Shabuot, la “Fiesta de la semanas-“, como más comúnmente conocida ahora- se originó en los tiempos bíblicos para señalar el final del período de la cosecha de cereales. Con el trigo y la cebada ya cosechados, era hora de agradecimiento y celebración.
Esto se llevo a cabo principalmente trayendo los primeros frutos al Templo de Jerusalén, un reconocimiento simbólico de que la cosecha no pertenece al campesino que trabaja la tierra, sino a Dios, que está del lado de los inmigrantes, las viudas, los huérfanos, los pobres y los marginales.
Este es uno de los pilares sobre los cuales se basa el judaísmo: La idea de que todo lo que el ser humano posee no es otra cosa más que un préstamo a ser utilizado para mejorar la vida de las personas necesitadas y para crear un mundo mejor para las generaciones venideras.
Dejando espigueos, olvidándose de los grano, y dejando de lado las esquinas del campo para los pobres, son todos parte de un programa de apoyo y rescate.
Acóplese a esto a la idea de que cada judío tiene la obligación moral de recuperar la propiedad enajenada de un familiar, o de comprarla cuando está en peligro de caer en manos de un extraño, y el tener que rescatar a un familiar que ha sido reducido a la esclavitud debido a la pobreza, se tendrá- en pocas palabras- la trama de un pequeño libro que forma parte de la colección literaria que conforma la literatura fundacional del pueblo judío, el libro de Rut (Megilat Rut).
Consistiendo en sólo cuatro capítulos y ochenta y cinco versos esta es la “lectura obligatoria” de la fiesta de Shabuot.
Rut sería sólo una novela bucólica si no fuera que enfrenta cara a cara la acusación de que la solidaridad judía no representa valores universales sino una simple lealtad tribal.
Rut responde a la pregunta de si pertenecer a Israel está limitado sólo a los israelitas étnicos con un categórico “no.” Lo hace eligiendo para su protagonista principal al más improbable de todos los héroes: una mujer de un país que para Israel era la expresión de traición, perversión y destrucción.
Ella viene a Israel entendiendo que está en medio de un pueblo en el cual sus habitantes viven unidos por un pacto de lealtad y que este pueblo promueve vigorosamente la apertura hacia los extranjeros, a condición de que estos renuncien a su pasado de enemistad y abracen a Israel como pueblo.
Solamente aquellos que desconocen el mensaje de Shabuot, el que se repite año tras año, de generación en generación, son capaces de pensar que la tierra de Israel no es parte esencial del judaísmo, o que el judaísmo promueve o tolera racismo y discriminación.
Shabuot es educación, es por eso que se celebra mediante la lectura de un pequeño libro que hace hincapié en el papel vital que juega la Tierra de Israel como el lugar donde el proyecto de Sinaí de crear una sociedad leal, de refugio y ayuda, capaz de crear un mundo mejor sea posible.
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