Una de las hijas del Rabí Lo Iadúa, el Desconocido, le recriminó en una oportunidad a su padre que disfrutara tanto de su soledad, siendo, como en realidad era, bastante más sociable de lo que quería aparentar.
-Pareciera como si-acotó la muchacha-tu felicidad nunca fuera un hecho colectivo, compartible con otros.
-Eso no es cierto-respondió el maestro-, pues todo es compartible y todo es colectivo, incluso esa felicidad que te parece excesivamente solitaria. Nuestro profeta Isaías dejó dicho que el Creador cambiará nuestra humana soledad por su huerto, lo que indica que a menos que estemos cerca de esa callada existencia, de esa experiencia singular que supone el silencio de los otros y también el nuestro, no veremos el verdor del Paraíso ni oiremos el canto gozoso de sus pájaros.
-¿Por qué respondes con la frase de otro a una situación que es sólo tuya?-insistió la hija.
-Porque el solitario corazón del silencio es de todos, en tanto que la diversa oscilación de las palabras y los idiomas pertenece a cada quien. Isaías habló para ti y para mí, para cualquiera que quisiese oírlo, en este siglo o en próximo.
-Tal vez haya querido decir-insistió la muchacha-, que seremos consolados en nuestra soledad por la visión de la máxima belleza, el Paraíso, pero no que una es permutable por la otra. La soledad no es, me parece, el equivalente exacto de ese jardín tan milagroso como imaginario.
-Interpretar es escoger-sonrió el Desconocido-.Recuerda que los versículos de las Escrituras no tienen puntos ni comas y que nos detenemos no donde se nos indica sino allí donde nosotros mismos ya no podemos seguir. Del mismo modo, y si atraviesas tu soledad sin temor, si disfrutas de ella y recibes su mensaje, un sendero de latidos te revelará su entrada en el cielo haciéndote partícipe de la danza de sus rotaciones. El día en que comprendes el corazón de la soledad el mundo entero te parece cordial.