En 1976 inició la publicación de Planetarium, serie de novelas que por el momento consta de cinco volúmenes: Sol, Luna, Tierra, Marte y Mercurio, intento de obra cosmológica que, a la manera de La divina comedia, capture el espíritu de nuestra época en un vasto friso poético.Sus ensayos más conocidos son El arte de la naturaleza, Umbría lumbre y El ábaco de las especies. Su último libro, Azahar, es una novela-ensayo acerca de la Granada del siglo XIV.Escritor especializado en temas de medio ambiente, ecología y antropología cultural, ofrece artículos en español para revistas y periódicos en España, Sudamérica y América del Norte.Colaborador de DiarioJudio, Integral, Cuerpomente, Más allá y El faro de Vigo, busca ampliar su red de trabajos profesionales. Autor de una veintena de libros e interesado en kábala y religiones comparadas.