El mundo entero lo ha oído. Las pantallas transmitieron destellos de ventanas y vagos perfiles de edificios. Las voces buscan transformarse en coro pero, al no poder hacerlo y por el momento, se responden unas a otras en la oscuridad, bajo un cielo sin estrellas, en Teherán, la ciudad de los velos y los hábitos negros. Se responden de barrio en barrio en medio de un feliz asombro, como si lo que estuviera ocurriendo procediera del fondo de los tiempos. Gritan contra el tirano, claman contra aquel que llenándose la boca de mentiras destila odio y tal vez, ahora, mientras oye o le dicen que oiga las miles de voces que le desean la muerte, también piense que el terror que inspira está girando en todas las esquinas para dirigirse a su lecho. La poesía persa clásica habla de ruiseñores que cantan de noche sus amores y citas, tributarios de las fuentes y las delicias florales de mayo. Tal vez mañana los poetas recojan otras voces, esta vez humanas, que han comenzando a cantar la canción del fin del tirano, encerrado en su palacio y protegido por cientos de guardias que, pasmados, perplejos, no saben a quién obedecer, si a su conciencia o a su bolsillo, al déspota que los emplea o a los jóvenes que quieren derrocarlo.
Podemos imaginarnos las terrazas y también los rápidos ocultamientos y disimulos de las gentes que en ellas gritan y reclaman breve, intensamente, porque Teherán se ha convertido en un hervidero de espías y perseguidores y hay que proteger la intención de la protesta, que ha escogido con inteligencia la noche con el fin de encubrir sus focos de emisión. Podemos imaginarnos las terrazas y los balcones y también las gargantas atenazadas de rabia y temerosas, a la vez, de ser descubiertas en plena diatriba, en cuyo caso sus dueños serían golpeados y arrastrados a celdas húmedas y descascaradas en las que una tribu de viejos torturadores espera afilando sus instrumentos. Reina la réplica en Teherán, el eco de cientos de miles de voces atrevidas pidiendo el fin de la tiranía, reina la voluntad de ser libres y vivir sin miedo. Por el momento quienes protestan cuentan con la protección de la noche, esa gran nodriza de dudosos límites. El régimen puede negarles lo que piden a la luz del día, prohibir reuniones y manifestaciones, pero no puede entrar de noche en cada casa, humilde o lujosa, escrutar e indagar, aunque sin duda lo intentará, querrá cortar esas lenguas, sellar esos labios, suprimir esos reclamos e individualizar a los rebeldes. El sonido puede, en ocasiones, ser más poderoso que la imagen, precisamente porque la oscuridad no lo detiene ni suprime. Qué bueno sería que el tirano sucumbiera a ese nocturno de reclamos y vituperios que exige su destitución y que, paralizado por el desprecio que su nombre inspira, encaneciera en unas horas bajo esa distribuidora de certezas que es la justicia hasta que, reduciéndose a cenizas, la brisa dispersara para siempre sus restos sobre los valles del olvido.
Cuando eso por fin ocurra, el ejemplo cundirá. Las voces inocentes vencerán a todas y cada una de las mentiras del poder y el ejemplo por fin cundirá.