El 19 de julio de 1994, el vuelo 901 de Alas Chiricanas partió desde la localidad de Colón hacia la Ciudad de Panamá con veintiún personas a bordo. Nunca arribó a destino. Un sujeto llamado Jammal Lya explotó una bomba en pleno vuelo provocando la muerte a todos los pasajeros y la tripulación, entre los que se hallaban doce miembros de la comunidad judía local. Su cuerpo fue el único no reclamado y una agrupación desconocida, Ansar Allah, clamó la autoría del atentado. Oficiales del Departamento de Estado de los Estados Unidos de América oportunamente dejaron trascender sus sospechas de que esta agrupación era o bien un subgrupo, o bien un seudónimo, del movimiento terrorista libanés Hezbollah.
Por haber ocurrido un día después del atentado contra la sede de la comunidad judía de la Argentina, AMIA, en el cuál fueron muertas ochenta y cinco personas y cientos, heridas, este hecho brutal no cosechó la atención debida fuera de Panamá y Centroamérica. Pero marcó la tercera instancia sangrienta de terror islamista en Latinoamérica, después del atentado contra la embajada de Israel en Buenos Aires, en 1992.
Desde entonces han sido varios los señalamientos de oficiales, académicos especializados y medios de prensa a propósito de la inquietante presencia de integrantes de Hezbollah en la región. A principios del corriente mes de julio, Roger Noriega, ex subsecretario de estado para América Latina dijo en referencia a Hezbollah ante la Cámara de Representantes de Estados Unidos que “se pueden identificar ochenta células operativas en doce países de la región”. El pasado abril, la revista Veja informó acerca de la presencia de unos veinte miembros de grupos extremistas musulmanes en Brasil. Según la publicación, integrantes de Al-Qaeda, Hamas y Hezbollah operan en suelo brasilero, desde donde recaudan dinero, difunden propaganda, reclutan militantes y planean atentados. El propio procurador general de Brasil ha advertido que “sin que nadie lo perciba, está surgiendo una generación de extremistas islámicos en el país”. En el 2006, el Departamento del Tesoro denunció una red de recaudación de fondos para Hezbollah en la zona de la Triple Frontera que comparten la Argentina, Brasil y Paraguay, así como en el norte de Chile. Años atrás, el Comando Sur del Ejército estadounidense informó que Hezbollah recaudaba al menos trescientos millones de dólares anualmente en Latinoamérica.
El arresto, el año pasado en Tijuana, de Jameel Nasr, presunto responsable de las operaciones de Hezbollah en México, generó a su vez interrogantes referidos al posible nexo entre la agrupación libanesa y los carteles de la droga mexicanos, hábiles infiltradotes de la frontera con el vecino del norte. La isla Margarita en Venezuela ha sido señalada por expertos como una base de actividades de Hezbollah. El patrón de esta agrupación, la república iraní, se siente tan cómodo en la zona que su Ministro de Defensa, bajo pedido de captura internacional por parte de INTERPOL debido a su involucramiento en el atentado contra la AMIA, se permitió visitar el mes pasado Bolivia en viaje oficial. El presidente Mahmoud Ahmadinejad ha visitado al menos cinco países de la región en los últimos años y ha recibido a contrapartes suyos en Teherán.
Los esfuerzos del grupo terrorista libanés por introducirse en Latinoamérica pueden verse también en el acuerdo firmado con el estado español en 2004 para la difusión satelital de la programación de su canal de televisión, Al Manar, a toda América Latina. Bajo fuertes presiones internacionales, España posteriormente canceló tales transmisiones. A comienzos de 2009 fue celebrado en el Líbano el “Foro Internacional de Beirut para la Resistencia, Antiimperialismo, Solidaridad entre Pueblos y Alternativas”, que reunió a cientos de delegados, entre ellos de Latinoamérica. Este encuentro, organizado por Hezbollah, lucía orientado a reforzar el “Primer Congreso Internacional de Literatura Latinoamericana” del año 2007 auspiciado por el gobierno iraní.
Irán y Hezbollah han estado activos en América Latina por varios años. A la luz de esta realidad y de la peligrosidad que sus actividades aquí acarrean es llamativa, tal como ha planteado un editorial de la publicación estadounidense en español Revista de Medio Oriente, la escasa atención pública que el tema está recibiendo. Mientras que la Argentina y Panamá acaban de conmemorar un nuevo aniversario de los atentados impunes, cabe esperar que el resto de las naciones latinoamericanas adviertan que la luz de alerta está al rojo vivo.
*Finalmente tras 4 años de trabajo, los reportes y llamados de atención de CIEMPRE (OLADD.org) empiezan a tener eco.
Fuente:PorIsrael.org
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