Donald Trump, El Nuevo Ciro Para Israel

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A mi querido amigo Antonio Escudero Ríos,

que tanto ama a Israel

Tengo yo la impresión, o la sensación -mucho más que la idea- de que, por una parte el hecho en sí y por otra el ámbito al que da lugar, o dentro del cual se produce y manifiesta la vida misma y sobre todo el espíritu del pueblo de Israel, es su Templo. El Templo de Jerusalén. Allí es donde se rindió culto, por primera vez, al Dios que no se ve. Porque no se le puede ver, al carecer de forma, y muy en especial de forma humana. Él, “es el que es”, el único que es  desde siempre, desde antes del Big Bang, por radicar en su propia esencia la causa de este último, de toda la creación en su origen y, en la evolución de la misma, de todas sus especies, incluido el hombre. Todo esto, lo irá descubriendo un ser tan curioso e inquieto como el propio hombre, que todo se lo pregunta y todo lo indaga, desde las paredes de su cueva  -en las que pinta lo que sí puede ver- hasta las galaxias del cosmos, en constante expansión, a través del poderoso telescopio Hubble, que orbita en el exterior de la atmósfera, alrededor de la Tierra, a 593 km. sobre el nivel del mar, y de las modernísimas estaciones espaciales.


No es posible saber hoy  -tras tanto “hurgar” en todo lo que le rodea y resulta exterior a él, a su propia y exclusiva existencia–  lo que llegará a saber el hombre, en lo que atañe a la materia, pero parece manifiesto y por ello innegable que ha dedicado siempre mucha más curiosidad a lo que se encuentra fuera de él que a lo que, indudablemente, se halla instalado dentro de sí mismo. Es más, cabe también suponer o sospechar que, “por dentro”, la realidad en la que el propio hombre consiste existencialmente, le grita que está llamado a otra realidad esencial. Mucho más compleja, pero también mucho más hermosa que lo que ya puede ver a través de los telescopios, en lo que atañe a lo más grande y lejano y, en cuanto a lo más pequeño y próximo, de los aceleradores de partículas, en lo que ahora también está empeñado, por ver si hasta esta última  -la partícula y no ya el átomo, como antes la molécula-  también se puede romper o partir y en consecuencia también puede ser desintegrada.

Esto, no lo sabían nuestros hermanos mayores, los nuestros, los de nosotros los cristianos, los israelitas del tiempo de Rey Salomón, pero sin duda ya habían recibido la “intuición”, por pura transmisión profética, de que, dentro de sí, habitaba el único ser que es desde siempre, desde antes del tiempo, pese a ser invisible. Y por ello el propio Salomón construyó en Jerusalén el Primer Templo en su honor, de aquella magnificencia incomparable, que asombró a todos los demás pueblos.

Aquel Templo, el construido por Salomón en 960 a,C., fue destruido en 586 a.C. por Nabucodonosor II de Babilonia, cuando se llevó a todo el pueblo a la Cautividad, en la que -tras la incalculable de Egipto-  permaneció 48 años, lo que tampoco es precisamente “unos meses”, hasta que otro Conquistador, también de ordinal segundo, Ciro II de Persia, Ciro el Grande, tras someter a Media y a Lidia, conquistó también Babilonia y permitió, en el 538 a.C., mediante su conocido Decreto, el regreso a Jerusalén de la comunidad judía allí cautiva. Y fue también a raíz de entonces, más o menos 23 años más tarde, cuando su sucesor Darío I cooperó muy decisivamente a levantar el Segundo Templo, el que construyó o reconstruyó Zorobabel, y más tarde expandió ampliamente Herodes el Grande, por lo que, se le ha llamado o suele llamársele “Templo de Herodes”, si bien es más conocido como Segundo Templo. En efecto, la construcción del Segundo Templo se completó bajo la dirección de los tres últimos profetas judíos Hageo, Zacarías y Malaquías, pero con aprobación y financiación persa, sin la cual no hubiera sido posible. En él, predicó Jesús de Nazaret, que profetizó sería destruido también. Cada cual es muy libre de pensar lo que quiera, pero esta profecía resultó totalmente cierta, al cumplirse de plano menos de cien años más tarde de ser formulada, cuando Tito, durante el imperio de su padre el Emperador Vespasiano, lo redujo nuevamente a cenizas, el año 70 d.C. Esto es, de los cien años que se citan, sobran treinta para el cumplimiento de aquella profecía.

En el Segundo Templo no estaban ya el Arca de la Alianza, ni su contenido, que comprendía las Tablas de la Ley y la medida de maná, los Urim y el Thumim, la serpiente de bronce (destruida por Ezequías en el Primer Templo) y la vara de Aarón. Estos objetos sagrados desaparecieron después de la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor. Pero del Segundo Templo, tan sólo queda hoy en pie el Muro de las Lamentaciones. Ciertamente, en el mismo lugar, conocido universalmente como Monte del Templo, o Explanada de las Mezquitas (17 Hectáreas de la vieja Jerusalén dedicadas a la Fe en Dios), se encuentra situado el Domo de la Roca, noble Santuario y también lugar sagrado para los musulmanes, el tercero más venerado de todos ellos, tras la Meca y Medina. Esta Roca, que según la tradición islámica se encuentra en el centro de la Cúpula, es el punto desde el que Mahoma ascendió a los cielos para reunirse con Dios, acompañado por el ángel Gabriel. Pero también caen bastante cerca de allí el Monte de los Olivos, La Calle de la Amargura y el Santo Sepulcro de nuestro Señor Jesucristo.

Y frente al ateísmo galopante de esta hora tan estúpida y vacía, tan amarga, que amenaza, no sólo con llevarse por delante todo lo que no sea puro materialismo, sino con destruir al mismo hombre, urge la unidad de la Fe en Dios, aunque unos y otros le llamemos por distinto nombre. Por ello, no diría yo que en ese Monte de Jerusalén, no quepan todas las creencias en Él.

Me parece oportuno considerar por otra parte que, según la tradición judaica, esta religión comienza con los Patriarcas. El calendario hebreo comienza con la Génesis del mundo, que aconteció, a tenor de dicha tradición, el domingo 7 de octubre del año 3760 a. C., fecha equivalente al 1° del mes de Tishrei del año 1. Y por ello los judíos se encuentran ahora mismo en el año 5779, los cristianos en el 2018 y los musulmanes en el 1439. Sería tan sólo cuestión de poner sobre la mesa el argumento, o algo así, de que, como en el Ejercito, “la antigüedad es un grado”…

Y aunque es verdad también que, además de la unidad (si no en la Fe, sí desde ella), es preciso admitir que Dios, por ser el autor del tiempo, está fuera de él, no puede ser concebible, ni es admisible, que Israel deba conformarse con introducir su mano en los resquicios del Muro de las Lamentaciones. También merece al menos el mismo honor y la misma veneración, el lugar de “la piedra del sacrificio de Isaac” (la Sagrada Piedra de Abraham), lugar elegido por el rey David para construir un santuario que albergara el objeto más sagrado del judaísmo, el Arca de la Alianza. Para ello precisamente fue construido el Primer Templo. Allí mismo. Y antes.

Por ello  -y por último-  Mr. Trump será lo que sea, contra apariencias o según éstas, pero no parece racional negarle la fuerza suficiente, si se lo propone, no solo para trasladar la Embajada de los Esrtados Unidos de Tel Aviv a Jerusalén sino para que, allí mismo, en ese Monte, pueda construirse el que se ha llamado  -y no es de ahora la cuestión-  el “Tercer Templo” de Israel. ¿Quién puede saberlo? Y si así fuera, para Israel, efectivamente, y no sin razón, Mr. Ronald Trump podría ser el segundo Ciro. O Más bien  -y no es ningún trabalenguas-  el segundo Ciro II.

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