Vidas cruzadas

Por:
- - Visto 343 veces

La visita,  hace años, del Dalai Lama a España, recibido  con admiración y reserva, ha puesto en movimiento a muchas almas tímidas deseosas de recibir una instrucción espiritual que la Iglesia católica es tarda cuando no reticente en ofrecer. Muchos y muchas son los que comienzan a leer todo cuanto, referido al budismo, cae en sus manos. Se habla de vibraciones sutiles ante el Dalai, sus fieles, acólitos y curiosos seguidores. Palabras que son más que palabras. Tarde o temprano se puede cambiar fácilmente de religión-y eso es lo que hizo san Pablo en su camino de Damasco-cuando la propia parece agotada, o bien cuando algo nuevo e inefable( Rudolf Otto lo denominó, en los años treinta,”numinoso” )se apodera de nosotros. Después de todo la religión no es más que un intento de congeniar nuestro mundo interno con el externo, lo fantástico con lo real.

Ayya Khema, nacida Ilse Kussel y autora de un formidable texto budista llamado Siendo nadie, yendo a ninguna parte,  vino al mundo en 1923 y en Berlín, hija única de una familia judía adinerada que habría de sufrir el calvario , la tortura y la transfiguración de tantas otras bajo la negra ola del nazismo. Tras un breve pasaje por Escocia, donde sobrevivió como empleada doméstica, Ilse-Ayya se reunió con sus padres en China, en donde comenzó a trabajar, muy temprano, como secretaria trilingüe. Pero la estabilidad duró poco: los japoneses invadieron Shangai y encarcelaron a todos los judíos refugiados en esa ciudad. Su padre, enfermo, murió en el campo de concentración, pero su valiente hija consiguió trasladarse a América, en donde se casó y tuvo dos hijos, niña y niño, divorciándose trece años después. Sin embargo, al poco tiempo, restañando viejas heridas, volvió a casarse con un antiguo compañero de colegio y en uno de sus numerosísimos y arriesgados viajes fue a parar al ashram o centro espiritual de Sri Aurobindo en Pondichery, India. A partir de ese momento en su vida, y  a través de su experiencia con la meditación, se convirtió al budismo, en el seno de cuya tradición hoy es la gran maestra Ayya Khema.

Entretanto, y en el otro extremo del mundo, en Japón, el hoy padre Agustín Okumura, crecía como budista practicante, vástago de una tradicional familia de clase media. Tras su paso por la universidad, y en el preciso momento en que Ayya hacía sus primeros esfuerzos de adaptación en Norteamérica, Okumura se convertía al catolicismo. En la década del cincuenta ingresa en la Orden carmelitana y tras asistir en Roma al Teresianum, se ordena sacerdote en 1957. Desde entonces no ha dejado de escribir libros hermosos sobre los Padres del desierto de la tradición bizantina, sobre la plegaria cristiana o la simple contemplación según las pautas del Carmelo. Probablemente, amén de hacerlo en esta página, él y la budista Ayya se hayan encontrado en algún aeropuerto europeo sin reconocerse. Víctimas de la historia, desplazados por la guerra pero emplazados por el Espíritu para guiar sus vidas adultas en la senda de la realización. La desconfianza y el dolor experimentado en su propia matriz cultural les impulsó a ambos a buscar lejos lo que tenían cerca, y fueron incapaces de ver por las tristes circunstancias en las que se vieron envueltos en la temprana infancia.


Tantas analogías hay entre una y otra biografía, tantas curiosas polaridades, que su historia merecería una novela o un cuento largo, de cuya lectura emergeríamos con la certeza de que no importa demasiado la vía que uno escoja para sentirse más vivo y hondo, siempre y cuando se la siga con honestidad y verdadero amor. Quizás, la religión auténtica consista en una metanoia, en una conversión, o bien que la conversión sea el momento más importante de la vida, ya que en él uno descubre aquello que le falta y se dispone a buscarlo. Ayya y Agustín son- tal vez-, los primeros de los muchos que seguirán sus pasos: en Oriente adoptando el cristianismo; en Occidente tornándose budista. Estamos, hoy, más cerca que nunca de alzar las barreras que nos separan, de levantar las mamparas y mirar de cerca el fenómeno espiritual. Hasta que llegue el día en que, suave ironía del destino, las Ayyas verán a los Agustines al mirarse en el espejo, y éstos contemplarán a las Ayyas. Aunque parezca una tontería, así lo dejó escrito San Pablo en 1 Corintios 13:13:  “Ahora vemos por espejo, oscuramente, mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como soy conocido”. Ya estamos en el “entonces”. Entonces es ahora.

Acerca de Mario Satz

Poeta, narrador, ensayista y traductor, nació en Coronel Pringles, Buenos Aires, en el seno de una familia de origen hebreo. En 1970 se trasladó a Jerusalén para estudiar Cábala y en 1978 se estableció en Barcelona, donde se licenció en Filología Hispánica. Hoy combina la realización de seminarios sobre Cábala con su profesión de escritor.Incansable viajero, ha recorrido Estados Unidos, buena parte de Sudamérica, Europa e Israel.Publicó su primer libro de poemas, Los cuatro elementos, en la década de los sesenta, obra a la que siguieron Las frutas (1970), Los peces, los pájaros, las flores (1975), Canon de polen (1976) y Sámaras (1981).En 1976 inició la publicación de Planetarium, serie de novelas que por el momento consta de cinco volúmenes: Sol, Luna, Tierra, Marte y Mercurio, intento de obra cosmológica que, a la manera de La divina comedia, capture el espíritu de nuestra época en un vasto friso poético.Sus ensayos más conocidos son El arte de la naturaleza, Umbría lumbre y El ábaco de las especies. Su último libro, Azahar, es una novela-ensayo acerca de la Granada del siglo XIV.Escritor especializado en temas de medio ambiente, ecología y antropología cultural, ofrece artículos en español para revistas y periódicos en España, Sudamérica y América del Norte.Colaborador de DiarioJudio, Integral, Cuerpomente, Más allá y El faro de Vigo, busca ampliar su red de trabajos profesionales. Autor de una veintena de libros e interesado en kábala y religiones comparadas.