La cantidad de presagios negativos a propósito del Frente opositor (le sigo llamando así porque no recuerdo nunca el nombre jurídico, y me gusta más éste) sólo se ve superada por la de columnas donde se afirma que Meade es un hombre honesto y AMLO un peligro para México (con términos actualizados). Durante meses, se argumentó que jamás los tres partidos se pondrían de acuerdo en un candidato presidencial (“unidos hasta que la candidatura los separe”); que nunca podrían repartir de manera satisfactoria para todos los 300 distritos uninominales de diputados federales, o las 128 senadurías por estados o de lista; o las ocho candidaturas a gobiernos estatales; o, por último, pero quizás en primer lugar después de la Presidencia, la candidatura a jefe de Gobierno de la Ciudad de México.
Todos estos malos augurios se disiparon. Con algunas excepciones –ciertos distritos, el estado de Morelos, las senadurías de Nuevo León– se lograron prácticamente todos los acuerdos buscados. Faltaba un escollo, y de nuevo surgieron las voces del escepticismo: aun concediendo que la CDMX le tocaba al PRD, las tribus del partido del sol azteca eran capaces de destruir todo. Habría, de nuevo, divisiones, desencanto de los perdedores, prepotencia de los ganadores, escisiones y brazos caídos. Falta decir que estas previsiones, preñadas de pesimismo, no carecían de fundamento. La complejidad de la operación política de la alianza ahuyentaba y desalentaba a cualquiera; los antecedentes no eran buenos; los ataques de fuera hacia dentro, de adentro hacia fuera, y de todos contra todos no auguraban un desenlace afortunado. Sin embargo, lo hubo.
Faltaba la CDMX. Al final, también se superó ese lance. El PRD, por orientación de Miguel Ángel Mancera, escogió un método tortuoso pero al final eficaz para seleccionar a su candidato: una campaña breve, que desde luego favorecía a la de mayor reconocimiento social: Alejandra Barrales; tres encuestadoras formulando las mismas preguntas con muestras espejo, y, al final, una asamblea del partido en la CDMX para avalar el resultado de las encuestas. En vista de los estragos que un método en teoría semejante había generado dentro de Morena para el mismo cargo, junto con la historia de primarias mal logradas dentro del PRD, para cargos de elección o de dirección, había razones fundadas para temer que esto acabara en un tiradero. No fue el caso. En efecto, ganó Alejandra Barrales, que era probablemente la que a pesar de todo prefería Mancera. Y los otros dos candidatos, en particular Salomón Chertorivski, le alzaron la mano, reconocieron su derrota y se comprometieron a apoyarla y a hacer campaña con ella.
Aunque sé que le tocaba de alguna manera a Barrales dicha candidatura desde hace tiempo, y creo que puede ser una excelente aspirante si Mancera pone a trabajar a todo el aparato y el dinero del gobierno de la CDMX, probablemente hubiera preferido a Chertorivski. No porque fuera mejor o peor candidato, ni porque tenga una buena relación personal con él desde hace muchos años. Sino, más bien, porque hubiera sido la primera figura destacada entre todas las candidaturas del Frente que no perteneciera a cualquiera de los partidos que lo integran. Se ha dicho hasta la saciedad que lo que se llamó el Frente Ciudadano no parecía muy propiamente ciudadano que digamos. Pero la candidatura de Chertorivski le hubiera impreso un sello ciudadano que mucha falta le hace. Barrales será una muy buena candidata y, si logra el millón y medio de votos, o el 30 por ciento de la votación, que se ha propuesto el Frente en la CDMX, eso puede casi garantizarle una victoria en la elección presidencial a Ricardo Anaya.
Hay un último presagio negativo pendiente. Se trata de las dudas que abundan en muchos círculos sobre la posibilidad de que los tres partidos incluyan a figuras no partidistas en sus listas para diputados, senadores, delegados y asambleístas, o para los principales cargos de dirección en la campaña de Anaya y del Frente como tal. Yo nunca creí en los vaticinios adversos de los últimos seis o siete meses, en parte porque veía de más cerca la operación política para armar al Frente, y en parte porque no tenía ningún interés, en un sentido o en otro, que me cegara ante lo que estaba sucediendo. En el caso de la inclusión de figuras no partidistas, confieso que soy un poco más escéptico que en los otros temas. Pero, de cualquier manera, creo que así como el Frente ha logrado sortear todos los obstáculos que se le han presentado hasta ahora, podrá, si así lo decide, cumplir también con ese compromiso o promesa que sí puede hacer la diferencia entre López Obrador y Anaya. De Meade, mejor ni hablamos.
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