Cornelius Gurlitt, heredero de una fastuosa colección de arte en parte expoliada a los judíos, ha muerto este martes en Múnich a los 81 años. Durante más de 50 años, este hombre vivió una plácida existencia, rodeado en su piso por algunos de los cuadros más destacados de la primera mitad del siglo XX. Pero en los últimos años de su vida obtuvo un protagonismo que nunca deseó. “No soy Boris Becker. ¿Qué quiere esa gente de mí? Solo he querido vivir con mis cuadros. ¿Por qué me fotografían esos periódicos que solo sacan a gente mundana?”, dijo al semanario Der Spiegel al poco de estallar el escándalo.
El motivo de ese interés del que tanto se quejaba es que una parte de su obra procedía de los negocios que había hecho su padre, Hildebrand, con Adolf Hitler. El líder nazi había encargado al padre de Cornelius la venta de unas obras que el régimen nacional-socialista consideraba “degeneradas”. Hildebrand, historiador de arte, director de museo y marchante, se lucró gracias al Holocausto y al saqueo sistemático a los judíos.
La última fase de la vida de Cornelius Gurlitt, aquella en la que se hizo famoso muy a su pesar, comenzó en septiembre de 2010, a bordo de un tren de Múnich a Zúrich. El descubrimiento por parte de la policía de que viajaba con una gran cantidad de dinero en efectivo dio inicio a una investigación fiscal. La sorpresa mayúscula llegó a principios de 2012, cuando en un registro de su apartamento de 100 metros cuadrados en el barrio muniqués de Schwabing, los agentes hallaron una fabulosa colección, con 1.280 obras de arte. Entre muchos otros, allí había pinturas de Pablo Picasso, Marc Chagall, Henri Matisse, Otto Dix o Max Ernst. El descubrimiento del tesoro se mantuvo un año en secreto hasta que lo destapó la revista Focus en 2013.
La polémica remitió hace un mes, cuando el anciano llegó a un acuerdo con el Gobierno federal de Alemania y del land de Baviera para devolver las obras que tuvieran una procedencia ilegítima. Se estableció para ello un comité de expertos que dispone de un año para seleccionar las pinturas y grabados que habrá que reponer a los herederos de los expoliados.
Tras este acuerdo, la muerte de Gurlitt, que nunca tuvo hijos, no tendrá un efecto directo en el destino de la colección. Las pinturas y grabados seguirán en el lugar donde los tiene guardados el Gobierno hasta que se determine quiénes son sus legítimos dueños. El portavoz de Gurlitt dijo que el anciano, ya muy debilitado tras una complicada operación de corazón, había decidido en los últimos días volver a su piso de Múnich, donde recibía los cuidados de un médico y de una enfermera. La responsabable gubernamental de Cultura, Monika Grütters, valoró que, al aceptar esta solución, Gurlitt “había asumido su responsabilidad moral”.
El portavoz de Gurlitt dijo que el anciano, ya muy debilitado tras una complicada operación de corazón, había decidido en los últimos días volver a su piso de Múnich, donde recibía los cuidados de un médico y de una enfermera. “Podrían haber esperado [a consficar las obras de arte] hasta que me hubiera muerto”, había dicho Gurlitt a finales del año pasado en la entrevista que concedió a Der Spiegel.
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