Dos estudiantes de figsionomía, en el París de fines del siglo XIX, discutían respecto de la forma de la nariz. Balzac y otros habían puesto de moda la idea de que a cada morfología facial le corresponde una manera de ser. Se comparaban razas, ambientes y costumbres.
-Los climas fríos producen narices pequeñas y de orificios cerrados-dijo Jean-, y los climas cálidos, ardientes, narices anchas y rotundas como en Africa. Todos nosotros respiramos, pero hay aires más fáciles y más gratos que otros de ser inhalados.
-Eso es verdad para el conjunto, para el grupo humano-acotó Blaise-, pero es suficiente con echar una mirada a cada individuo en particular para descubrir las infinitas variaciones de forma y tamaño de la nariz. Si la especie es la regla, cada individuo es una excepción.
-He leído-prosiguió Jean- que para los sabios de la Biblia la expresión ´´largo de nariz´´ significaba intuición, previsión del futuro, y no necesariamente una nariz larga.
-Eso me da la razón: cada caso es cada caso. Sin embargo-dijo Blaise-, es cierto que una nariz de tabique ancho y base gruesa dará una percepción más aguda del espacio y, al revés, una nariz fina, larga y un poco puntiaguda tendrá una noción más exacta del tiempo.
-Hay pueblos de grandes narices y pueblos de narices minúsculas-rió Jean-, y todo eso en el seno de una misma nación.
-Las narices pequeñas tienen el orgullo de lo heredado-comentó Blaise-, las grandes, la pasión de dominar el horizonte hacia el que van.
Jean y Blaise repasaron luego la teoría de la respiración alterna del Yoga, las ideas budistas relativas al nexo entre la nariz y la columna vertebral; las mediciones de Leonardo da Vinci en pos del número de oro impreso en el rostro, el criterio de los pintores a la hora de pintarlas, la facilidad con la que se rompían en las manos de los escultores y, por fin, las suyas propias.
-La mía, por ejemplo, adora los perfumes y detesta las miasmas-dijo Jean.
-Eso nos pasa a todos-agregó, orgulloso, Blaise-, incluso a las abejas que buscan el perfume de la flor de la nuez del Brasil. Un aroma grato nos permite ir más allá, extiende la polinización real y la imaginaria, un olor desagradable tiende a quedarse en el mismo sitio, como el agua estancada o los efluvios de un retrete.
-¡Qué juez más implacable puede ser nuestra nariz!-dijo Blaise.
Y Jean, para corroborarlo, estornudó.
-Lo que no entiendo-continuó Blaise-, es por qué si un perfil nos atrae tanto, al conocer su frente nos decepcionamos.
-A veces es al revés-sonrió Jean-, y tampoco para eso hay respuesta.
-Más allá de las diferencias-sostuvo Blaise-, el aire es igual para todos, probablemente porque no se ve.
-Sin duda. Todo lo que vemos y conocemos es hijo del contraste, todo lo que sabemos padre de nuestros mejores actos.