La franja de gaza

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Otra vez con los judíos el horror nos grita a la cara y golpea nuestras conciencias. Otra vez levantamos la cabeza de nuestras dificultades diarias, del paro pertinaz, la corrupción extensa, mezquindades, políticas y personales… salpicados otra vez de fuego y sangre y apelados por la vida y la muerte otra vez, junto al pueblo que, dicen, inventó la conciencia, esa inquietud sin fondo, sed insaciable. Y otra vez tenemos que preguntarnos todo.

Durante siglos, ese “pueblo de filósofos”, como lo llamaron los griegos, que institucionalizó la disensión más allá de lo que pudo soportar el Derecho y el Imperio Romano, destinado por éste a ser un pueblo sin tierra ni ejército ni estado, siguió sin embargo por el mundo sacudiendo las conciencias y apelando por doquier con la pregunta moral: ¿qué vas a hacer conmigo? Y he aquí que el pueblo que nos trasmitió el “no matarás” y el amor, fue, durante siglos: utilizado, expulsado o matado. Una y otra vez, durante 20 siglos.

Hasta el 29 de noviembre de 1947. Cuando, a los supervivientes, expulsados (“Judíos, iros a Palestina”, se les decía), se le permitió tierra, ejército y estado en un minúsculo paraje rodeado por todas partes de enemigos mortales que enseguida declararon su fin primordial de aniquilarles.


Y el mundo, parecería que, con una sonrisita interior, pensaba, “a ver qué hacéis ahora”.

Y el estado de Israel se construyó sobre la moral. Y la moral de la vida. Todo… ¡por la vida!

En primer lugar, la propia. La supervivencia. Del propio estado y de todos los judíos donde quiera estén en el mundo. En segundo lugar, de todo ser humano. Es el pueblo del “amarás al extranjero, porque extranjeros fuisteis vosotros”. Y en tercer lugar, de no sólo la supervivencia, sino la vida toda, la vida libre y la calidad de vida.

Y en su lucha a muerte con sus enemigos, desde 1947, al principio y a veces con todos a la vez, a veces con unos u otros por separado, esos principios de su estado y las estrategias que inspiran deben enfrentarse con los principios y estrategias de sus enemigos. Que son: la muerte. La moral de la muerte. Todo… por la muerte.

La muerte es el medio supremo para su fin en este mundo, que es la aniquilación del estado de Israel y, en casos, la de todos los judíos; y también, es el medio supremo para su fin en el más allá bienaventurado. El martirio. El suicidio.

Así conquistaron el poder en Irán: lanzándose a morir a miles, hasta ahogar al enemigo de cadáveres, propios y ajenos, y conseguirlo. Y desde allí, han alimentado grupos armados por todo el mundo con los mismos fines… por la muerte y el terror.

Pero, aunque judío, el estado de Israel es un estado plural, donde entre sus ciudadanos los hay de todas las etnias y religiones con los mismos derechos básicos.

Aunque moral, tanto el propio estado como sus políticos y ciudadanos pueden equivocarse, o envilecerse. Las instituciones de disensión, diatriba y crítica de la tradición judía tienen sus cauces en la política de las instituciones democráticas liberales, parlamentarias y socialistas, al estilo de las occidentales que los judíos a ellas asimilados colaboraron a levantar entre nosotros. Y a través de esas instituciones disienten, debaten y velan por denunciar los errores o envilecimientos propios cuando los haya y corregirlos y remediarlos.

En su guerra permanente de supervivencia, dos circunstancias son ocasiones permanentes de errores o envilecimientos del estado de Israel, peligros constantes:
Una es la propia lucha a vida o muerte, contra una estrategia enemiga de muerte a ultranza. El salvar la propia vida hace en ocasiones necesaria la muerte del otro, del enemigo. Pero ¿cuándo es ésta, estrictamente necesaria? Y la muerte, el peligro y el terror de los propios puede generar fácilmente odio y sed de venganza. E Israel, estado y ciudadanos, vela de hecho, y debe velar, constantemente por evitarlo.

La otra es que la pequeñez del terreno de Israel no permite la menor intromisión del enemigo por sus fronteras, pues no habría espacio ni capacidad de respuesta. Esto le obliga a exigir y tener unos márgenes de seguridad en sus fronteras, como el del sur del Líbano, en la frontera norte de Israel, o los territorios ocupados durante algunas de las conflagraciones, como los altos del Golam frente a Siria, o como fue la península del Sinaí, frente a Egipto. Territorios estos que propone devolver a cambio de tratados de paz. Y así fue con Egipto.

Y sin embargo…

En esta delicadísima situación, vital y moral, que el mundo observa poniéndole a veces zancadillas “a ver qué hace” (como es en las llamadas “flotillas de la paz”), en esta delicadísima situación, digo, como si el propio estado de Israel colaborara con lo que podría constituir un destino fatal, éste se lo puso a sí mismo más difícil todavía al sacar a sus propios ciudadanos y entregar fábricas y gobierno a sus enemigos, en uno de esos territorios vitales: la franja de Gaza.

No es la primera vez que eso sucede: Israel ya ha entregado territorios en crecimiento y prosperidad a sus enemigos, que no han perdido tiempo en destruirlos y reconvertirlos en industrias militares no defensivas, sino ofensivas.

Una máquina militar así, paradigmática de la estrategia de la muerte, son los misiles, con los que la franja de Gaza siembra el terror y toda la muerte que puede en el Israel vecino, desde sus bases situadas junto a escuelas y hospitales indefensos.

Hasta ahora, el daño causado por los misiles en víctimas humanas es escaso, debido a la estrategia de la vida israelí, que posee un escudo protector que intercepta en vuelo la mayor parte de misiles. Pero esta vez, la cantidad de misiles lanzados continuamente ha sido abrumadora y una proporción alarmante ha alcanzado sus objetivos mortíferos o de terror, inmediaciones del aeropuerto civil de Tel Aviv incluidas.

Y así han operado ahora, otra vez, las dos estrategias, las dos morales. Con cierto éxito. La de Gaza, ofendiendo constantemente sin defensa y produciendo crecientes muertes, ¡la mayor parte propias! Todo un éxito. La de Israel, tratando de evitar más muertes interceptando más misiles, atacando sus centros de lanzamiento después de avisar a sus zonas para ser desalojadas de indefensos civiles, y proponiendo una y otra vez un alto el fuego, una y otra vez desoídos. Parece que para los dictadores de Gaza aún no había suficientes destrucciones y muertes.

Otra vez.

La gran, vital, ventaja en la delicada situación, para Israel, es la desunión entre sus enemigos. La primera desunión, quizá, es la tradicional entre suníes y chiíes islámicos. También, la de los que abandonan el fin de aniquilar a Israel y a los judíos, como Egipto, Jordania, Líbano o la Autoridad Palestina, con todas sus vacilaciones.

Una vista a la Historia del Islamismo y de los países islamizados o arabizados desde su nacimiento, arroja una conclusión: los momentos en los que éstos han construido unos estados y unas civilizaciones más prósperas y brillantes han sido aquellos en los que los judíos han colaborado con ellos. Así fue en los siglos de expansión, en los que el islamismo y su civilización naciente corrió y creció por los cauces trazados durante el Imperio Romano y la Diáspora judía, con todas sus culturas comprendidas. Y también, en el Imperio Turco, cuando éste supo usar de los judíos bizantinos, primero, y de herreros, funcionarios, intelectuales y artistas sefardíes expulsados de España, después.

Sí, ya sé que esto es escandaloso. Permítaseme a mí ahora, decirlo con una sonrisita interior. Los enemigos de los judíos, si quieren triunfar, están condenados a colaborar con ellos. Hasta que eso comprendan, así seguirán. Destruyéndose a sí mismos y a los demás.

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