Auschwitz y los antídotos contra la barbarie

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En la helada mañana del 27 de enero de 1945, la humanidad recuperaba su rostro. Había terminado la más oscura noche de la historia. Se abrieron las puertas de Auschwitz y el mundo conoció la mayor de las barbaries. En esta sucursal del infierno, en menos de cuatro años, habían sido asesinadas 1.100.000 personas, de bebés a ancianos, en su mayoría judíos, homosexuales y otras minorías. Este campo fue solo uno de los engranajes del asesinato masivo de judíos, llevado a cabo por los nazis, proceso conocido en la historia como Holocausto y que hoy se prefiere llamar Shoá (del hebreo “catástrofe”).

Nos preguntamos: ¿estos hechos están muy lejos en el espacio y en el tiempo y nada tienen que ver con nosotros? ¿O justamente lo contrario? ¿Cuáles son las herramientas para prevenir nuevos Holocaustos? ¿Nuestra cultura puede producir otro Auschwitz? ¿Por el camino de la llamada civilización se puede llegar a la barbarie?

Los pensadores del tema nos dan algunas respuestas. Señala Zygmunt Bauman: “El Holocausto se gestó y se puso en práctica en nuestra sociedad moderna y racional, en una fase avanzada de nuestra civilización”. Complementa esta reflexión el investigador Henry Faingold: “Auschwitz fue también una expresión del moderno sistema fabril. En lugar de producir mercadería, utilizaba seres humanos como materia prima y obtenía la muerte como producto final (…). Reflejo del moderno espíritu científico desviado de su camino”. El historiador Yehuda Bauer agrega: “Nada hay más peligroso que asesinos masivos inteligentes”.


El conocimiento técnico, alejado de los valores y principios morales, puede servir para transformar en pesadilla la existencia humana. Se podría decir que la conclusión es casi una ecuación matemática: si a la cultura se le quita la ética, genera la barbarie. Decía el sobreviviente Primo Levi: “Si comprender es imposible, conocer es necesario, porque lo que sucedió puede volver a suceder, las conciencias pueden ser seducidas y obnubiladas de nuevo: las nuestras también. Por ello meditar sobre lo que pasó es deber de todos”. De aquí la importancia de la recordación y la memoria.

Lo señaló el Papa: “Recordar es expresión de humanidad, recordar es también tener cuidado para que estas cosas no vuelvan a suceder, empezando por las proposiciones ideológicas que quieren salvar a un pueblo y terminan con la destrucción del pueblo y de la humanidad”. La memoria colectiva también es una construcción. Decía sabiamente Jorge Luis Borges: “Somos nuestra memoria”. En cierta medida nosotros podemos dar prioridades a nuestra evocación.

Alain Finkielkraut expresa: “La memoria no es solo un recuerdo del pasado sino una proyección al futuro”. Y esta recordación debe incluir la responsabilidad de ser activos contra los autoritarismos y solidarios ante el dolor ajeno. Coincidimos con el premio Nobel Elías Canetti cuando señala: “La humanidad solo está indefensa allí donde carece de memoria”. Hoy han resurgido nacionalismos racistas y violentos contra los extranjeros. Parece que hemos olvidado lo ocurrido hace algunas décadas.

El Holocausto nos enseñó también que ninguna guerra termina con las guerras, que la maldad siempre tiene nuevos límites por superar y que es ineludible ponerse en guardia frente al resurgimiento de las más bajas pasiones humanas. La mejor vacuna contra el virus del odio racial es la educación basada en el respeto al otro, y una memoria activa contra la barbarie.

Presidente del Centro de Investigación y Difusión de la Cultura Sefardí

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