La sociedad israelí y su pluralismo ¿Defecto o virtud?

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En estos días conmemoramos el 68 aniversario del Estado de Israel; tras una lucha y amenaza constante con los países árabes vecinos, el conflicto del territorio, las demandas palestinas. Israel ha logrado hasta el día de hoy franquear los obstáculos externos  que se han presentado; me parece fascinante que a pesar de vivir en una zona de intenso conflicto como lo es el medio oriente, Israel haya logrado a través de  su creatividad, disposición, lucha y entrega, permanecer como un país sólido y democrático en la región.

Si, es verdad que en política exterior todavía hay mucho por hacer, y el camino es largo, sin embargo y a pesar de los conflictos externos, quisiera enfocarme y analizar la cuestión de la sociedad israelí.

Si observamos desde dentro podemos ver comunidades muy diversas y profundamente divididas;  esta cuestión nos lleva a una pregunta  ¿Cómo es posible que un país en amenaza constante ya sea por los países vecinos, o por el tema del enriquecimiento nuclear de Irán, o el sinnúmero de grupos árabes fundamentalistas terroristas; pueda caminar y continuar desarrollándose cuando en el interior, la sociedad se encuentra polarizada, fragmentada, tanto en lo político, cultural y religioso?


Si analizamos la conformación de la sociedad israelí desde sus inicios, podemos observar que los ideólogos y creadores de la idea sionista eran judíos europeos ashkenazim, los cuales emigraron en un principio por inspiración idealista y posteriormente por la ola de antisemitismo que se gestaba en Europa. Aunque los ashkenazim comenzaron a asentarse previamente a la independencia del Estado de Israel, la inmigración  fue difícil, el establecimiento en un lugar ajeno a lo conocido, implicó grandes esfuerzos y desafíos, llegando a tierras desérticas, con grandes carencias, realizando  esfuerzos humanos muy significativos para poder lograr una estancia habitable,  creando poco a poco las instituciones fundamentales que necesita un pueblo para vivir, como es la educación, atención médica, alimento y vivienda.

Estos primeros inmigrantes conformaron el prototipo del israelí; hombres y mujeres fuertes, emprendedores, valientes, arriesgados, modernos, inmersos en una sociedad igualitaria, donde había un ideal en común, la creación de un Estado Nacional Judío orgulloso de su identidad, esta identidad judía laica, enfocada en el progreso y el bien común para lograr plasmar los ideales  sionistas.

En las primeras décadas de la creación del Estado, la idea sionista se ajustó perfectamente a las aspiraciones colectivas; crearondo  comunidades agrícolas (kibutzim, moshavot), desarrollando ciudades, y se fortaleciendo la seguridad del Estado conformando un ejército sólido y fuerte, motivo de orgullo nacional.

Sin embargo, los dados todavía no estaban echados,  a partir del año de 1967 (y previamente) tras la guerra de los seis días, llegaron grandes migraciones de judíos sefaradíes, que venían de países árabes, huyendo  de las olas de violencia y furia  en contra de las comunidades judías de medio oriente; judíos provenientes de Siria, Marruecos, Líbano, Egipto, Irak, Yemen, Libia, por mencionar algunos; arribaron a Israel trayendo con ellos sus costumbres, valores de su cultura de origen.

Estos judíos sufrieron del rechazo y prejuicio por parte del yishuv  ya establecido.  Hecho que no se dio intencionalmente, simplemente las diferencias entre las comunidades eran  abismales.

Los sefaradim llegaron con una cultura  tradicional religiosa muy arraigada, sus familias eran numerosas  y se dedicaban al comercio; el encuentro de la sociedad mayoritaria con estas nuevas comunidades  desconocidas,  provocaron el  rechazo y alejamiento.

La sociedad que acogía los inmigrantes originarios de medio oriente, intentaba modernizarlos lo más rápido posible para beneficio del Estado, por lo tanto las autoridades trataron de erradicar sus costumbres ancestrales, romper con las estructuras y valores sociales. Para la visión del Estado, no había lugar para las tradiciones de los judíos orientales,   el proyecto  migratorio le quitaba la importancia al status religioso y valores fundamentales de los judíos sefaradím; fomentando un modo de vida moderno al estilo europeo. Los sefaradim seguían  viviendo bajo sistemas patriarcales, donde el papel de  la mujer no era igual al del hombre, elementos que no coincidían con el ideal sionista. El arquetipo del israelí no correspondía al perfil sefaradí.

Además, el judío sefaradí no estaba identificado con el sionismo, puesto que esta ideología no provenía de sus países de origen, por lo tanto el concepto “sionista” les resultaba extraño, ajeno y distante.

Sumando a estos factores, se les asignaron  viviendas en barrios pobres,  ciudades en proceso de desarrollo o en kibutzim, donde debían realizar trabajos a los cuales estaban desacostumbrados y consideraban denigrantes, como la agricultura.

La falta de entendimiento de los códigos culturales por ambas partes abrió una brecha social que hasta el día de hoy permea en la realidad social de Israel. Las consecuencias de la falta de tolerancia hacia los recién emigrados fue; la pobreza, la marginación y el resentimiento.

Esta tensión perduró mucho tiempo después de su llegada a Israel, de hecho, hasta a caída del partido laborista (hegemónico en Israel desde la creación del Estado) y el triunfo del Likud con Menahem Begin a la cabeza, en 1977, fue el elemento  detonador que expresó la  inconformidad de las minorías, dio voz y reconocimiento a las comunidades segregadas; abrió las puertas al pluralismo y a los reclamos de los marginados.

Begin  tradujo la frustración, la desigualdad y el inconformismo de la comunidad sefaradí; fue el que proporcionó esperanza y fe en un futuro próspero, igualitario y  una mejor calidad de vida.

Se abrieron  las puertas a la libre expresión de las distintas comunidades; posteriormente, los siguientes inmigrantes como los  rusos y  los etíopes, encontraron un marco abierto a la expresión y discusión de los diferentes asuntos concernientes a su comunidad. (Cabe mencionar que no por la apertura democrática se les haya facilitado el proceso de asentamiento en Israel, de hecho los judíos etíopes todavía padecen de pobreza, marginación y prejuicio).

Israel hoy en día es un país multicultural, multiétnico, multifacético, inmerso en diferentes posturas tanto políticas como religiosas, que van desde la extrema derecha, hasta la izquierda radical, navegando en su centro por todo un crisol de ideológico. Si bien el sistema político democrático de Israel ofrece el derecho de libre expresión a todo ciudadano, a través de este podemos observar la polarización ideológica de la sociedad israelí.

Esta apertura nos puede resultar fascinante, pero al mismo tiempo caótica. Parece   increíble que en un país tan pequeño exista tal cantidad de subculturas, grupos sociales, tendencias ideológicas, movimientos religiosos, doctrinas políticas. Y al parecer todos los grupos están completamente seguros de tener la razón.

La pregunta es ¿Se podrán conciliar las diferencias? ¿Podrán enfatizarse las coincidencias entre los grupos? ¿Cómo convivir el día a día con esto?

Un país multicultural, implica un país inevitablemente conflictivo, pues es ahí, en la libertad de expresión y manifestación, donde se plasman los conflictos más agudos y álgidos,  donde se conocen los unos a los otros.

La cuestión es ¿Cómo legitimar los diversos valores e intereses con un enfoque integrativo?  Creo que la respuesta se dirige a enfocarnos en los elementos que nos unen como pueblo,  el judaísmo.

El judaísmo, en cualquiera de sus versiones, es el elemento integrador y unificador que tiene el pueblo de Israel para continuar con su desarrollo y proyecto nacional. Es el componente que nos es común a todos; por más marcadas que sean las diferencias entre judíos; unos de derecha, otros de izquierda; unos ashkenazim, otros sefaradím; unos seculares, otros religiosos; unos liberales, otros conservadores; unos ultraortodoxos, otros ortodoxos  sionistas; en fin, podríamos seguir marcando un sinnúmero de divergencias que hacen de Israel un horizonte  multicultural y multiétnico.

A través de la apertura y el  diálogo entre identidades que han permanecido en tensión y distanciamiento,  se podrá llegar a una conciliación, conservando cada grupo su cultura, valores y agenda particular; pero teniendo a la vez un principio unificador y conciliador.

Esta, resulta una tarea difícil,  ya que la pluralidad y el multiculturalismo acepta las diferencias entre grupos sociales, pero a la vez acentúa la desigualdad social.

El pluralismo ofrece la diversidad y la posibilidad de elección, una visión más individualista del proyecto de vida, que a su vez requiere la cohesión de los valores fundamentales judíos para lograr el desarrollo sano del país. En un contexto de apertura y respeto, destacando al judaísmo como  el elemento conciliador donde las brechas de la polarización social  puedan armonizar, con una actitud de empatía, respeto y aceptación, en base a la ética y moral de los principios de la ley judía.

El judaísmo es ese “algo” en común, que nos une a todos, siendo la causa y  efecto de la creación de un hogar nacional judío. La magia del judaísmo ha permitido nuestra permanencia en el mundo, permitiendo que nuestras diferencias se vuelvan coincidencias por un bien común.  El judaísmo es tan poderoso que logró  la creación de una empresa que en siglos pasados parecería utópica; un hogar nacional para todos los judíos, el Estado de Israel, celebrando ya sus 68 años de existencia.

¿Si Israel es una realidad, cómo podremos dudar que el judaísmo no sea el motor y el elemento de convergencia entre las diferentes comunidades israelíes? Valores, tradición y religión nos unen como pueblo, ya lo demás es lo de menos.

Felicidades, Am Israel Jai!!

Mtra. Karen Bensussen Kosberg
[email protected]

1 comentario en «La sociedad israelí y su pluralismo ¿Defecto o virtud?»

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