Crisis en mundo árabe: Tensión en Siria

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La ola de multitudinarias protestas populares en reclamo de mayor libertad y respeto por la dignidad de la persona humana que se ha extendido ya sobre buena parte del mundo árabe arribó hace algo más de una semana a Siria.

Allí, la autoritaria familia Al-Assad -como los hermanos Castro en Cuba- ha acaparado el poder desde hace más de 40 años. Primero apareció Hafez al-Assad, con el golpe de Estado de 1970. A su muerte, el poder total pasó de inmediato a manos de su hijo, Bashar. Ambos, como dinastía, se han manejado con crueldad extrema.

En febrero de 1982, el padre del actual presidente ordenó la masacre de decenas de miles de personas en la ciudad de Hama, donde la Hermandad Musulmana, opositora, era particularmente fuerte. Con cañones y misiles, y sin contemplación alguna, perdieron la vida muchísimos civiles inocentes, asesinados a mansalva, en lo que fue un verdadero baño de sangre que se abatió sobre la población de la ciudad.


Lo mismo hubiera sucedido en Libia, en la ciudad de Benghazi, de no haber sido por la oportuna intervención de los aviones militares franceses que actuaron en cumplimiento del mandato de las Naciones Unidas, bajo el Capítulo VII de la Carta de la Organización.

Las protestas en Siria se han concentrado hasta ahora en dos ciudades. En Dara, primero, y en Latakia, enseguida. En ambos casos fueron reprimidas con armas de fuego. Hubo decenas de muertes entre los civiles inocentes. Por esto, pese a que Bashar al-Assad se había jactado de ser inmune a este tipo de episodios, su gabinete ha renunciado en señal de alarma.

La comunidad internacional especuló con que el presidente sirio podía decidir levantar el “estado de emergencia” vigente desde 1963, cuando el partido Baath llegó al poder. En función de éste, no hay en Siria garantía alguna de respeto a las libertades civiles ni a los derechos humanos. Ni oposición viable. Ni espacio para la libertad de opinión. Ni medios independientes. Sólo hay sumisión al discurso único y centenares de presos políticos.

Bashar al-Assad, tratando quizá de recuperar la credibilidad perdida, sostiene que su gobierno es víctima de una “conspiración internacional” y se ha negado a hacer concesión alguna. Apuesta entonces a seguir actuando con violencia contra su propio pueblo en medio de vítores provenientes de una multitud alquilada, llevada también allí en las típicas columnas de ómnibus hasta la Plaza de los Siete Mares, en el centro de Damasco, con los conocidos carteles, retratos inmensos del propio Bashar, consignas reiteradas hasta el cansancio y coloridas banderas.

Todo para aturdir y crear al mismo tiempo intimidación y la sensación de que existe apoyo al autoritarismo, cantando: “Sólo Dios, Siria y Bashar”. Conforman así una patológica trinidad.

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