Discurso en la Cámara de Diputados / I

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Esta mañana no vengo a otra cosa más que a dar las gracias. Recibo hoy la más alta distinción a que puede aspirar un mexicano: una medalla con que se honra la valentía y el patriotismo de Eduardo Neri, quien hace un siglo, en esta tribuna donde hoy hablo con emoción, arriesgó la vida y perdió la libertad al pronunciar un discurso memorable de repudio a un usurpador. La medalla Eduardo Neri premia al ciudadano por sus hechos, por su conducta considerada ejemplar, por su aportación a la ciencia, al arte o al civismo y la otorgan los legisladores a un individuo perteneciente al pueblo que ellos representan, en un acto único de la máxima dimensión ética y política. Lo entiendo así y acudo a este recinto con el mayor respeto y humildad.

La democracia no puede entenderse sin un Poder Legislativo autónomo, libre y plural. Representa en nuestros días la mejor expresión del anhelo democrático de nuestro país. El Congreso se ha fortalecido al marcar los cauces legales que permiten mayor intensidad del debate en que ningún partido impone su voluntad, donde el diálogo y las negociaciones deciden los asuntos. Esta honorable Cámara ejerce sus facultades constitucionales sin consigna, para llegar a acuerdos emanados del razonamiento, conforme a derecho, sin dependencia de ningún otro poder, cuyos límites son observados con deferencia.


La actitud de Eduardo Neri y sus compañeros marca el principio de una lucha por la democracia de la que esta representación nacional es consecuencia y herramienta viva, no sólo por las facultades que le otorga la Constitución sino por ser el reflejo más auténtico de la realidad personificada en cada uno de sus integrantes. La Cámara es hoy resultado de los avances alcanzados en la vida democrática del país. Cada día la tarea parlamentaria adquiere una mayor relevancia, fortalece la división de poderes y mantiene el equilibrio indispensable para avanzar en paz hacia mejores condiciones de vida anheladas por todos los mexicanos.

En la expresión de mi gratitud alienta el reconocimiento a quienes propusieron y apoyaron mi nombre, pero también a quienes no coincidieron o al abstenerse demostraron la madurez de un México plural, en que priva el respeto a las opiniones diversas y la decisión unánime o mayoritaria es aceptada por toda la asamblea. En el proceso de discernir el destinatario del galardón se muestra un aspecto valioso de la nueva etapa democrática de nuestra sociedad.

Video: Entrega de Medalla Eduardo Neri y Legisladores de 1913 a Jacobo Zabludovsky

Eduardo Neri encarna las heroicas denuncias de los legisladores hasta el sacrificio de sus vidas en aras de la libertad. Vivió con otros estudiantes en la calle de la Cerbatana, hoy República de Venezuela, becado con 25 pesos mensuales por el gobierno de Guerrero, y en la Escuela de Leyes enfrentó el contraste entre la intención de los legisladores y el criterio torcido en la aplicación de los preceptos, la corrupción omnipresente y los abusos del porfiriato que Justo Sierra concretó en una frase: el pueblo tiene hambre y sed de justicia. El diputado Eduardo Neri es en la historia de nuestro país un patriota merecedor de mejor espacio en nuestros libros de texto, porque sin él es más difícil explicar a las nuevas generaciones cómo se gestó el movimiento que orientó el camino de los mexicanos en un instante turbulento y oscuro de su trayecto.

Neri percibió como estudiante los problemas nacionales que no distan mucho de los que todavía padece nuestro México. Neri vio y vivió las injusticias del porfiriato. Escribió: “Había comercios de lujosa ropa, predominando los franceses en el de abarrotes, panaderías, establos, lecherías y montepíos. Era notoria, y origen de reproche y descontento, la diferencia existente entre las clases sociales. Lujo y ostentación de esplendor por los privilegiados, frente a la miseria y escasez hasta de lo más indispensable, padecidas por nuestras multitudes indigentes”.

No es muy distante esta percepción autobiográfica de Eduardo Neri de la que planteó aquí en este recinto, en ocasión similar a ésta, el maestro Miguel León Portilla, quien señaló que las desigualdades, las mismas de hace 100 años, son causa de confrontaciones, quebrantamientos de la seguridad, y en ellas están fincadas la pobreza, la miseria y la marginación de gran parte de la población. El camino para atisbar una solución que a muchos podría parecer quimérico es el de la educación, la capacitación y la formación de todos los mexicanos.

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