La Declaración Universal de los Derechos Humanos: Una perspectiva judía

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La historia del hombre ha estado salpicada de episodios dramáticos en donde los derechos humanos de individuos y pueblos enteros son y han sido transgredidos sistemáticamente hasta nuestros días. Quizás uno de los grupos que se han caracterizado por haber visto sus más elementales prerrogativas conculcadas a lo largo de toda su existencia es el pueblo judío. Diversidad de factores han incidido para que en casi todas las latitudes y en todos los tiempos se haya legislado en contra de esta minoría, que ha sido víctima de la discriminación y de la marginación.

A pesar de que con los movimientos liberales de los últimos siglos se intentó restaurar a los judíos tanto sus derechos individuales como colectivos, las primeras décadas del Siglo XX evidenciaron lo que casi dos milenios de intolerancia fueron capaces de concebir, la bestia nazi que llevó a cabo en forma fría y calculada el genocidio de la tercera parte del pueblo judío.

Esta experiencia colectiva ha hecho al judío sumamente sensible a las cuestiones de los derechos humanos. Muchos de ellos han encabezado movimientos contemporáneos que propugnan por la igualdad del hombre y la justicia social. No es de extrañar, por lo tanto, que haya sido un judío el principal promotor de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y que, el Holocausto, haya sido el elemento catalizador que ayudó a cristalizar este transcendental documento ya hace más de sesenta años.


A fines de 1948, los acontecimientos sin precedentes que se suscitaron dentro del contexto de la segunda guerra mundial permanecían latentes en la memoria de la humanidad. Diversos grupos cívicos de las fuerzas aliadas pugnaban porque se adoptaran medidas internacionales que coadyuvaran a salvaguardar los derechos del hombre. Con el derrumbe de las potencias que habían aspirado al dominio universal, muchas naciones en ruinas y pueblos inmersos en la miseria luchaban por vivir con dignidad. La Comisión de los Derechos Humanos de la recién constituida ONU, inició la elaboración de un documento en el que se consagrarían los derechos fundamentales del hombre y a donde se sentarían los principios para que las relaciones entre los pueblos fuesen regidas con justicia y respeto.

El presidente de la Comisión, René Cassin, jurista judío nacido en Bayonne, Francia en 1887, impulsó fuertemente la promulgación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Desde 1924, después de la primera guerra mundial, Cassin se dedicó a luchar en contra de la injusticia. Fundó una asociación para inválidos de guerra y actuó como un destacado miembro de la resistencia, ocupando el cargo de comisionado para la justicia y la educación. Durante la segunda guerra mundial, muchos de sus familiares perecieron junto con los millones de judíos ejecutados por el aparato nazi. Como testigo de la crueldad humana llevada a su máxima expresión, se sintió especialmente responsable por la cruzada a favor de los derechos humanos que tuvo su culminación en la Declaración.

El diez de diciembre de 1948, la asamblea general de la ONU votó por el reconocimiento y el respeto de este documento histórico ante la actitud de reserva de algunos países del bloque comunista, ya que estos derechos cívicos y políticos resultaban incompatibles con ciertos regímenes autoritarios.

La Declaración constituye el ideal por el que todos los pueblos deben luchar: el amplio respeto a los derechos humanos y a la libertad, asegurando su aplicación universal y efectiva a través de medidas progresivas de carácter nacional e internacional.

Los antecedentes de esta Declaración los podemos encontrar en el Bill of Rights inglés, en la Declaración de Independencia de Estados Unidos y en la promulgación de la Declaración de los Derechos del Hombre defendidos en Francia en el siglo XVIII, todos los cuales se basaban en el concepto del hombre como poseedor de derechos absolutos e inalienables.

A pesar de que este documento es reciente, como concepción política, religiosa y moral, los derechos humanos son muy antiguos y se remontan más allá de los racionalistas franceses y de los colonialistas americanos. Podemos encontrar en la Biblia, por ejemplo, numerosas leyes, máximas y proverbios en donde se refleja la preocupación por los derechos inherentes a todo ser humano.

La idea central parte del libro de Génesis: “Y creó Dios al hombre a su imagen; varón y hembra los creó” (Génesis 1:27). De acuerdo a esta premisa, todo ser humano lleva en su esencia parte de la divinidad y mantiene así, un status de igualdad ante sus semejantes. De aquí se deriva también, que el hombre está dotado de atributos como el sentido de justicia y el libre albedrío, colocando al hombre fuera del determinismo divino.

A través de diversos recursos la Biblia enfatiza la esencia misma del judaísmo: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19:18). Hillel, uno de los principales sabios judíos se explaya en este aspecto: “Lo que es malo para ti no lo hagas a tus semejantes. Esto es toda la Torá, lo demás es comentario”. (Shabbat, p. 312, Talmud Babli).

Es en la Biblia, también en donde encontramos los fundamentos morales del comportamiento humano con el propósito de preservar la justicia, la libertad y la paz, en el proceso de consolidación de una sociedad armónica. Los Diez Mandamientos (Exodo 20:1-7), pueden considerarse como una filosofía en sí mismos, que aseguran la convivencia entre los hombres a través de preceptos como el de “no matarás”, “no hurtarás”, “no codiciarás”, entre otros.

Estos postulados mantienen su vigencia y universalidad hasta la fecha. Sin embargo, considerando que las condiciones actuales son más complejas, se han tenido que concebir diversas legislaciones sobre derechos humanos que respondan a nuevas circunstancias y que se han visto enriquecidas por los conceptos morales que las anteceden.

En la Declaración se enumeran los derechos propios e inalienables de todo ser humano, los cuales deben ser respetados por todos los países que la suscriben.

A pesar de que en términos jurídicos este documento carece de normatividad, ha tenido un notable impacto moral. Su premisa básica es que todo hombre nace en condiciones de libertad e igualdad de derechos y que al estar dotado de raciocinio y de conciencia, debe buscar la convivencia con sus congéneres. De aquí se derivan las premisas de libertad de pensamiento y de conciencia, independientemente de raza, sexo o religión. Se atribuye, además, vital importancia al derecho de una vida libre y segura, y se subraya la unión esencial de la familia humana.

A más de sesenta años de su promulgación y a pesar de su reconocimiento universal, la humanidad continúa siendo testigo de múltiples casos de discriminación y persecución contra diversas minorías étnicas y religiosas.Día a día se violan los derechos humanos ante la inmovilidad de la comunidad internacional y más aún, con el apoyo de países soberanos que fomentan este flagelo en todos sus aspectos.

Sin embargo, a pesar de todo esto, la Declaración Universal de los Derechos Humanos representa sin lugar a duda un paso trascendental para garantizar la dignidad humana.La historia del hombre ha estado salpicada de episodios dramáticos en donde los derechos humanos de individuos y pueblos enteros son y han sido transgredidos sistemáticamente hasta nuestros días. Quizás uno de los grupos que se han caracterizado por haber visto sus más elementales prerrogativas conculcadas a lo largo de toda su existencia es el pueblo judío. Diversidad de factores han incidido para que en casi todas las latitudes y en todos los tiempos se haya legislado en contra de esta minoría, que ha sido víctima de la discriminación y de la marginación.

A pesar de que con los movimientos liberales de los últimos siglos se intentó restaurar a los judíos tanto sus derechos individuales como colectivos, las primeras décadas del Siglo XX evidenciaron lo que casi dos milenios de intolerancia fueron capaces de concebir, la bestia nazi que llevó a cabo en forma fría y calculada el genocidio de la tercera parte del pueblo judío.

Esta experiencia colectiva ha hecho al judío sumamente sensible a las cuestiones de los derechos humanos. Muchos de ellos han encabezado movimientos contemporáneos que propugnan por la igualdad del hombre y la justicia social. No es de extrañar, por lo tanto, que haya sido un judío el principal promotor de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y que, el Holocausto, haya sido el elemento catalizador que ayudó a cristalizar este transcendental documento ya hace más de sesenta años.

A fines de 1948, los acontecimientos sin precedentes que se suscitaron dentro del contexto de la segunda guerra mundial permanecían latentes en la memoria de la humanidad. Diversos grupos cívicos de las fuerzas aliadas pugnaban porque se adoptaran medidas internacionales que coadyuvaran a salvaguardar los derechos del hombre. Con el derrumbe de las potencias que habían aspirado al dominio universal, muchas naciones en ruinas y pueblos inmersos en la miseria luchaban por vivir con dignidad. La Comisión de los Derechos Humanos de la recién constituida ONU, inició la elaboración de un documento en el que se consagrarían los derechos fundamentales del hombre y a donde se sentarían los principios para que las relaciones entre los pueblos fuesen regidas con justicia y respeto.

El presidente de la Comisión, René Cassin, jurista judío nacido en Bayonne, Francia en 1887, impulsó fuertemente la promulgación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Desde 1924, después de la primera guerra mundial, Cassin se dedicó a luchar en contra de la injusticia. Fundó una asociación para inválidos de guerra y actuó como un destacado miembro de la resistencia, ocupando el cargo de comisionado para la justicia y la educación. Durante la segunda guerra mundial, muchos de sus familiares perecieron junto con los millones de judíos ejecutados por el aparato nazi. Como testigo de la crueldad humana llevada a su máxima expresión, se sintió especialmente responsable por la cruzada a favor de los derechos humanos que tuvo su culminación en la Declaración.

El diez de diciembre de 1948, la asamblea general de la ONU votó por el reconocimiento y el respeto de este documento histórico ante la actitud de reserva de algunos países del bloque comunista, ya que estos derechos cívicos y políticos resultaban incompatibles con ciertos regímenes autoritarios.

La Declaración constituye el ideal por el que todos los pueblos deben luchar: el amplio respeto a los derechos humanos y a la libertad, asegurando su aplicación universal y efectiva a través de medidas progresivas de carácter nacional e internacional.

Los antecedentes de esta Declaración los podemos encontrar en el Bill of Rights inglés, en la Declaración de Independencia de Estados Unidos y en la promulgación de la Declaración de los Derechos del Hombre defendidos en Francia en el siglo XVIII, todos los cuales se basaban en el concepto del hombre como poseedor de derechos absolutos e inalienables.

A pesar de que este documento es reciente, como concepción política, religiosa y moral, los derechos humanos son muy antiguos y se remontan más allá de los racionalistas franceses y de los colonialistas americanos. Podemos encontrar en la Biblia, por ejemplo, numerosas leyes, máximas y proverbios en donde se refleja la preocupación por los derechos inherentes a todo ser humano.

La idea central parte del libro de Génesis: “Y creó Dios al hombre a su imagen; varón y hembra los creó” (Génesis 1:27). De acuerdo a esta premisa, todo ser humano lleva en su esencia parte de la divinidad y mantiene así, un status de igualdad ante sus semejantes. De aquí se deriva también, que el hombre está dotado de atributos como el sentido de justicia y el libre albedrío, colocando al hombre fuera del determinismo divino.

A través de diversos recursos la Biblia enfatiza la esencia misma del judaísmo: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19:18). Hillel, uno de los principales sabios judíos se explaya en este aspecto: “Lo que es malo para ti no lo hagas a tus semejantes. Esto es toda la Torá, lo demás es comentario”. (Shabbat, p. 312, Talmud Babli).

Es en la Biblia, también en donde encontramos los fundamentos morales del comportamiento humano con el propósito de preservar la justicia, la libertad y la paz, en el proceso de consolidación de una sociedad armónica. Los Diez Mandamientos (Exodo 20:1-7), pueden considerarse como una filosofía en sí mismos, que aseguran la convivencia entre los hombres a través de preceptos como el de “no matarás”, “no hurtarás”, “no codiciarás”, entre otros.

Estos postulados mantienen su vigencia y universalidad hasta la fecha. Sin embargo, considerando que las condiciones actuales son más complejas, se han tenido que concebir diversas legislaciones sobre derechos humanos que respondan a nuevas circunstancias y que se han visto enriquecidas por los conceptos morales que las anteceden.

En la Declaración se enumeran los derechos propios e inalienables de todo ser humano, los cuales deben ser respetados por todos los países que la suscriben.

A pesar de que en términos jurídicos este documento carece de normatividad, ha tenido un notable impacto moral. Su premisa básica es que todo hombre nace en condiciones de libertad e igualdad de derechos y que al estar dotado de raciocinio y de conciencia, debe buscar la convivencia con sus congéneres. De aquí se derivan las premisas de libertad de pensamiento y de conciencia, independientemente de raza, sexo o religión. Se atribuye, además, vital importancia al derecho de una vida libre y segura, y se subraya la unión esencial de la familia humana.

A más de sesenta años de su promulgación y a pesar de su reconocimiento universal, la humanidad continúa siendo testigo de múltiples casos de discriminación y persecución contra diversas minorías étnicas y religiosas.Día a día se violan los derechos humanos ante la inmovilidad de la comunidad internacional y más aún, con el apoyo de países soberanos que fomentan este flagelo en todos sus aspectos.

Sin embargo, a pesar de todo esto, la Declaración Universal de los Derechos Humanos representa sin lugar a duda un paso trascendental para garantizar la dignidad humana.

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