Más de uno seguramente se pregunta eso, ¿Dónde me hice? Supongo que la respuesta más banal y primera sería decir en un encuentro casual o planificado y espero que de todas maneras haya sido amoroso entre mis padres.
Esa pregunta también me la hicieron muchas veces otras personas y humildemente la agregaré hasta en un reportaje en la televisión de Tijuana, México. La respuesta es siempre la misma: COLONIA AVIGDOR.
Y ¿Qué tiene Colonia Avigdor? La foto que extraje del internet muestra una pequeña localidad, más bien un caserío, tan chiquito que el cartel de bienvenido de un lado, del otro decía buen viaje. En realidad, no había siquiera un cartel, pero la imaginación lo permite todo.
Y ahí está lo primero que tiene la Colonia, la posibilidad, la ilimitada posibilidad, de desarrollar la imaginación. Recuerdo que escuchando los aviones que venían en su ruta desde EE. UU. pasaban por arriba del pueblo y yo acostado en la cama, con pijama almidonado me sentía el comandante del avión.
También quise ser chofer de camión, a los que acompañaba asiduamente a recoger las cosechas y no me faltaron ganas de ser chofer de colectivo. Avión, camión, colectivo son elementos que representan viajes y largos viajes. Mi hermana Juana y es el único nombre que mencionaré en esta nota para no ofender a los que no nombre o dé determinada importancia al orden que los mencione me denominó “gurí turista” y creo que he cumplido con esa faceta de la vida. Estimo que llegué a conocer entre 50 y 60 países, centenas de ciudades y algunas he repetido la visita durante los años.
Una vez hice una cuenta y resulta que Venecia, en Italia, visité 3 veces con intervalos de 18 años cada visita, 1973-1991-2009. Claro que no hago la cuenta las veces que visité Colonia Avigdor.
La movilidad, la migración, es otro punto que aprendí en la Colonia y seguramente eso hace que siempre tenga 500 personas. Posiblemente sean 1.000 pero el número utilizo como indicativo de un lugar sumamente pequeño. No sentí conflicto cuando seguramente en estos días del año 1961 debía comenzar a pensar que haré el próximo año, cuando finalice la escuela primaria. No fui distinto a muchos otros que buscaron su camino afuera para mejorar su situación personal y jamás sentí conflicto por haberlo hecho y sin embargo jamás, hasta el día de hoy, he dejado de sentirme avigiliano.
Nunca dejo de mencionar que uno de los elementos más importantes que recibí de Avigdor es la curiosidad. Crecer entre vacas y toros, gallinas y gallos despierta mucha curiosidad y muchas preguntas que me hicieron pensar que la naturaleza tiene cosas interesantes para ser estudiadas. No me salió estudiar eso, pero mis dos hijas que también conocieron Avigdor estudiaron biología. Claro que no dejé de pisar la costa de los corrales de la ICA para poder apreciar plenamente los primeros satélites de comunicaciones, Echo1 y Echo2 y eso fue en el año 1960. No me hice científico, pero me hice Contador de Cuentas y fui bueno en mi profesión y ahora jubilado intento ser Contador de Cuentos. Yo leía mucho en mi infancia, otro elemento que despierta curiosidad e imaginación y como todos saben el correo no era asiduo en mis tiempos. Nuevamente menciono a mi hermana Juana, estaba asociada a un círculo literario que enviaba un libro por mes y yo, por supuesto, también me lo tragaba. Tragaba todo hasta las necrológicas de La Nación que llegaba con retraso de una semana, más o menos.
¿Se acuerdan de Fioravanti? En los años 1960 compitió con José María Muñoz, quien relataba desde Radio Rivadavia. En aquellos años ellos transmitían el partido de fútbol, que luego leíamos en La Nación que se había suspendido por lluvia…. Ellos tenían el espacio para transmitir haya fútbol o no lo haya. Sobreponerse a los problemas e inconvenientes es otra ventaja que brindaba la Colonia a su gente.
No me gusta hacer notas muy largas, creo que es una pincelada sincera y verídica de un enorme pueblo del departamento La Paz que se distingue, más que nada, por tener excelentes personas.
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