Si revelas tus secretos al viento no le eches la culpa
al viento por revelárselo a los árboles
-Khalil Gibran
En mi forma de pensar, todo escritor le debe un escrito, un poema, un libro, una letra, una narrativa a los arboles; la paradoja es que para que sea posible la impresión y publicación de cualquiera de estos, parte de estos tienen y han sido eliminados.
A.N.
Primera historia: “El espíritu del amor”
Primera parte
I
Mi amigo Oren, cuyo nombre significa árbol en hebreo, me dijo que no era suficiente escribir una novela sobre el espíritu de los árboles, mediante una historia aparentemente contemporánea acerca de un hombre cuya profesión es construir muebles para casas y oficinas, muebles hechos esencialmente con madera.
El destino cósmico del hombre era ser músico, pero el encontró el camino a la música a través de los muebles y los objetos hechos por el hombre, como si en estos, en la cultura de los objetos, hubiera notas musicales y sinfonías.
En una ocasión al aprender el oficio, John, se encuentra serruchando la rama de un árbol, hasta que llega el propietario del árbol y lo expulsa, lo expulsa del paraíso. Está prohibido tocar al paraíso. Ya mi maestro espiritual me había dicho: “Todo lo que tocas se destruye”. La moraleja pues es no tocar nada. No tocar nada o no hacer nada equivale a una paz absoluta.
Sin embargo, el hombre, John, no puede no no hacer nada, vivimos en el mundo de la acción. Vivimos en el reinado donde todo se debe tener una profesión. Tener una profesión, o ser una profesión.
El universo en esencia es música, así que la música se encuentra en todo y todos.
—La novela entonces trataría sobre el hombre que es expulsado del paraíso, y el espíritu de los árboles, que es el espíritu más sublime y elevado de la música, lo llevan a encontrar su verdad, que es la música misma—.
John Wellbeck, el carpintero de Lyon, sintió que algo estaba mal en su trabajo en aquel mediodía del sábado. La madera que le habían traído estaba podrida. Salió del taller en la parte posterior de su fábrica de muebles hacia la congestionada ciudad a buscar a Lisa, la nueva contratista de Aqua, la multinacional importadora, quien le había prometido madera de alta calidad.
John hacia muebles de alta calidad para oficinas. Las mejores oficinas de las grandes metrópolis de Europa estaban amuebladas por muebles de su firma. Conjugaba maderas de distintos tipos y grosores, plástico y metal, y su arte se expresaba como música en las oficinas.
John había sido un niño de ocho años que veía al mundo con gran esplendor en los ojos cuya vista era larga, no podía sino sentir gozo por el reflejo de la luz y los colores armoniosos de la naturaleza en los objetos producidos humanamente. Había nacido en un pequeño pueblo en Manchester, a las afueras de la pequeña ciudad, y frente a su ventana había una visión majestuosa.
Al ver los muebles y objetos de su cuarto, de la casa, del pueblo y de la ciudad, se preguntaba con incomprensión quien y como los habían creado, como de la materia espiritual de la naturaleza habían sido extraídos esos objetos perfectos: el cajón de los juguetes, el piano de su madre, las ventanas, las puertas, los relojes, las sillas y sillones, las macetas y los adornos, los espejos, las formas y los colores de los distintos objetos creados humanamente, y luego los automóviles, las lámparas, las aceras, las casas, y todo lo que existía en el mundo moderno. No tenía la menor idea de cómo funcionaba todo esto. Entonces su madre Marie, le compro un lego para que juegue con las piezas y comprenda que existe un mundo oculto de conexión. Aun así seguía siendo un misterio quien había creado el lego. Su abuelo Peter le decía que todo comenzaba había comenzado con el fuego creado por la Divinidad llamada Dios, hasta que el hombre invento la luz eléctrica. Junto con el lego, su madre le regalo una enciclopedia sobre los grandes inventores del mundo.
En una parte de su interior, el pequeño John sabía que el mundo no había sido inventado, sino reinventado: el mundo era una obra absolutamente misteriosa. Los hombres solamente podían tomar las piezas y reconectarlas, y a veces las tenían que hacer cambiar de forma o jugar con la sustancia. En uno de los libros estaba escrito que en la temperatura estaba la respuesta a la mayoría de los misterios: en la lluvia y el sol, las precipitaciones y la erosión, y la forma en que cambiaba la tierra, y luego aun, en el relámpago, y en todo lo que había allí misteriosamente en el planeta, a veces en la superficie, y a veces oculto como en el centro de la tierra y debajo de las montañas, o por lo contrario, más allá del universo, en planetas lejanos cuyas atmosferas no eran previsibles para ningún lente humano. Su madre Marie deseaba que el pequeño John fuese músico, y le comenzó a enseñar la música.
Primero le explicó de la forma más sencilla, que los legos de distintos colores eran como las notas, si se conectaban armoniosamente, producían nuevas creaciones que producían placer. La música era la esencia del espíritu le dijo con una caricia, con ella hablamos un lenguaje cultural cósmico.
—¿Qué es cultura?— preguntó el pequeño John con inocencia.
—Ya lo sabrás cuando seas grande—.
—¿Por qué las notas de los pianos son blanco y negro y las piezas del lego son de colores? No se parecen, no son iguales—.
—No John, solo los teclados del piano son blanco y negro, pero las notas son de colores. Los seres humanos podemos crear arcoirises con la música. La cultura es el resultado de nuestras actividades para hacer de este un mundo mejor—.
Franklin había descubierto la electricidad y Edison la lámpara de luz eléctrica, pero ya los hombres prehistóricos habían dominado el fuego, y habían luchado por él.
—Hoy en día ya no luchamos, ya no habrá más guerras, todos convivimos en armonía gracias al desarrollo de nuestra cultura. En ello consiste el espíritu humano—.
—¿Espíritu?— preguntó John extrañado.
Continuará…
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