El sinsonte castaño

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El sinsonte castaño, que había cantado con una espléndida voz para atraer a su compañera, calló cuando acabó el apareamiento. De pronto se apoderó de su garganta un mutismo viejo, de pájaro saciado y a la espera. Ya no pensaba en la variedad y potencia de sus trinos sino en el eco que de ellos le devolvería la vida.

El ancho azul del cielo cabía por completo en su pecho, las tardes soltaban tenues resplandores a su lado. De noche, inquieto, el sinsonte abría de tanto en tanto los ojos para observar la carrera de las nubes sobre rostro de la luna.

-Dime algo, anda-le pedía de tanto en tanto su compañera, que arrebujada en el nido parecía más grande de lo que en realidad era.-Cuando cantabas los lugares se vestían de tonos más gratos, las gotas temblaban sobre las hojas. Ahora tu presencia es igual a tu ausencia y cuando te miro tengo la impresión de que viajas sin moverte. ¿Estás o no estás aquí?
-Aguardo.


-Aguardas-suspiró la hembra-¿Aguardas qué?
-Tú has respondido a mis llamados. Nuestras plumas han frotado entre sí la invisible forma del futuro. He temblado, has temblado, hemos temblado juntos. El insistente camino de la música halló audición y quietud entre tus alas. Las notas han cumplido su propósito, pero en el interior de mi cabeza da vueltas una pregunta.

-¿Qué pregunta?
-¿Dónde va lo cantado? ¿En qué arbusto o penumbra deja la huella de su timbre, el trazo de sus trinos?

La sinsonte hembra, que no esperaba oír nada semejante, se removió incómoda. He aquí que su galán se desvivía por cosas que la superaban, desvariaba, suspiraba por lo distante sin considerar lo cercano.
-Recorre los cantaderos-le dijo al fin, con ironía-, tal vez halles los restos de tu voz en las horquetas donde más abierto estuvo tu pico.

El sinsonte fue de aquí y para allí, recorrió uno a uno atriles de ramas y nudos de corteza y volvió junto a su compañera sin encontrar nada. Transcurrió una larga semana.

-Mira aquí-le dijo un buen día ella-descubriendo la forma tibia de dos huevos recién puestos. Eran azules, ocres, verdes y con motas semejantes a las del liquen.-Tu música duerme ahora en óvalos de calcio hasta que otro pico la despierte. Como el agua, gira en los recodos y siembra placeres en las alas que contribuimos a desplegar. Deja que otro pico continúe tu tarea y utiliza el plumón de tu silencio para entibiar su crecimiento. Una pregunta menos siempre es una respuesta más.

 

Acerca de Mario Satz

Poeta, narrador, ensayista y traductor, nació en Coronel Pringles, Buenos Aires, en el seno de una familia de origen hebreo. En 1970 se trasladó a Jerusalén para estudiar Cábala y en 1978 se estableció en Barcelona, donde se licenció en Filología Hispánica. Hoy combina la realización de seminarios sobre Cábala con su profesión de escritor.Incansable viajero, ha recorrido Estados Unidos, buena parte de Sudamérica, Europa e Israel.Publicó su primer libro de poemas, Los cuatro elementos, en la década de los sesenta, obra a la que siguieron Las frutas (1970), Los peces, los pájaros, las flores (1975), Canon de polen (1976) y Sámaras (1981).En 1976 inició la publicación de Planetarium, serie de novelas que por el momento consta de cinco volúmenes: Sol, Luna, Tierra, Marte y Mercurio, intento de obra cosmológica que, a la manera de La divina comedia, capture el espíritu de nuestra época en un vasto friso poético.Sus ensayos más conocidos son El arte de la naturaleza, Umbría lumbre y El ábaco de las especies. Su último libro, Azahar, es una novela-ensayo acerca de la Granada del siglo XIV.Escritor especializado en temas de medio ambiente, ecología y antropología cultural, ofrece artículos en español para revistas y periódicos en España, Sudamérica y América del Norte.Colaborador de DiarioJudio, Integral, Cuerpomente, Más allá y El faro de Vigo, busca ampliar su red de trabajos profesionales. Autor de una veintena de libros e interesado en kábala y religiones comparadas.