El Obituario

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Como su nombre lo indica, es él quien se encarga de propagar las malas noticias: “¿Ya sabes quién murió esta mañana?” No sólo se contenta con informar, sino que su placer reside en describir con lujo de detalles las circunstancias exactas de la mala fortuna de los demás. “Por supuesto que Fulano se lo buscó, toda una vida de fumador empedernido, ¿Qué esperaba? ¿Pasar de los cuarenta y ocho?”

Este personaje vive buscando el lado turbio de la vida y tan pronto encuentra una veta, goza explotando todas las variantes que de ella pueda sacar. “Es que vivir en este país es sobrevivir día a día: ya no se puede salir ni a la esquina sin que te asalten, ni pasear sin ser la potencial víctima de un secuestro, ni contestar el teléfono por temor a ser intimidado… Es más, en este país ya no se puede respirar otra cosa que no sea mierda…”

A pesar de que sus argumentos muchas veces son ciertos, en la boca de El Obituario, cada frase tiene un sabor más salado aún. Su cizaña contagia hasta al más optimista y cualquier interlocutor puede ser una presa fácil para caer en la verborrea catastrófica de este verdugo. Porque además funge también como verdugo y víctima también de sí mismo.


Este ser antisocial hace mucho que se autojubiló, no trabaja ni produce bien alguno, y se excusa argumentando que para qué trabaja, si de todos modos le van a quitar todo. ¿Quién? La lista es larga: El gobierno, que son unos cabrones corruptos, los plagiarios que lo acechan en cada esquina para desmantelarlo, sus hijos que son unos malagradecidos y sólo están esperando a enterrarlo para cobrar su herencia, y hasta la ex esposa que es una arpía hija de la chingada…

A pesar de todo, El Obituario se apega cada día a una rutina preestablecida, en la que goza, a su modo, de diversos placeres. Se levanta cada mañana y lo primero que hace es abrir el periódico y buscar directamente la nota roja en la sección de justicia y crímenes en la ciudad; además está suscrito a publicaciones semanales como Alarma, Metro y Aunque usted no lo crea. Después de ponerse al tanto de cada acto cometido ilícitamente, satisfecho, se sabe letrado para acallar a sus posibles interlocutores contando con la autoridad recién adquirida de estar al día en sus temas favoritos.

Al servirse su café se asegura de tomarlo sin una sola cucharada de azúcar ni leche y hasta podría decirse que inconscientemente deja enfriar el agua lo suficiente para poder hacer un buche y escupirlo aullando: ¡Pinche café de mierda, sabe a calcetín mojado! Al preparar su baño, se “olvida” por enésima vez de prender el calentador para poder pasarse los minutos que dura bajo la ducha mentando madres a diestra y siniestra. Cuando sale para ir a desayunar a la fonda de siempre, se pelea con el taxista: ¡Es que no puede ser que no traiga cambio! ¿Pues que no es usted taxista?

Y sí, adivinó usted lo que pasa en la fonda; pide los huevos rancheros sin salsa y sin frijoles y una vez que el solícito mesero se los trae justo como los ordenó, El Obituario se queja sulfurándose: ¡Qué clase de huevos insípidos son éstos, no saben a nada, son ustedes unos miserables…!

Así transcurre su día, sus días, semanas y meses. Así se pasa la vida El obituario y así le pasa la vida al Obituario y muy a su pesar pareciera que ésta no le pesa… Es más la disfruta.

Acerca de Lissette Sutton

Lissette Sutton es Licenciada en Historia egresada de la U.I.A. Recientemente terminó la Maestría en Apreciación y Creación Literaria que cursó en Casa Lamm. Actualmente asiste a un taller literario. Cuando no está ocupada con (y/o por) sus hijos, intenta escribir.

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