El mes pasado, en la primera noche de Janucá, más de 200 personas llenaron un antiguo salón de eventos ubicado en el tercer piso de una sinagoga restaurada en la ciudad de Nueva York. Algunos asistentes venían de una protesta organizada por grupos de judíos de izquierda que pedían un cese al fuego en la guerra entre Israel y Hamás.
Habían ido a escuchar a Shaul Magid, de 65 años, cuya larga y fina barba blanca y cabeza afeitada lo hacían parecer más como el encargado de la gira de una banda musical que como un rabino. Magid, profesor de estudios judíos del Dartmouth College y (en efecto) rabino, estaba allí para difundir el mensaje dilucidado en un nuevo libro, “The Necessity of Exile” (la necesidad del exilio), según el cual los judíos que hoy viven fuera de Israel, el 75 por ciento de los cuales vive en Estados Unidos, deberían aceptar la diáspora, el estado de vivir fuera de una patria, como una condición permanente y valiosa.
“Si existe una realidad diaspórica en la que los judíos han podido vivir como judíos, florecer como judíos, no ser oprimidos ni perseguidos (no importa si eligen ser un jasid de Satmar o Larry David), si se les permite vivir el judaísmo que desean, ¿por qué eso sería una tragedia?”, afirmó.
La postura de Magid es una de las muchas visiones florecientes sobre el futuro de la vida judía que se engloban bajo el término “diasporismo”. La idea se ha venido reconsiderando desde el horrible ataque de Hamás a Israel hace tres meses y la demoledora campaña de bombardeos e invasión de Israel en la Franja de Gaza. Estos acontecimientos han obligado a los judíos de todo el mundo a reconsiderar lo que piensan sobre Israel y el papel central que desempeña en la vida judía, el tipo de momento cargado en el que los miembros de las comunidades espirituales pueden preguntarse qué es lo que realmente importa y, a veces, llegar a conclusiones radicalmente diferentes.
Algunas versiones del diasporismo son laicas, y a menudo se remontan a la no religiosa y antisionista Jewish Labor Bund que surgió a finales del siglo XIX en Europa del Este (la misma época y lugar en que nació el sionismo político) para reivindicar los derechos de los judíos en los imperios europeos de la época. El lema del Bund, “doikayt”, una palabra yidis que podría traducirse como la condición de “estar aquí”, ha sido adoptado por los judíos de izquierda más jóvenes.
Molly Crabapple, artista y escritora que trabaja en una historia del Bund, afirmó que: “Esta filosofía socialista, laica y liberadora, ya fuera del Bund o del mundo más amplio del socialismo judío, está profundamente entretejida en nuestra herencia” y “puede proporcionar una brújula moral y ayudar a la gente a rechazar ideologías excluyentes y violentas”.
Otros matices son religiosos. El profesor emérito de la Universidad de California, en Berkeley Daniel Boyarin ha calificado el Talmud de Babilonia, un libro de normas para vivir como judíos, compuesto en el exilio, como la verdadera patria judía.
El sionismo, al menos en su vertiente más doctrinaria, insiste en que un judío solo puede realizarse plenamente como tal viviendo en Israel. Shlilat ha-golah, que en hebreo significa “negación del exilio”, fue uno de los primeros eslóganes sionistas.
En cambio, el diasporismo, sostiene lo contrario: que los judíos deben aceptar la marginalidad y un cierto distanciamiento de Israel, el país, y quizá de Israel, el lugar. “Cualquiera que se tome en serio la condición de judío” dice un epígrafe del libro de Magid del finado teólogo estadounidense Eugene Borowitz, “está en el exilio y seguiría en el exilio aun cuando esa persona se encuentre en Jerusalén”.
‘Meter la cabeza en la arena’
En 2024, el antisionismo es lo más cercano a lo que el judaísmo organizado tiene a la “herejía”.
La tierra de Israel es central para la religión, el discurso fundacional de la cual tiene que ver con regresar de la esclavitud a la tierra prometida. A lo largo de siglos de exilio, los judíos han prometido: “El año próximo en Jerusalén” y rezado mirando hacia esa ciudad. En el mapa de Israel abundan los lugares de peregrinaje, muchos de los cuales se encuentran en partes controversialmente anexadas u ocupadas después de la guerra. Las sinagogas de todas partes rinden homenaje a los templos originales destruidos en Jerusalén, cuyo sitio sigue siendo sagrado.
Setenta y cinco años después de su fundación en mayo de 1948 —y décadas después de su victoria en la guerra de los Seis Días de 1967, que cautivó a los judíos estadounidenses (mientras también iniciaba la ocupación de los palestinos sin patria)— el Estado moderno de Israel sigue atrayendo un enorme apoyo entre los judíos de todo el mundo.
Esto es cierto en países, como Francia, donde los incidentes antisemitas han llevado a un aumento en la emigración judía a Israel. Pero también es cierto en Estados Unidos, donde muchos judíos han alcanzado niveles históricos de privilegio y seguridad, e Israel ha funcionado como una bandera común, en cierto sentido, para que la comunidad se reúna en torno a ella.
En otras palabras, el diasporismo es una postura claramente minoritaria. Es fácil verlo como un desprecio a los más de 7 millones de judíos que viven en Israel, más que en ningún otro país, y la mayoría de ellos refugiados o descendientes de lugares de los cuales, comprensiblemente, huyeron, como la Europa de la década de 1930, o a los que puede que no sean bienvenidos, como otros lugares de Medio Oriente y el norte de África (incluso el diasporismo satírico de la novela de Philip Roth “Operación Shylock”, de 1993, solo concibe que los judíos de Europa vuelvan al lugar de donde vinieron). Puede parecer una ceguera voluntaria ante los siglos de persecución y pogromos, que culminaron en el Holocausto, que convencieron a la mayoría de los judíos, así como a la comunidad internacional, de que Israel necesitaba existir.
“Postular la credibilidad de una ideología de principios del siglo XX que tuvo cierto impacto en la Europa de entreguerras hasta que gran parte de Europa oriental y central fue arrasada por fuerzas que el diasporismo nunca podría haber predicho, mientras se ignora la realidad de millones y millones de personas, es un ejercicio de meter la cabeza en la arena”, dijo Steven J. Zipperstein, profesor de Cultura e Historia Judías en la Universidad de Stanford.
Y para la mayoría de los judíos, el 7 de octubre, fecha en la cual Hamás asesinó o secuestró a casi 1500 israelíes, despertó la solidaridad y les recordó visceralmente la razón de ser de Israel. Esta es una de las razones por las que la mayoría de la clase dirigente judía estadounidense, desde la Coalición Judía Republicana hasta los rabinos reformistas partidarios de la justicia social, han apoyado firmemente a Israel en los meses posteriores.
Pero algunos judíos se han sentido repelidos por la respuesta militar de Israel, que ha asesinado a cerca de 23.000 personas, según los funcionarios de Gaza.
Un concepto abstracto
Para Magid, un judaísmo próspero en el siglo XXI sin Israel en su núcleo debe incluir un retorno a la religión: “siempre la cosa”, dijo, “que nos va a mantener unidos”.
Esa religión se basa en el exilio, surgido en gran medida tras la destrucción del Segundo Templo por los romanos en el año 70 (los antiguos traductores judíos describieron la dispersión prevista en la Torá con la palabra griega para “dispersión”: “diasporá”, que pasó al español como “diáspora”). Los rabinos crearon sustitutos para los requisitos sagrados que ya no se podían cumplir: oraciones en lugar de sacrificios de animales, arcas para los rollos de la Torá en lugar del santuario interior del templo.
“Una de las cosas cruciales que hace la diáspora es dar forma a esta idea del judaísmo como una identidad portátil, no ligada a la tierra: se puede mantener una cultura y una religión judías vibrantes, seguir siendo un judío fiel y observante”, afirma Daniel B. Schwartz, profesor de Historia Judía en la Universidad George Washington. Aunque este judaísmo “incorporaba un anhelo de Sión en su liturgia y su ley”, añadió Schwartz, “¿hasta qué punto era mesiánico el judío común en la Edad Media? Probablemente no mucho”.
Pero un judaísmo plenamente diaspórico —en particular en un mundo en el que el exilio judío, gracias a Israel, ya no es involuntario—, sigue siendo un concepto abstracto. Boyarin, profesor emérito de Berkeley y talmudista, concibe una diáspora que valora sus conexiones con otras comunidades judías, incluida la de Israel, pero sin privilegiarla. Magid analiza en su libro algunas sectas jasídicas que evitan fomentar la emigración a Israel, por considerar que se adelanta heréticamente a la redención mesiánica.
Los judíos estadounidenses más jóvenes tienen sus propias ideas. Al relanzar la revista de izquierda Jewish Currents en 2018, el entonces editor Jacob Plitman describió “un diasporismo emergente” que equilibraba “una conciencia crítica de Israel” con “un compromiso de luchar principalmente en las comunidades en las que vivimos”. La revista ha sido abiertamente de izquierda, tan proclive a centrarse en la perspectiva palestina como en la judía.
Simon Schama, catedrático universitario de Historia del arte e Historia en la Universidad de Columbia, autor de dos volúmenes de “La historia de los judíos”, rechaza el diasporismo, con el argumento de que el anhelo por la tierra de Israel es un aspecto ineludible de los textos judíos, desde la poesía de la España medieval hasta la liturgia religiosa cotidiana cantada en 2024.
“Todos ellos se habrían quedado atónitos al enterarse de que el ‘diasporismo’ es de alguna manera la ‘realización’, como ustedes dicen que dicen sus defensores, del judaísmo”, dijo Schama en un correo electrónico sobre los judíos anteriores. “Y lo mismo dirían la mayoría de los judíos al cantar sobre el año próximo en Jerusalén hacia el fin de cada Séder de Pésaj”.
‘La tierra prometida’
Las limitaciones del diasporismo se hacen evidentes cuando uno aplica el concepto a otros pueblos: los palestinos. Después de todo, la condición apátrida del pasado judío, todavía describe el presente palestino. La noción de que los palestinos tienen que aceptar su suerte en nombre de una ideología moralista sería nociva para los judíos diasporistas, quienes tienden a estar a favor de la autodeterminación palestina.
“Los judíos refugiados de Europa, a quienes veo como apátridas desamparados”, dijo Sayed Kashua, un escritor palestino-israelí que ahora vive en Estados Unidos. “Este plan de tener un Estado, el Estado nacional moderno del que no soy muy partidario, era la única protección. Así que ahora es la mayoría de los palestinos la que ha remplazado a los judíos apátridas y desamparados”.
Todavía hay otros que abogan por un diasporismo más moderado, con las dos comunidades judías en tensión productiva.
Alan Wolfe, profesor emérito de Historia de la Universidad de Boston y autor de “At Home in Exile: Why Diaspora Is Good for the Jews”, dijo que el año pasado —mientras un gobierno israelí de derecha buscaba limitar la independencia del Poder Judicial— los judíos de todas partes fueron de gran valor como críticos conectados. “La diáspora puede proporcionar lo que Netanyahu y sus ministros de extrema derecha no pueden”, dijo, en referencia al primer ministro Benjamín Netanyahu. “Hay una gran conciencia judía que ha mantenido a los judíos sobreviviendo desde hace tanto en riesgo ante las actuales tendencias políticas en Israel”.
Pero criticó a los judíos que no son israelíes y que no entendían que la diáspora es “tanto un concepto mental como geográfico” —una condición que vincula a personas dispares— y por ello no percibieron el ataque de Hamás como un ataque a los judíos de todo el mundo. Israel podría ayudarles a aprender esta lección.
“Si pudiera crear el mundo ideal, sería uno en el que la mitad de los judíos vivieran en Israel y la otra mitad no y eso es más o menos lo que tenemos”, añadió Wolfe. “Se necesitan mutuamente, sobre todo ahora”.
c.2024 The New York Times Company
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