El sentido del dolor

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En 1942, la persecución contra los judíos había entrado en su fase final en Austria. Ese año, Viktor Frankl, joven psiquiatra (o curador de almas, como prefería ser descrito) fue internado en el campo de exterminio de Auschwitz. Con él llevaba nada más un libro, un manuscrito que contenía el trabajo de su vida, con el que buscaba superar las limitaciones que encontraba en el pensamiento de las autoridades del momento: Freud y Adler. Los nazis rompieron el manuscrito en sus narices al ingresar a Auschwitz. Lo desnudaron. Le dieron en su lugar los harapos de un prisionero que había sido enviado a las cámaras de gas en el momento de llegar al campo. En uno de sus bolsillos, Frankl encontró una página arrancada a un libro de oraciones en hebreo, que tenía la más importante oración judía, el Shemá Israel. Fue para él un signo: entendió que en ese trance de su vida, más importante que publicar su obra era vivir y morir de acuerdo con el espíritu que la alentaba. Y aceptó el desafío de encontrar un sentido al dolor indecible en el que estuvo inmerso durante tres años —el desafío de sufrir con entereza.

En esos años, para combatir la fiebre, el abandono y la muerte, Frankl comenzó a anotar en diminutos trozos de papel, a oscuras, palabras claves de ese libro que había sido confiscado por los guardias de Auschwitz. Tenía la esperanza de que aquellas notas, hechas con signos taquigráficos, le ayudaran a reconstruir su libro si alguna vez era liberado… como habría de suceder en la primavera de 1945. Ese mismo año publicó en Viena el libro que el Fondo de Cultura Económica, pionero en la divulgación de Frankl, traduciría poco después, influido por el pensamiento de Sartre, con el título no del todo correcto de Psicoanálisis y existencialismo (el título en alemán era Cura de almas). El autor señala ahí la diferencia esencial entre la psicoterapia de Freud y Adler y su propio método: la logoterapia (de la palabra griega logos, que quiere decir sentido). “La psicoterapia tiende hacia un resultado que es, concretamente, el de tornar consciente lo psíquico”, dice. “La logoterapia, por el contrario, tiende a tornar consciente lo espiritual” (pág. 46). En otras palabras, la logoterapia centra su trabajo en el sentido de la existencia —o más bien, en la búsqueda de ese sentido por parte del hombre. Porque la fuerza motivante fundamental en los hombres no es la voluntad de placer (Freud) ni la voluntad de poder (Adler), sino la voluntad de sentido (Frankl).

El hombre puede encontrar sentido a su vida por medio de la creación y la acción, como es natural, y a través del gozo (con “la conmoción interior provocada por la belleza de una obra de arte o del esplendor de la naturaleza, o por sentir —por el amor— el cercano calor de otro ser humano”, dice Frankl en su libro más conocido, El hombre en busca de sentido, págs. 133-134). Pero lo puede encontrar también en el sufrimiento. Uno de los axiomas de la logoterapia mantiene que la preocupación fundamental del hombre no es gozar del placer o buscar el poder, sino encontrar un sentido a la vida. “Y en esas condiciones el hombre está dispuesto a aceptar el sufrimiento, siempre que ese sufrimiento atesore un sentido”, afirma El hombre en busca de sentido (pág. 135).


He pensado en Frankl y en su obra en estos días que culminaron con el diálogo en Chapultepec. El movimiento que encabeza Javier Sicilia al lado de personas como María Elena Magdaleno y Julián Le Baron, que han sufrido en sus vidas la pérdida más grande, es un esfuerzo por buscar sentido en medio de la tragedia que ha golpeado a México. Todos ellos han sabido darle un sentido a su dolor: el dolor ha sido en ellos el punto de partida para luchar por un país mejor, por una vida mejor. Y con esa lucha por dar sentido a su dolor nos han ayudado a todos nosotros a encontrar, también, un sentido a la noche que ha caído sobre nosotros, en la que debemos unirnos para que vuelva a amanecer.

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