El manuscrito que unió a judíos y musulmanes, 3a. Parte

Por:
- - Visto 1203 veces

Por fin, regresó con un caballero de aspecto distinguido que llevaba un fez. La sacó del museo por una puerta trasera y la condujo a su casa. Durante cuatro meses Mira vivió escondida con los Korkut. Luego, en agosto, se presentó un extraño que traía un sobre para ella con documentos de identidad falsos y un billete de tren. Una tía que estaba casada con un católico lo había organizado todo para que se escondiese en la casa de una familia de la costa dálmata, donde no había alemanes. Se quedó allí hasta el final de la guerra.

Después del conflicto, cualquiera que hubiera sido miembro de los partisanos estaba bien situado dentro del nuevo Gobierno de Tito. Mira regresó a Sarajevo y fue nombrada oficial del cuerpo médico del ejército. Se comprometió con un compañero, oficial del ejército y también antiguo partisano, llamado Bozidar Bakovic. Su futuro en la era comunista parecía asegurado.

Pero un día de junio de 1946, como más tarde escribiría Mira, iba caminando por la ciudad cuando “una mujer desconocida cayó a mis pies”. Suplicaba ayuda para su marido, que estaba siendo juzgado como colaborador nazi. Mira no tenía ni idea de quién era la mujer. “Le pregunté de qué me conocía. Se quitó su velo negro y reconocí a la mujer de Dervis Effendi. Llevaba de la mano a un niño de cuatro años que era un bebé cuando me fui en 1942”.


En la Yugoslavia posterior a la guerra, a medida que Tito reforzaba su posición en el poder, utilizaba los juicios por crímenes de guerra para acallar las voces disidentes. Dervis Korkut se mostraba igual de reacio a aceptar los excesos del comunismo como se había mostrado con los del fascismo. Se había convertido en un detractor sin pelos en la lengua de las actitudes opresivas de Yugoslavia hacia la religión y del plan de su nuevo primer ministro de arrasar los antiguos edificios otomanos de Sarajevo y sustituirlos por bloques modernistas de estilo soviético. También había recopilado una lista de nombres de personas ejecutadas por los chetniks en Bosnia oriental. Para el régimen de Tito, que había concedido la amnistía a los derrotados chetniks (aunque no a la fascista Ustacha) y que veía la supresión de las desavenencias intercomunales como crucial para la consolidación del Estado comunista unificado, la elaboración de dicha lista era poco conveniente. Al cabo de poco tiempo, el nombre de Dervis Korkut apareció entre los de quienes habían ayudado a los fascistas. En Zenitsa, una cárcel conocida por su dureza, le pusieron en una celda de aislamiento.

La tarde en que Servet hablaba conmigo sobre Mira recordaba aquel día de desesperación en el centro de Sarajevo. “No recuerdo haberme arrodillado”, decía sarcásticamente cuando le leí el relato posterior de Mira. Ésta le aseguró que testificaría ante el tribunal en su defensa.

Pero Mira no apareció en el juicio. Su prometido temía que la cólera del partido se volviera contra ella, quizás, incluso, de manera letal. Se negó a dejarla salir del departamento para que prestase testimonio en favor del hombre que le había salvado la vida. En los años que siguieron, a pesar de que Mira tuvo que padecer más penurias, el recuerdo de Korkut siguió persiguiéndola. Dio por hecho que le habían ejecutado e imaginó a su amiga Servet criando a su hijo sola.

TRAS HABER PERDIDO A TODA SU FAMILIA EN LA GUERRA, MIRA SE ENCONTRÓ SOLA CON DOS BEBÉS

El marido de Mira murió tan sólo dos años después, debido a una infección cerebral que contrajo mientras cavaba fosas comunes para los muertos de la guerra en Sutjeska. Tras haber perdido a toda su familia en la guerra, Mira se encontró sola con dos bebés, Daniel y Davor. Debido a su reciente desmovilización del Ejército, perdió el derecho a una vivienda militar y estuvo sin casa hasta que un amigo de sus padres le ofreció una habitación. Mira presionó al ejército con enorme determinación hasta que fue readmitida como oficial médico, a cargo de la salud pública de la costa dálmata.

Davor, ahora un enjuto hombre de 60 años, recuerda haber ido en bote con su madre durante sus recorridos, con soldados haciendo de niñeras. Finalmente se establecieron en Rijeka, en la costa norte. La ciudad tenía un centro comunitario judío y Davor recuerda su sorpresa cuando, por primera vez, su madre, antirreligiosa y comunista comprometida, le llevó allí para celebrar la Januká. Terminó por sentir apego por su herencia judía. En 1969, tras terminar su servicio militar, conoció por casualidad al capitán de un carguero israelí y, movido por un impulso, se embarcó en él y se estableció en Israel.

Primero se unió a un kibbutz y después se trasladó a una cooperativa agrícola, o moshav, en las colinas de Judea, donde ahora trabaja los metales y es escultor. Mira le siguió hasta Israel en 1972, dos años más tarde. En la ciudad de Añila aprendió hebreo y trabajó en una fábrica cosiendo uniformes del ejército. Más tarde se unió al kibbutz de Davor, donde trabajaba en la lavandería y ayudaba a dirigir el centro comunitario. En 1978 se trasladó a Jerusalén para estar más cerca de la pequeña comunidad israelí de antiguos ciudadanos de Sarajevo.

Durante la desintegración de Yugoslavia y el sitio de Sarajevo, entre 1992 y 1995, Israel acogió temporalmente a refugiados bosnios. Probablemente fue uno de ellos quien abandonó un periódico atrasado que Mira se encontró en 1994. El periódico estaba impreso en serbocroata y en él se trataban temas de interés para los judíos de la antigua Yugoslavia, Había en él un artículo en que se recordaba a Dervis Korkut. Maravillada, Mira leyó el relato de las buenas obras del hombre al que había fallado. El artículo relataba el papel que tuvo Dervis en la salvación de la Hagadá de Sarajevo, que una vez más había sido rescatada durante la guerra por manos musulmanas. (En 1992, cuando el museo fue bombardeado por las fuerzas serbias, que más tarde redujeron las bibliotecas de la ciudad a cenizas, un bibliotecario llamado Enver Imamovic recuperó el libro y lo guardó en secreto en la caja fuerte de un banco). A medida que leía el relato, Mira se dio cuenta de que Darvis no había sido ejecutado, como ella siempre había supuesto. Se enteró de que había muerto, ya anciano y por causas naturales, en 1969. La esposa de Davor recuerda que su suegra, después de descubrir el artículo, se puso a sollozar y a murmurar en serbocroata. Era la primera vez que ella o Davor oían hablar de Dervis Korkut.

La adolescente que Korkut había rescatado en 1941 tenía ahora 72 años. Decidió prestar el testimonio que no llegó a prestar en el juicio de Korkut. Un día de invierno de 1994, Mira se sentó a escribir una carta de tres páginas dirigida a la Comisión para la Designación de los Rectos en Yad Vashem, el centro conmemorativo israelí dedicado a los estudios sobre el Holocausto. Mecanografiada de forma inexperta en serbocroata, con los acentos añadidos a mano, la carta declara en un preámbulo más bien formal que lo que sigue es “mi verdadera historia sobre la forma en que Dervis Effendi Korkut me salvó de una muerte segura”. Con frases formales y rebuscadas, Mira detalla por qué no prestó su ayuda a Dervis Korkut

Al describir lo que realmente ocurrió esperaba enmendar algunas cosas. “Tal vez este modesto material sirva para dar a conocer su identidad como gran amigo de los judíos de Bosnia desde mucho antes de la II Guerra Mundial. Soy la única que aún puede atestiguar que Dervis era realmente así, incluso en una época en la que teníamos muy pocos amigos verdaderos”. Mira murió en 1998, sólo un año antes de poder ver hasta qué punto su testimonio tardío serviría para lograr la restitución que deseaba.

En la época en que escribía su relato, Servet Korkut se encontraba exiliada fuera de Sarajevo en contra de su voluntad. Tras sufrir un pequeño infarto cardiaco vivía con su hijo, Munib, en París. Se quedó atónita cuando un diplomático israelí la llamó para decirle que ella y Dervis acababan de ser nombrados rectos entre las naciones. Sus nombres quedarían inscritos en los jardines de Yad Vashem, no muy lejos de los árboles plantados en memoria de los rescatadores de judíos más conocidos, como Raoul Wallenberg y Oskar Schindler.

Continuará…

IV y última parte.

Deja tu Comentario

A fin de garantizar un intercambio de opiniones respetuoso e interesante, DiarioJudio.com se reserva el derecho a eliminar todos aquellos comentarios que puedan ser considerados difamatorios, vejatorios, insultantes, injuriantes o contrarios a las leyes a estas condiciones. Los comentarios no reflejan la opinión de DiarioJudio.com, sino la de los internautas, y son ellos los únicos responsables de las opiniones vertidas. No se admitirán comentarios con contenido racista, sexista, homófobo, discriminatorio por identidad de género o que insulten a las personas por su nacionalidad, sexo, religión, edad o cualquier tipo de discapacidad física o mental.


El tamaño máximo de subida de archivos: 300 MB. Puedes subir: imagen, audio, vídeo, documento, hoja de cálculo, interactivo, texto, archivo, código, otra. Los enlaces a YouTube, Facebook, Twitter y otros servicios insertados en el texto del comentario se incrustarán automáticamente. Suelta el archivo aquí

Artículos Relacionados: