“Fuimos a Israel a ayudar, pero recibimos más de lo que dimos”

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Katherine Benoliel de Benjamín formó parte del programa “Construyendo esperanza”, grupos de solidaridad que viajan a Israel para ofrecer apoyo a raíz de la catástrofe del 7 de octubre. En esta entrevista narra sus intensas experiencias y anécdotas que, asegura, le cambiaron la vida

Sami Rozenbaum

NMI. ¿Quién es Katty Benoliel?


KB. Soy diseñadora gráfica. Durante muchos años trabajé en el Museo de Arte Contemporáneo y en el Museo Alejandro Otero, donde hice muchos trabajos, además catálogos para galerías. En una época desarrollé toda una línea de Judaica, es decir artesanía inspirada en el judaísmo. Eso fue en el tiempo que mi esposo y yo vivimos en Israel.

Actualmente formo parte de la junta directiva del Museo Sefardí de Caracas, donde he hecho numerosos trabajos ad honorem, como el diseño de los dos últimos calendarios editados por esa institución. También me encargué del rediseño de las vitrinas que hay en la entrada del Museo, y he llegado a montar dos exposiciones.

¿Tú estabas en Israel y te ofreciste como voluntaria, o viajaste especialmente para participar en el programa “Construyendo esperanza”?

En diciembre yo estaba de visita en Panamá, donde vive mi hija mayor. Allá tengo dos amigas muy cercanas; una de ellas, Amalia Arwas, trabaja en el Departamento de Aliá de la Agencia Judía. Hace poco recibieron un nuevo shelíaj de Israel, cuya primera actividad fue organizar la delegación para este programa; mucha gente estaba interesada en participar en esos viajes que organizan conjuntamente la Agencia Judía y el Keren Hayesod. Ella me lo comentó y me entusiasmé muchísimo. Se formó un grupo de 14 personas, de las cuales 11 eran de Panamá, una pareja de México y yo.

Mi esposo y yo teníamos previsto volver a Venezuela, porque mi hija menor todavía está en el colegio y empezaba clases el lunes. O sea que era algo que no estaba en mis planes para nada.

Cada uno de nosotros llegó por sus medios a Israel. Fue algo de mucho estrés, mucha emoción. En Israel era invierno y ni siquiera estaba preparada para eso, pero me organicé y la familia me apoyó muchísimo. Era como una forma de una catarsis por toda la angustia de lo que está sucediendo, ir para allá y ayudar de verdad.

Tenía un poco de miedo sobre en qué me iba a meter… Incluso estando en el avión tenía esos pensamientos. “¿Será que está bien lo que estoy haciendo? ¿Cómo reciben en Israel a los que vamos de voluntarios, nos verán como a unos curiosos que van a meter la nariz en su tragedia?”.

A las 24 horas de pisar Israel esos miedos se me habían quitado. Sentí que sí nos necesitan. Es como cuando visitas a alguien que está en problemas. Lo agradecen, sí. Claro que trabajamos mucho y era incansable cada día, pero fue muy gratificante recibir tanto agradecimiento de parte de la gente en cada ámbito en el que aparecimos. Y nosotros recibimos más de lo que dimos como grupo.

¿Cómo estaba organizada su participación?

Había un plan muy bien organizado, un itinerario día por día, aunque al final hicimos mucho más de lo que estaba previsto, los planes iban cambiando. Nos dijeron: “Vamos a hacer una visita a un hospital para acompañar a los enfermos, a los soldados, vamos a cocinar para los soldados, vamos a trabajar en el campo, vamos a visitar familiares de los secuestrados”, todo eso. Vivir esas experiencias es mucho más que verlo en un itinerario.

Fueron ocho días intensos, en los que a las 7:30 de la mañana ya estábamos en el autobús y nos volvían a “lanzar” en el hotel como a las ocho o nueve de la noche.

El encuentro de todo el grupo fue el lunes 8 de enero. Nos encontramos esa noche en el hotel en Tel Aviv, nos conocimos y empezamos las actividades el martes por la mañana.

Ese primer día, cuando nos dimos cuenta ya estábamos en camino a la zona de los kibutzim del sur. Fue muy, muy impresionante cuando, 20 minutos antes de llegar a la zona afectada, se para el autobús en mitad de la autopista y viene un vehículo del ejército a traernos chalecos antibalas y cascos. Yo lo que quería era llorar. “¿En qué me metí? ¿Quién me convenció de esta locura?”, porque no hay ningún chiste en esto, estás en peligro. De lo contrario no te van a poner un casco que pesa un kilo. Entonces tuve esa sensación de la importancia de lo que fui a hacer allá.

Estuvimos en el kibutz Nir Oz, quizá el más afectado de todos, porque su población era muy pequeña, de solo 427 personas, y una de cuatro se vio afectada: o la mataron o la secuestraron. Fue conmovedor ver la situación de ese kibutz. La destrucción, casas quemadas. Y encontrarte en la escena… no es solo lo que has leído en las noticias. Todas esas personas que se han hecho tan conocidas, como la familia Bibas, la de los niñitos pelirrojos. Estábamos allí, parados frente a la casa de esa familia, y ahí están sus fotos, los posters. La casa de al lado es de la familia de unas morochas que fueron secuestradas y liberadas con su mamá. Y bueno, empiezas a ver que todos son gente real, sus casas están ahí. No es solo una noticia. Es increíble cómo puedes tomar un avión, un autobús, y llegar al lugar.

Restos de casas del kibutz Nir Oz, y hogar de la familia Bibas

Allá nos recibió un señor llamado Pablo, hijo de la señora Ofelia Roitman, un nombre que ha sonado mucho en Argentina. En ese kibutz la mayoría de la población era de inmigrantes argentinos que hicieron aliá hace muchos años. Él ha asumido como una misión personal recibir a los grupos de voluntarios y hacerles el recorrido, para que esto se sepa, para que seamos testigos.

Su mamá vivía en el kibutz, él creció allí hasta que se casó. Su madre resultó herida dentro de la casa, los terroristas entraron y la hirieron en el brazo; la sangre seca estaba todavía en el piso. Entonces nos vimos en la situación de caminar sobre la sangre, de entrar en su cuarto, de ver las marcas de los disparos. Era estar de verdad en la escena del horror.

La señora estuvo 54 días secuestrada, sola en una habitación, y sus mayores temores eran el hambre y el miedo a caer en la locura. La liberaron cuando soltaron a las primeras señoras de mayor edad.

Allí cerca se celebró el Festival de música Nova, en una zona que se llama Reim. Como es sabido, en ese festival había aproximadamente 3000 jóvenes y mataron a 364, a otros 40 se los llevaron secuestrados. Es muy impactante. La zona se convirtió en un cementerio, eso es lo que uno siente allí. El lugar está lleno de estacas con fotos de los muchachos, y velitas. Es un memorial creado espontáneamente por los mismos jóvenes que sobrevivieron.

El lugar donde se celebró el Festival Nova por la Paz, en Reim, se ha convertido en un memorial a las víctimas

Allí nos reunimos con Rami Davidian, uno de los héroes que surgieron también de esta catástrofe. Él tuvo un gran protagonismo por haber salvado por lo menos a 700 personas, muchachos que logró sacar de la escena. Él vive en uno de los kibutzim cercanos. Ese día lo contactaron los padres de un muchacho que son sus amigos, y le dijeron “Tienes que ayudarnos a sacar a nuestro hijo de allá”. Él se acercó sin saber a lo que iba, y cuando llegó a donde estaba el muchacho, al que ubicó por la dirección que le mandó con el celular, ese chico y 15 muchachos más se montaron en la camioneta, y él los sacó de ahí. En ese momento él se convirtió en la esperanza para mucha gente. Lo contactaron otros padres y él empezó un ir y venir, durante 72 horas, sin parar.

Que suerte tuvo de que no le dispararon a él también…

Él dice que fue un emisario de Dios, porque ni chaleco antibalas tenía, ni preparación militar, ni nada. “Yo simplemente entraba, buscaba a los chicos siguiendo las señales que me mandaban, cargaba mi camioneta y los sacaba”. Cuenta que él salvó a una muchacha, que cuando él llegó había cinco terroristas junto a ella, fue como en una trampa. Él reaccionó de una forma inesperada: les habló en árabe, porque él trabaja con árabes y habla el idioma perfectamente. Espontáneamente se le ocurrió hablarles como si fuera uno de ellos, y les dijo que ya se acercaban los soldados de Tzáhal, y les dio instrucciones: “Entréguenme a la chica y huyan hacia allá, que yo me la llevo hacia este lado”. Le hicieron caso y así la salvó. Increíble, ¿no?

Pero él no logró salvar a su propia sobrina, que también estaba en la fiesta. Ahora quiere crear en esa zona un parque en memoria de ella.

Una persona viva que ya tiene tumba

Ese día continuamos al hospital Tel Hashomer en Tel Aviv. Es un centro de rehabilitación, el centro de trauma donde están los soldados que han sufrido heridas de guerra, amputaciones. Allí los operan y los rehabilitan hasta que les entregan sus prótesis.

Nos recibió una mujer que se encarga de las relaciones internacionales del hospital. Ese día tenían de visita a dos jóvenes con discapacidad que son atletas de varios deportes, para que los soldados que han sufrido amputaciones vean cómo se han superado, qué posibilidades tienen ellos en el futuro. Como sacar algo bueno de esta tragedia…

Nosotros les llevamos chocolates y café de Panamá, preparamos unos paquetitos que explicaban quiénes éramos y los repartimos. Para mí era muy importante que se supiera que yo era de Venezuela. El grupo siempre se presentaba diciendo “somos de Panamá, México y Venezuela”.

La experiencia más impactante que tuvimos en ese hospital fue la de un muchacho de 22 años llamado Johnny, un soldado que perdió una pierna de la rodilla para abajo. Él manejaba un bulldozer D9R, que es una enorme excavadora blindada que sirve para limpiar terrenos minados, detonar trampas bomba, derribar obstáculos y destruir los túneles que construyó Hamas en Gaza. Esos vehículos tienen una pala mecánica gigante y detrás vienen los vehículos blindados, los tanques y las tropas a pie.

Su vehículo fue impactado por un proyectil; él estaba con otro soldado más joven, de 18 años. Johnny nos contó los que él considera dos milagros que ocurrieron en ese momento: el primero fue que el proyectil hizo impacto en su pierna; él dice que si hubiera sido un poco más arriba lo habría matado, y si hubiera impactado un poco más abajo habría estallado toda la munición que llevaban. Él estaba vivo y agradecía por eso, y lo comentaba como un primer milagro. El segundo milagro, explicó, fue cómo él y su compañero pudieron salir por la ventanilla que tiene ese bulldozer, que es tan pequeña que si tú la ves dirías que por ahí no pasa una persona, pero él agarró al otro soldado, lo lanzó por esa ventanilla y logró lanzarse también, a pesar de estar gravemente herido, mientras el vehículo estaba en llamas.

Johnny perdió una pierna, pero no la actitud. Aquí aparece acompañado de su mamá, quien tiene a otros tres hijos en el ejército

Algo muy curioso que nos comentó es que cuando recuperó la conciencia preguntó por su pierna. En nuestra religión, las partes humanas que no son esenciales para la vida se entierran en una fosa común. Pero él exigió: “No, yo quiero mi pierna. Cuando se produzca la resurrección de los muertos, yo quiero estar completo”.

Tanto insistió que localizaron su pierna y la enterraron. Así que, aun estando vivo, él tiene una tumba con su nombre donde está su pierna, y algún día será enterrado allí. Nos mostró la foto en su celular… Es muy impactante que alguien vivo te muestre su tumba.

Ese día terminó en Jerusalén, donde visitamos la Bat Mitzvá de la hija de un policía de Sderot que fue asesinado. Parece que todos los policías de esa estación de policía murieron cuando entraron los terroristas. Habíamos acordado con la organizadora encontrarnos en el lugar y llevarle un regalo a la niña de parte de todos nosotros. Fue muy bonito poder acompañar a esa niña.

¡Y todo esto que te he contado fue solo el primer día! Así de intenso fue todo.

Rambo en el moshav

El miércoles amanecimos otra vez viajando. Volvimos al sur, a la zona de Hof Ashkelón, más al sur de la ciudad de Ashkelón, zona que colinda con Gaza. Nos llevaron a una oficina del Keren Hayesod donde nos dictaron unas charlas muy instructivas.

Allí conocimos al jefe de seguridad de la zona, que se llama Amnón, pero nosotros lo llamamos Rambo por su forma de ser y por lo que nos contó, cómo vivió el ataque del 7 de octubre.

Él vive en un moshav cerca de la frontera con Gaza. A primera hora de esa mañana él iba a salir con sus amigos a un paseo en moto por las montañas de Jerusalén. Entonces sale el vecino y lo entretiene, le pregunta para dónde va, qué es lo que van a hacer y no sé qué más. Él pensó “Este hombre me está quitando tiempo, qué fastidio”. Se retrasó tanto que llamó a sus amigos y les dijo “Miren, voy retrasado. Salgan ustedes, no me esperen, yo los alcanzo”.

Mientras hablaba por teléfono miró hacia el cielo y vio los paragliders que venían de Gaza, y por su preparación se dio cuenta: “Esto no es ningún aficionado, esta es una invasión”. Logró alertar a la gente de su moshav. O sea que por haber sido retrasado por su vecino pudo darse cuenta y mandar la advertencia. Puso en alerta a toda la gente de la zona y lideró la batalla en su moshav. “Allá en esa grama, allá, cayó uno; allá llegó otro”, nos mostraba. En la batalla dentro del moshav murieron 17 personas.

Algo que nos impresionó mucho fue que dentro de un mamad, un cuarto de seguridad (que además de haber en las casas también existen en la calle), nos mostró nueve disparos en fila, de arriba abajo. Una señora que se refugió allí fue perseguida por un terrorista que la mató, y ahí se ve la fila de disparos. Muy fuerte.

A la izquierda Amnón, jefe de seguridad de Hof Ashkelon, y a la derecha Paul Rosenberg, representante del Keren Hayesod

Al mediodía llegamos a una granja orgánica de la familia Mijaeli, en el kibutz Zikim. Ahí trabajaban más de 100 empleados tailandeses en labores de la tierra, pero después del 7 de octubre desaparecieron, solo quedaron como seis que todavía son leales. Esta granja ha sobrevivido gracias a la ayuda de voluntarios.

Era la primera cosecha de los pimentones que se lograron salvar, porque se requiere todo un trabajo de cuidar la planta, limpiarle las hojitas malas, la hierba. Parece algo sencillo, pero estuvimos cinco horas, toda una tarde y fue un trabajo muy fuerte, al sol, y al día siguiente se repitió. O sea que trabajaste la jornada de la tarde, te fuiste a dormir y volviste por la mañana. Hubo gente que preguntó si había otro trabajo donde no tuvieran que agacharse, entonces los pusieron a embalar los vegetales, las frutas.

También trabajamos con las fresas, había que limpiarles las hojitas malas, quitarles unas cosas que le restan fuerza a la planta; todo eso nos lo explicaron, y bueno, fue muy lindo estar en Israel haciendo eso.

Katty haciendo labores agrícolas en el kibutz Zikim

Ese segundo día compartimos también con unos soldados que venían de la Franja de Gaza, que salen por días o por horas. Vinieron a trabajar en la granja y compartimos con ellos esos momentos. Qué increíble que ellos están allá luchando, y cuando salen de permiso, en vez de descansar vienen a trabajar en la granja.

Desde allí se escuchaba el fuego de las batallas en Gaza. Muchas veces los soldados nos decían “Ese es fuego amigo”. Yo me preguntaba “¿Y cómo saben que es fuego amigo…?”

¿Cómo estaban de ánimo esos soldados?

Bien, bien, son gente muy joven. Yo digo que la edad hace la diferencia. Esa frescura, como que no tienes ni miedo a morir. Y nosotros pensábamos: “Este puede ser mi hijo, esta puede ser mi hija”. Ellos también dirían “Esta puede ser mi mamá, mi abuela”. Te sentías muy cerca.

Cuando les decíamos quiénes éramos se sorprendían, porque además de ser voluntarios veníamos de muy lejos: Panamá, Venezuela, México.

Delivery a Gaza

Esa noche nos tocó cocinar. Alimentamos como a 300 soldados preparando una gran parrillada. Nuestro grupo se unió a otro que se llama “Grupo del Asado”, que son argentinos y uruguayos. Están organizados, cada día van a otra base militar a hacer una parrilla al estilo de sus países.

Era impresionante el tiempo que tenían haciendo eso. Ellos necesitan un número determinado de personas para preparar la parrilla cada noche. Estaba tan bien organizado que el jefe tenía una lista con nuestros nombres, y nos dijo: “Este es un ejército. Por esta noche voy a decirle a cada uno lo que va a hacer, y no quiero discusión. Una orden es una orden. Entre ustedes pueden intercambiar sus labores, pero no formen alboroto”.

Entonces traían la carne congelada, las ensaladas listas en unos envases, el hummus, la pita. Nosotros teníamos que montar todo el buffet y cocinar. Había un volumen de gente impresionante. Ellos nos explicaron que cada vez que montan una parrilla eso cuesta 3000 dólares, y es todos los días. Detrás de todo esa organización hay mucha gente: los que cocinan, los que financian, los que administran. El dinero proviene de voluntarios.

A los soldados los sacan un ratico de Gaza, de su base, para venir a comer parrilla, y luego los mandan de regreso. Es como una diversión para ellos, hacerles algo distinto. Los veías cansados. Uno se me acercó y me preguntó si podía llevar comida para compañeros que no pudieron venir porque estaban enfermos. Yo no sabía qué hacer. Consulté y me dijeron que por supuesto que sí. El jefe del “Grupo del Asado” me dijo “ponle tantas raciones”. Vi un rollo de papel de aluminio por allá, lo busqué, y envolví la comida en una bolsa con la carne, la pita, un pote de hummus.

Alguien me preguntó qué estaba haciendo, y le expliqué: “Ya me autorizaron que se lo puedo preparar, que este soldado se va a llevar unas raciones”. Entonces me comentó: “¿Te has dado cuenta de que estás haciendo un delivery para Gaza?”. Eso fue muy cómico, creepy y a la vez cómico. Sí, estaba haciendo un delivery a Gaza.

La comida no alcanzó para nosotros mismos… Yo estaba casi desmayada, terminé comiendo un poco de pita con hummus.

Los refugiados de los que no se habla

Entonces tuvimos la experiencia de mudarnos a Jerusalén. No sabíamos lo que nos esperaba, al llegar encontramos el hotel lleno de refugiados. Nos explicaron que la mayoría de los hoteles de Jerusalén están llenos de israelíes desplazados por el conflicto. Wow, qué impresión. Llegas y los niñitos están corriendo por todas partes.

Fue muy grato compartir con las personas que están viviendo esa difícil situación. Nosotros salíamos todo el día a cumplir nuestro plan de actividades, y al volver ellos seguían allí. Saludábamos a la gente mayor, “Shalom, shalom”, era algo muy familiar. Tarde por la noche me quedé un rato en el lobby para llamar a la casa, y había muchas adolescentes; era como la hora de agarrarse el lobby para ellas. Esa era su casa. Ya tenían dos meses allí… Y quién sabe cuánto tiempo más les falta.

Ese Shabat, como era día libre, lo pasé con mi familia en Rishon Letzíon. El domingo teníamos previsto un encuentro con una señora argentina llamada Ruthy, que es la madre de dos jóvenes que permanecen secuestrados. Ella acudió porque quería hablar con nosotros, contarnos, y es algo muy fuerte. Uno de sus hijos vivía en el kibutz Nir Oz, el otro había ido a visitarlo ese fin de semana y los secuestraron a los dos.

Ruthy llegó a hablar por teléfono con ellos en ese momento, pero luego no supo más, tampoco sabe si están vivos. Lo único que le informaron fue que encontraron la billetera de uno en el camino. Ella mantiene la esperanza, dice que habla con ellos en voz alta cuando está en su casa, como si los tuviera cerca, como que los siente, que está segura de que siguen vivos.

Estuvimos con gente que es protagonista de todo esto. Gente que se ha dado a conocer, quienes han querido hablar, porque no todo el mundo quiere o puede hablar.

El grupo de “Construyendo esperanza” con Ruthy (en el centro), quien tiene a dos hijos secuestrados en Gaza

Luego fuimos a un centro de acopio, un estacionamiento muy grande donde se organizó un sistema de envíos para la gente que afectada por la guerra que necesita insumos, ropa, medicinas, cosas del hogar, cobijas, almohadas, productos no perecederos. Llegan los pedidos online, y todo lo que se distribuye es donado. Había muchos voluntarios trabajando allí.

A nosotros nos organizaron en grupos de a tres; nos daban los pedidos impresos en una hoja y empezábamos a llenar un carrito. Luego teníamos que embalar los productos, escribir la dirección en un papel con los detalles, la dirección, el teléfono, y así iban quedando las cajas numeradas. Luego venían otros voluntarios para repartirlos. Todo eso es para familias desplazadas, así como para familias donde el jefe del hogar o incluso la mamá están en el ejército, no están en casa.

Ahí entendimos lo que significan el servicio militar y sus implicaciones, hasta dónde llega tu obligación de cumplir como soldado, hasta el punto de tener que dejar a tu familia.

La combativa vicealcaldesa de Jerusalén

El lunes tuvimos un encuentro con la vicealcaldesa de Jerusalén, Fleur Hassan. Ella es maravillosa. Yo decía “wow, cada personaje que nos encontramos”. Ella habla muy bien, se expresa muy bien y está muy preparada. Y estaba muy brava: “¿Acaso yo soy la única política en Israel que habla español? ¿Dónde están los demás?”.

Nos recibió en la alcaldía, un edificio muy bello. Nos mostró una maqueta gigante de Jerusalén, le das la vuelta y se ve toda la ciudad, separada por distritos.

El tema principal que conversamos fue lo compleja que es la sociedad israelí y sobre todo Jerusalén, los tantos tipos diferentes de ciudadanos: el judío, el árabe israelí, el árabe que no es israelí pero que tiene derecho a vivir ahí. Hay lugares donde la policía no entra, que tienen sus propias autoridades; es algo bien complejo.

El grupo con la dinámica vicealcaldesa de Jerusalén, Fleur Hassan (en el centro, vestida de oscuro). Detrás, la maqueta gigante de la ciudad

Nos explicó que el sistema educativo en el sector árabe de Jerusalén es el mismo que en Gaza, que enseña a odiar a Israel y los judíos. Está indignada: “¿Pero cómo puede ser que tengamos al enemigo aquí adentro? ¿Cómo puede ser que nosotros no podamos exigir, que no tengamos la autoridad de decirles ‘si vas a vivir aquí, vas a estudiar los libros de texto de Israel’?”. Ella habla así, abiertamente, y critica que los gobiernos israelíes han sido muy ingenuos, muy permisivos; que supuestamente se actuó de esa forma para evitar nuevos conflictos: “Déjalos que están tranquilos, no los molestes, no les cambies esos libros de texto si están quietos”; pero luego ves lo que pasó, que habían sido muy ingenuos como como judíos y como Estado.

Luego visitamos el centro de United Hatzalah, que está también en Jerusalén. Fue algo muy especial, porque mi esposo Isaac, junto a un grupo de gente muy activo, tuvieron la visión de crear Hatzalah Venezuela. Allí nos explicaron cómo funciona la organización, nos hablaron del papel que cumplieron el 7 de octubre, y cómo llegaron a los sitios afectados en el menor tiempo posible, porque funcionan con una red de voluntarios gigante y son autónomos.

Eso los diferencia del Maguén David Adom, quienes por ejemplo, si el chofer y el paramédico corren peligro para entrar un lugar, tienen que pedir autorización, y de no recibirla no pueden entrar. El 7 de octubre los de MDA no tuvieron tanto protagonismo, porque permanecieron fuera de muchas zonas en las que podían correr peligro de muerte. En cambio, Hatzalah “se lanzó con todo” y entraron en las zonas afectadas, la decisión quedó a discreción de los que iban en las ambulancias. Salvaron a mucha gente, y sacaron a muchos otros de los kibutzim atacados.

Línea de producción de hamburguesas

El martes 16 de enero fuimos de nuevo a alimentar a los a los jayalim, pero con la modalidad de foodtrucks, o sea camiones de comida. Eso también funciona con un grupo de voluntarios que hace su labor gracias a donaciones. Ofrecen hamburguesas de carne, hamburguesas de schnitzel, pinchos, kebab y similares en diferentes bases militares. En esta ocasión nos tocó una base en Judea y Samaria (Cisjordania).

Eran 700 chicos y chicas que había que alimentar. Fue todo un trabajo: picar las cebollas, picar los tomates, ir preparando las hamburguesas. Nos traían todo a la mesa en cantidades industriales: los potes de crema, la salsa, la carne, el tomate, los pepinillos. Creamos una línea de producción.

Teníamos que envolver las hamburguesas y colocarlas en unas cavas para mantenerlo todo caliente. Luego lo montábamos en un gran mesón, a donde iban llegando los soldados y las soldadas, jovencitas… Ellas preferían las hamburguesas de schnitzel, entonces nosotras se las tratábamos de reservar…

Fue algo muy grato. Estuvimos mucho tiempo despachando hamburguesas y todo lo demás. A veces se llevaban de a dos, también en este caso se llevaban para soldados que estaban hospitalizados. Hablamos con ellos y nos agradecían, nos preguntaban de dónde éramos y si teníamos familia allá, y eran muchachos tan jóvenes… Hubo un intercambio en que ellos nos agradecían y nosotros les agradecíamos.

En esos días tuve gripe. Era invierno, llovía, pero “a punta de pepas” seguí trabajando. Descansábamos poco. Desde que llegamos a Israel, sin tiempo de aclimatarnos, ya estábamos trabajando. Bueno, sacabas la fuerza de donde no tenías.

Una nueva sección en el Monte Herzl

El último día fue muy intenso también. Nos llevaron al cementerio del Monte Herzl, donde yo nunca había estado. Ahí están sepultados la mayoría de los primeros ministros y presidentes de Israel. Está organizado por pabellones según las guerras: aquí los que murieron en la Guerra los Seis Días, allá los de la Guerra de Yom Kipur.

Fue muy triste conocer que se abrió un pabellón nuevo para esta guerra, la del 7 de octubre. Vimos tumbas muy nuevas, porque para ese momento solo habían pasado tres meses. Cuando llegamos había unos shloshim, estaba una familia sentada por los 30 días de un fallecido. Nosotros esperamos desde lejos, y cuando se fueron entramos.

Fue muy doloroso, todo está lleno de foticos de muchachos recién sepultados. Vimos un soldado sentado junto a la tumba de un compañero. Así que tuvimos experiencias sobre todas las aristas de este conflicto.

Esa última noche tuvimos una cena muy bonita en un restaurante de Jerusalén. Nos dijeron “Hay un personaje, una figura sorpresa que los viene a acompañar”. Y nosotros pensábamos “¿Después de todo lo que hemos visto, qué otra sorpresa puede haber?”. Se abre la puerta y entra Roni Kaplan, el vocero de las FDI en español, que es de origen uruguayo. Algunos no sabían quién era, pero yo sí, porque lo sigo en Instagram y en Twitter, y bueno, ahí tenía a Roni Kaplan sentado con su uniforme.

Nos dijo que estaba contento de tener esa conversación tan amistosa, que era el primer grupo con el que sentía entre amigos, porque su función siempre es trabajar con los medios de comunicación, gente que casi siempre ataca a Israel. Incluso dijo: “No tenía que haber venido con uniforme para para no crear esa distancia, sino ser un amigo más del grupo”.

Con Roni Kaplan, vocero de las FDI en español

También comentó que le gustaría que los medios de comunicación de nuestros países de Latinoamérica fueran para allá. A los panameños, por ejemplo, les preguntó qué tan difícil sería mandar a unos siete periodistas para que vivan la experiencia y sean voceros de la realidad que se vive en Israel, para que no dependa tanto de hacer entrevistas a distancia, además de su trabajo en las redes, que es muy intenso.

Regresé con una misión

Siento que desde que volví de Israel tengo una misión, la misma de todos los que formamos parte de “Construyendo Esperanza” desde que regresamos a nuestros países. Aunque no somos periodistas y quizá nunca hemos hablado en público, ahora nos nació esa semilla de querer expresar y compartir esas vivencias. Ya que estuve allí debo poder contarlo, porque si no, ¿para qué fui? No me lo puedo guardar solo para mí. Siento que así aporto mi granito de arena, que es lo que nos pidieron: “sean multiplicadores”.

Nosotros tuvimos una reunión con otro gran personaje, Eylon Levy, un tipo muy joven, inglés-israelí, que antes trabajaba como asesor del presidente Itzjak Herzog, pero a raíz del 7 de octubre lo designaron vocero oficial del gobierno. Lo han entrevistado en todas partes. Es inteligentísimo, se hizo famoso cuando levantó las cejas ante una pregunta absurda que le hicieron en un noticiero con la BBC: que por qué Israel negociaba un rehén por cada tres presos palestinos, que si Israel creía que los palestinos valen menos… Sin saber que esa era precisamente la condición que había puesto Hamás.

Él nos pidió: “Si ustedes pudieran llegar a sus gobiernos, hablen, explíquenles…” Yo, por lo menos, voy a tratar de llevar este mensaje a la comunidad, pues me siento privilegiada por haber vivido todas esas cosas. Claro que aquí todos sabemos lo que pasó, sabemos que es verdad, pero hay tanta gente que lo niega, que no lo quiere creer…

Uno fue testigo, te cambia la vida ver lo que vi, todos esos lugares a los que nos llevaron te hacen ver las cosas de manera distinta. Eso que sentí el 7 de octubre, ese miedo a perder Israel, que “nos invadieron”. Nosotros lo hablamos allá, pero los israelíes no lo sintieron de la misma forma. Sí, sufrieron el ataque, pero no percibieron que podían perder el país ni estaban conscientes de lo que significa Israel para los demás judíos. Cada soldado defiende a Israel porque es su país, pero ¿qué significado tiene para todos los judíos en la diáspora? Ellos nos dijeron que nunca lo habían visto de esa forma, que no sentían que esa guerra afectara a los judíos en todo el mundo.

Con eso nosotros justificamos nuestro apoyo y nuestra ayuda, porque aunque no vivamos allá, también es nuestro país. Nuestro judaísmo se centra en Israel.

En el aeropuerto Ben Gurión, las fotos de los secuestrados nos acompañaron en nuestra despedida

Fotos cortesía de Katherine Benoliel de Benjamín.

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