Vibra el teléfono, una notificación, un email; black friday, el buen fin, prime day, single’s day. Un bombardeo constante: rebajas, solo hoy, la mejor oferta del año (que sucede cada dos semanas), quienes diseñan estas campañas, genios de la mercadotecnia, entienden de psicología, saben crear en nosotros ese sentido de urgencia, ese disparo de dopamina cuando hacemos click en comprar. Somos el resultado de un proceso evolutivo de millones de años, víctimas de nuestro código genético, programados para reaccionar ante oportunidades (y escapar de amenazas).
Casi hace falta la advertencia, esta compra no lo hará feliz. Vamos de pedido en pedido, la oferta implícita de que la siguiente compra llenará en nosotros ese vacío, nos hará más atractivos, o más felices. Quien tiene demasiadas posesiones, se vuelven su esclavo, y eso somos, siervos de todo aquello que hemos adquirido; llenamos nuestro valioso tiempo cargando sus baterías, actualizando sus sistemas operativos, buscando entre las prendas la que nos hará ver mejor en los ojos de otros.
Dice el Pirké Avot, ¿quién es rico? El que es feliz con su parte. Y en esta simple definición, somos pobres, profundamente pobres. Y es que no podemos competir, tenemos en la palma de la mano el problema, ese feed (literalmente) infinito, caras felices, familias en armonía, cuerpos perfectos, cada story nos aleja más de la realidad, cada imagen nos hace más conscientes de lo diferentes que somos.
La solución es fácil, o casi imposible, haga a un lado el teléfono, borre Instagram, juegue con sus hijos, mire a su pareja, conecte con otro ser humano, pierda el miedo al silencio, recuerde lo que es no hacer nada, es posible, ya lo ha hecho, lo hizo de niño muchas veces, escúchese pensar, probablemente no lo ha hecho en mucho tiempo, deshágase de algunas posesiones, tiene muchas que no usa, ni usará, y cuando de comprar la próxima vez, recuerde, este pedido no lo hará feliz.
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