Judíos de Miami viajaron al Vaticano y lograron reunirse con el papa Francisco

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El estilo carismático y llano del papa Francisco ha roto los moldes de cumplimiento del protocolo vaticano, descartando formalismos en sus relaciones directas con los feligreses, instituciones y líderes. Sucedió días atrás, cuando un grupo de judíos de Miami visitó Roma y, sin representar un organismo institucional de la comunidad hebrea, recibieron una calurosa acogida del ocupante de la silla de San Pedro.

Desde el primer día de su pontificado, Francisco quiso estar muy cerca de su rebaño, por lo cual instituyó una audiencia general los miércoles a las 10 a.m. en la Plaza de San Pedro de la Ciudad del Vaticano. Finalizado este encuentro masivo, el Papa saluda personalmente a pequeñas delegaciones de peregrinos que han solicitado entrada con anticipación a la Prefectura de la Casa Pontificia. Generalmente vienen con cartas de recomendación de párrocos y autoridades eclesiales, y profesan la fe católica.

Pero los visitantes del pasado miércoles 18, unos 50 miembros de la sinagoga Beth Torah en North Miami Beach, eran diferentes. Los hombres tenían la cabeza cubierta con la tradicional kipá, el gorro ritual judío que simboliza la conciencia de la existencia de un ser superior, el Dios de las religiones abrahámicas.


“Nos ubicaron en un lugar privilegiado en el sagrato, a la mano derecha de donde Francisco dirige su audiencia general”, relató el rabino Mario Rojzman, líder de la sinagoga de vertiente conservadora con 800 familias afiliadas, de la cuales un tercio provienen de Latinoamérica.

“Con la emoción de la gente, ya las almas estaban empezando a sentir ese calor de la bienvenida, y por el micrófono anuncian: ‘Bienvenida la comunidad de Beth Torah”, añadió el clérigo hebreo, quien comparte con el papa la nacionalidad argentina.

“Francisco se acercó primero a bendecir a las personas con discapacidades motoras, a ciegos, sordomudos, gente enferma, y luego me llama el obispo que lo asiste para que nos acerquemos. ‘Gracias Santo Padre por recibirnos’, le dije. ‘Fui amigo de monseñor Laguna’ ”, le informó, en referencia a Justo Laguna, el difunto obispo de la Diócesis de Morón, sufragánea de la Arquidiócesis de Buenos Aires, cuyo arzobispo de mayor renombre fue el cardenal Jorge Mario Bergoglio, hoy papa.

“¡Mario, hace tanto tiempo que no nos vemos!”, exclamó Francisco.

Cada año, Beth Torah organiza para sus congregantes un viaje didáctico a comunidades judías en distintas partes del mundo. Este año había llegado el turno de conocer la colectividad hebrea más antigua de Europa Occidental, cuya presencia se remonta a la Revuelta de los Macabeos contra la influencia helenística en la vida judía (167-160 a. C.). La delegación de creyentes miamenses se reunió con líderes judeoitalianos, entre estos el Gran Rabino de Roma, Riccardo Di Segni. Visitar a Francisco era un capítulo en el itinerario no confirmado, pues el acceso a las ceremonias del papa no se gestiona hasta último momento.

Rodeados por una multitud de fervientes católicos, los hijos de Israel obsequiaron a Francisco una kipá plateada con cuatro siluetas en su tela exterior, símbolos correspondientes de la Santa Sede, la nación Argentina, Beth Torah y la paloma de la paz con un ramo de olivo sobre una inscripción que reza: “Unidos construyendo puentes y derivando muros”.

Durante un breve diálogo, el rabino Rojzman definió un aspecto característico de su feligresía que también ha sido uno de los principales postulados de Francisco: “Se dedican a acomodar las necesidades de inmigrantes” pues han ayudado a acoger a hermanos en situación irregular. “Diles que los sigan cuidando —replicó el papa— y que si hace falta, los escondan en sus casas”.

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