Es fundamental recordar este planteamiento, mismo que hace referencia al filósofo griego Aristóteles, quien desde su propuesta analítica, nos hace reflexionar hoy en día en torno al sentido de aprender a profundizar en nuestro intelecto para así, lograr reconocer cuales son nuestros verdaderos deseos, ya que solo de esta forma, podremos racionalizarlos e identificar esos sentimientos que nos mueven más allá de todo.
Porque la transformación de las estructuras mentales, no debería depender como creen algunos del castigo impuesto por la ley o en las limitaciones que muchos, le confieren a las religiones que a lo largo del tiempo, han rondado entre la ética y la moral como decálogos de vida.
Todos como personas somos seres autónomos, aunque es evidente que unos más que otros; sin embargo esa autonomía debería ir de la mano de razones bien fundamentadas, las cuales nos orienten, porqué seguimos o no, tal postura o creencia en torno a una vida buena.
Las mismas leyes, se aprenden a través de procesos de socialización que durante años, nos permiten sopesar entre lo que es bueno y lo que no lo es, no solo para mí, sino también para la sociedad en su conjunto.
De esta forma, el punto de encuentro entre leyes y valores que desde un Estado Social de Derecho, abarcan a las personas se desprende del ejercicio de una ciudadanía cívica, misma que debe ser activa, responsable, crítica y solidaria con la nación a la que se pertenece y yendo más lejos, con el mundo en general; debido a que todos somos un conglomerado humano de intelectos, deseos, razón y sentimientos.
Lo anterior, sin dejar de lado la constitución histórico-social, política, económica, religiosa y cultural que hemos heredado o que posteriormente, elegimos o no seguir; la cual ante todo, nos sitúa en un espacio y tiempo únicos, frente a los nuevos acontecimientos que sobrecogen al mundo, haciéndonos pluriculturales, multiétnicos y plurilingües, dentro de un contexto ciudadano, más encaminado a vivir un cosmopolitismo que no nos puede ser indiferente.
Así, es necesario encontrar el equilibrio ético y político adecuado, donde lo justo y lo bueno, sean sinónimos de justicia en el sentido de libertad, igualdad e independencia, frente a un capitalismo salvaje y egoísta; donde el bien común, no se encuentra en el horizonte que es constitutivo de toda sociedad.
El ciudadano, siempre ha sido un proyecto inacabado en constante proceso de reconstrucción; ya que no se nace siendo ciudadano en estricto rigor, sino más bien, la ciudadanía se construye, debido a los procesos que conforman el quehacer cultural de toda nación o pueblo, desde el ámbito legal o político, pero ante todo intercultural de la mando de la ética y la moral.
(Especial para el Diario Judío.com de México.)
22 10 2019.
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