El ministro británico Philip Hammond acaba de decir hace un par de días que ningún acuerdo con Irán hubiese satisfecho a Israel, así que esa parece ser la razón por la cual los cinco grandes se dijeron en Viena, en voz baja y en voz alta también, por qué preocuparnos si el blanco de los ayatolás no somos nosotros. Esa actitud no está exenta de perversidad y sigue la estúpida actitud inglesa de no querer molestar al Islam, que después de todo tiene en su propia casa, le ha dado ya dolor de cabeza y cultiva con pasaportes del país viejas rabias y resentimientos contra lo que Gran Bretaña representa.
Pero es que Irán no sólo no quiere a Israel o a los norteamericanos: ¡no quiere a nadie que no sea como él! Tal es el dilema que Occidente no alcanza a entender. Por otro lado no es cierto que Israel no busque aceptar ningún acuerdo, ya que lo necesita incluso más que los iraníes, pero no a cualquier precio, no cuando está en juego su seguridad. Hammond sólo es la punta del iceberg del nuevo antisionismo y antisemitismo europeo, por debajo de los cuales están la vieja derecha resentida y racista y un poco por encima de ella la izquierda imbécil y proislámica, aún más peligrosa como puede verse en la personalidad muy verde y siniestra de quien se llama, gran paradoja, Maduro.
La visión de que es Israel quien pone objeciones y de que los palestinos y los árabes en general son unos santos se ve desmentida una y otra vez por lo que sucede en la gran Umma que va de Indonesia a Marruecos: un porcentaje increíble de jóvenes sin nada que perder están a favor del estado islámico como antes bendecían a los esbirros de Al Qaeda, y en cuanto pueden atentan bien contra el turismo europeo, bien contra las facciones liberales dentro de sus propios países. Todo lo cual se lleva a cabo con el beneplácito imperio-terrorista de Irán, desgraciado sea su nombre. Lo que de verdad quería y quiere Israel es desenmascarar al asesino, sacarle el turbante hipócrita a esos mulás cuyo DNI es el odio, hecho lo cual-y ya que eso no cambiará por ahora-, el mundo podrá saber al fin con quien está tratando.
Es un deseo ingenuo, reconozcámoslo. Al mundo no lo mueve, en este momento, la verdad, y quizás ésta nunca ha importado demasiado. Lo mueven los intereses y la necedad, la demencia y la pereza de los líderes sin una cosmovisión grande y noble. La alegría que demostraron estos señores, los representantes de los cinco grandes, tras el acuerdo con Irán era tan desbordante como hipócrita. Lo dijo el mismo Rohani ese mismo día: ´´El mundo acepta un Irán atómico.´´ O sea que ganaron su derecho a ser lo que son, unos criminales en cuya boca anida el plan para asolar a la Humanidad. Por mi parte, sinceramente espero que ese Irán sea algún día atomizado como lo está hoy Siria, y que tarde décadas en recuperarse. Y no sólo porque no me fío ni un pelo de sus dirigentes, sino porque habrá terminado en gran parte la pesadilla iniciada por Khomeiny y fomentada, craso error, por el pusilánime de Carter.
Philip Hammond ha mentido. Israel quiere y necesita la paz. Los que no quieren ninguna clase de paz son los islamistas radicales, que muerden la mano que les da de comer y son alentados, en sus acciones, por ideologías siniestras. O sea que pagaremos, los occidentales, para que nos destruyan. Una vez más Israel dirá, naturalmente, que ése no es su juego y se preparará para defenderse.
Mario Satz