La tía Guítel

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Debo de haberla visto unas diez veces en mi vida de niño, pero aún y así su imagen aparece en mis sueños de tanto en tanto. Era la hermana mayor de mi abuelo paterno y tenía un rostro entre tártaro y piel roja. Rodete, manos cálidas y un vestido que recuerdo de color verde oscuro en su casa de cristaleras polícromas, muy a la usanza de comienzos del siglo XX en Buenos Aires. La tía tenía tres hijos, dos mujeres y un varón, más o menos de la edad de mi padre y sus hermanos.

De lejos daba un poco de miedo, pero cuando te abrazaba y sonreía era como si Gengis Khan fuera una abuela judía que exuda ternura y reboza buen humor, al contrario que mi abuelo, a quien una malhadada viudez entristeció para siempre y llenó sus días de parquedad. El marido de la tía, David, es el único anciano de mi infancia a quien recuerdo con una relampagueante melena blanca. De escasas palabras, debía de querer mucho a la tía porque la miraba con un silencio largo lleno de admiración. Como ella había otra dos tías viejitas: la tía Jane, hermana de mi abuela materna, seráfica, siempre sonriente y amable, y la tía Elke, generosa y pequeñita. De sus casas en el viejo Buenos Aires recuerdo el té con limón y los terrones de azúcar que ser servían de lado y nunca iban a parar al interior del vaso.

Me cuesta discernir en cuál de las moradas de las tías viejitas había, de tanto en tanto kumquat o naranjitas chinas en almíbar, algo que intenté reproducir varias veces con poco éxito. Creo que debo de haber sido de los pocos niños de mi generación que tenía una peculiar reverencia por los mayores, cuyo quebrado español raramente se dirigía a mí. Se trata, sospecho, de una reverencia heredada que ha ido perdiéndose con el tiempo, ya que hoy a los jóvenes casi no les interesan los ancianos. Entonces nombrar a los tíos o pensar en los abuelos nos llenaba de orgullo y emoción. Eran, como se dice en francés, ´´padres grandes´´. Artesanos-sastres, talabarteros, pintores de brocha gorda-, no recuerdo a ninguno de ellos vivir por encima de la medianía, casi diría que sobrevivían con lo justo. Las tías viejitas cocinaban de maravillas platos de menudos de pollo con cebolla frita o te daban de probar pepinos en vinagre como los que no he vuelto a degustar.


Nunca hablaban de sus familiares muertos en el Holocausto. Nos miraban a nosotros, los niños, con una esperanza tan azul que sentías que eran mensajeros del cielo, de un cielo muy antiguo que estuviese sellándote de gracia para el resto de tu vida. Entre todos la tía Guítel era, físicamente hablando, la que más destacaba: alta, derecha como la estaca de un rosal, llevaba unos anteojos de gruesos cristales y armazón de oro y emitía monosílabos incomprensibles que, sin embargo, todo el mundo parecía entender menos nosotros.

Hay que haber vivido lo bastante como para que esos rostros pretéritos vuelvan y te llenen de amabilidad el día. Creo que fue un poeta francés el que dijo ´´donde mejor canta el pájaro es en el árbol genealógico.´´ Eso para quien tiene buenos oídos y mejor disposición, ya que son más los que se aferran a los malos recuerdos endosándotelos como si fueran los únicos desgraciados que lo pasaron mal. Hoy, a ratos, y sin que ella lo sepa, veo en mi hija mayor algo de la tía Gúitel y agradezco a la genética esas sutiles recurrencias, esas tenues semejanzas, esas parciales herencias. La memoria es buena cuando la memoria es buena.

Acerca de Mario Satz

Poeta, narrador, ensayista y traductor, nació en Coronel Pringles, Buenos Aires, en el seno de una familia de origen hebreo. En 1970 se trasladó a Jerusalén para estudiar Cábala y en 1978 se estableció en Barcelona, donde se licenció en Filología Hispánica. Hoy combina la realización de seminarios sobre Cábala con su profesión de escritor.Incansable viajero, ha recorrido Estados Unidos, buena parte de Sudamérica, Europa e Israel.Publicó su primer libro de poemas, Los cuatro elementos, en la década de los sesenta, obra a la que siguieron Las frutas (1970), Los peces, los pájaros, las flores (1975), Canon de polen (1976) y Sámaras (1981).En 1976 inició la publicación de Planetarium, serie de novelas que por el momento consta de cinco volúmenes: Sol, Luna, Tierra, Marte y Mercurio, intento de obra cosmológica que, a la manera de La divina comedia, capture el espíritu de nuestra época en un vasto friso poético.Sus ensayos más conocidos son El arte de la naturaleza, Umbría lumbre y El ábaco de las especies. Su último libro, Azahar, es una novela-ensayo acerca de la Granada del siglo XIV.Escritor especializado en temas de medio ambiente, ecología y antropología cultural, ofrece artículos en español para revistas y periódicos en España, Sudamérica y América del Norte.Colaborador de DiarioJudio, Integral, Cuerpomente, Más allá y El faro de Vigo, busca ampliar su red de trabajos profesionales. Autor de una veintena de libros e interesado en kábala y religiones comparadas.