1La desaparición de Albert Memmi días al cumplir 100 años de edad obliga a recordar trozos de su vida y de sus mensajes que no han perdido validez ni actualidad. Nació en 1920 en el guetto judío de Túnez- entonces colonia francesa- de una madre analfabeta y un padre originario de Italia. Cuatro culturas dispares lo enriquecieron: la judía, la árabe, la francesa y la negra africana. Sus planteamientos y escritos reflejarán las prendas y los ideales- con frecuencia conflictivos- de todas ellas.
La bíblica estatua de sal- título de uno de sus libros – le enseñó a no mirar atrás en el curso de su vida. En una escuela judía de Argelia completó su elemental instrucción, y de allí siguió a París para completar los estudios universitarios. En 1942 fue hecho prisionero de los nazis cuando éstos ocuparon fracciones del África del norte; atinó a valerse de los choques entre británicos y alemanes en esta región para escapar a París. Aquí conoció a Sartre y a Camus que alentaron sus inquietudes intelectuales. Y más tarde hará apretada amistad con Fanón y Senghor, dos intelectuales que fundamentaron los primeros planteamientos sobre la liberación del negro africano.
Al aludir a diferentes grupos secularmente oprimidos y descalificados – judíos, negros, indios – Memmi se inspiró en la figura hegeliana que refiere la relación dialéctica amo-esclavo. A su parecer, no se verifica ni unilateral control del primero ni servidumbre sumisa del segundo. Ambos se necesitan y ambos se odian. Compleja relación que recuerda las observaciones de Rosario Castellanos y sus páginas en Balún Canán que describe los nexos ambivalentes entre blancos, mestizos e indios en el sur mexicano.
En 1953 apareció su primer libro con un prólogo de Albert Camus; siguieron otros que aludieron tanto a la recolonización del mundo por parte de las potencias industriales como al carácter corrupto de no pocos líderes de los países que acertaron a liberarse del dominio europeo, repitiendo así la conducta de aquellos que los explotaron. Cuando alude a Israel celebra su capacidad para sobrevivir en un entorno regional hostil; lamenta sin embargo la mentalidad pasiva y poco creadora de la ortodoxia religiosa que apenas aporta a la cultura y a la seguridad del país.
Hasta sus últimos años Memmi no ocultó su pesimismo en torno al humano ejercicio del poder. Sin los debidos contrapesos y limitaciones, éste desfigura y corrompe. Incluso los grupos que hoy se liberan de alguna opresión secular son capaces de reproducirla y ampliarla en el futuro en contra de otros. Puntual advertencia que conviene recordar.